Según se puede leer en antiguos libros escritos por hombres  sabios cuyo nombre se desconoce porque su sabiduría les impelía al  anonimato, cuando a un pueblo le llega antes el dinero que la cultura  está condenado, como Sísifo, a tener que empezar de nuevo para  reconstruirse sobre parámetros opuestos que son los que llevan a la  dicha, la felicidad y la justicia. No es cosa sólo de España, pero aquí  la herencia del franquismo ha dejado una tolerancia a la inmoralidad tan  alta que a veces es difícil respirar y sobrevivir a la vez. 
Desde el 15  de mayo pasado asistimos a la primera respuesta que la ciudadanía ha  dado en la calle a un orden de cosas, a un sistema que ineludiblemente  nos lleva al desastre y a la degradación ética y material de nuestras  vidas, pero no ha sido una respuesta de indignados porque el indignado  tiene que demostrar que lo está y no sólo decirlo, ha de pasar de la  potencia al acto, de la declamación a la protesta activa dirigida contra  quienes manejan los dineros y están llevándonos a un punto de muy  difícil retorno. 
Por tanto se hace necesario, en nuestra opinión, coger  el catalejo, orientarlo bien y otear el horizonte para encontrar el  lugar dónde hoy, de verdad, reside el poder: Si hay un sitio que  representa, más que ningún otro, a esa gente dispuesta a regresarnos al  siglo XIX, ese es, en todo el mundo, La Bolsa, verdadera Bastilla del  siglo XXI.
 Es en ese lugar y en sus aledaños dónde se ha fraguado esta  tormenta interminable que comenzó con burbujas inmobiliarias, hipotecas  basura,  amenazas de quiebras generales de los Estados por ayudar a los  bancos, contrarreformas laborales, transferencias de billones de euros  de un continente a otro a la velocidad de la luz y una locura  capitalista que parece no tener final para quienes la han fraguado pero  sí para quienes la estamos sufriendo porque se puede vivir sin muchas  cosas, pero de ningún modo se puede vivir sin dignidad, aunque está  claro que de la dignidad pasiva –en mi hambre mando yo- no se come.
Las protestas del 15M tienen un inmenso mérito, todo el mérito del  mundo, pero  todos los movimientos sociales que en el mundo han sido,  han tenido dirigentes, puede ser uno, diez o mil, y los dirigentes deben  encargarse de plantear estrategias de futuro que enganchen cada vez a  más gente, subiendo paulatinamente el tono de la protesta hasta mostrar  de verdad que la indignación es un hecho real y que no se está dispuesto  a transigir con ninguna transacción que no suponga cambiar radicalmente  las bases sobre la que los estafadores, especuladores y chorizos de  toda laya han edificado este estercolero dónde el más gilipollas o el  más ruin recibe la recompensa más alta y el máximo reconocimiento  social. 
Pero con ser importante a protesta del 15M, lo es más –de  momento-, la protesta del 22M que no fue tal sino una contraprotesta  mediante la cual el pueblo, que tenía varias opciones por las que  decantarse, aunque no todas las deseables ni con una ley electoral  justa, decidió dar todo el poder a quienes fueron los causantes de la  versión española de la crisis y serán, probablemente, quienes nos  aplicarán las recetas del fascismo económico con toda contundencia.
La mayoría de las decisiones que afectan hoy a los ciudadanos de  todos los rincones de España se toman en las Comunidades Autónomas, que  son a su vez quienes manejan la mayor parte de los dineros públicos, las  que albergan los mayores nichos de corrupción y las que siempre que hay  un problema echan la culpa al Gobierno central, cosa que ha calado en  el pueblo que no quiere enterarse de que es el gobierno de su Comunidad  el único responsable de la corrupción de su comunidad, del  funcionamiento de la educación y la sanidad, de la aplicación o no de la  Ley de Dependencias, del enchufismo, de los planes de urbanismo  disparatados y suicidas, del cuidado de la naturaleza, de que funcionen o  no los juzgados, de las políticas para fomentar el empleo o el  desempleo y del despilfarro que ha hecho de una parte de la clase  política –no toda, todos no son iguales-, una casta de privilegiados  impunes, de nuevos ricos que alternan simbióticamente con los ricos  de  siempre en una vida de lujo y desenfreno verdaderamente vergonzosa.
Pues bien, decíamos al principio qué cuando la riqueza llega antes  que la educación los pueblos están obligados a regenerarse y a  preocuparse por la cosa pública como si fuera cosa suya porque siempre  lo ha sido aunque parezca que se le ha olvidado. Pero esa es una tarea  difícil pues cuando se ha tenido dinero fácil y uno se ha creído un  burguesito con derecho a casi todo lo que se puede comprar, cree que  todo se puede comprar, y cuando se cree eso es porque la inmoralidad se  ha extendido como un sarcoma silencioso entre las entrañas del cuerpo  social del país. 
Difícilmente el inmoral va a protagonizar ningún  movimiento de protesta regenerador o revolucionario, difícilmente va a  plantar cara al verdadero enemigo de todos porque él, individualista por  encima de cualquier cosa, piensa que el otro, su compañero, es su  enemigo, e ignora que el otro, y sólo del brazo del otro es como él y  sus hijos podrán poner los peldaños necesarios para detener a los  infames y construir una sociedad más justa para él y para los demás. 
Al  inmoral no le importan los demás, cree que lloriqueando, peloteando,  buscando al caciquillo de turno, logrará una salida personal, pero se  equivoca, cree que esto no va con él, que él saldrá, pero ignora que  esto va contra él igual que contra todos los demás y que las soluciones  personales de pasillo, además de injustas y reprobables, sólo pueden dar  salida a unos pocos y no a los millones de personas que necesitan esa  salida.
Pues bien, al confiar la solución de sus problemas a un partido que  tiene Alcaldes como Gallardón –el Ayuntamiento que dirige acumula la  quinta parte de la deuda de todos los de España-, Francisco Camps –que  ha dado un impulso a la enseñanza confesional desconocido desde los  tiempos de Franco-, Cristóbal Montoro –uno de los principales halcones  de la política económica ultraliberal-, o María Dolores de Cospedal –la  política mejor pagada de España designada para regir los destinos de una  Comunidad en la que ha sido una profesional del absentismo-, se ha dado  carta blanca a la aplicación de las recetas económicas más duras que  aplicarse puedan. 
Para ello, se utiliza, como siempre, la estrategia del  calamar, se llena todo de tinta y se va preparando el terreno diciendo  que todo es una ruina, que hay deudas escondidas, que se destruyen  documentos de pago – ¡cómo si con ello el deber de pago se extinguiera!-  y que la situación económica de las Autonomías gobernadas por los otros  y del país en general es insostenible, avisándonos de antemano que  tendremos, por ejemplo, la Sanidad que podamos pagar. 
Esta actuación es  tan irresponsable y amenazadora que puede llevarnos directamente a una  intervención de la UE y el FMI sin que la necesitemos al lanzar sobre  nosotros a todos los tiburones financieros y elevar hasta cantidades  imposibles el interés de nuestra deuda pública, en su mayor parte creada  para salvar a los bancos y los depósitos de los ahorradores por la  infame gestión de sus directivos y consejeros, que increíblemente siguen  en libertad. 
En este caso, como ya ocurre en Portugal, el Estado  español tendría aceptar todas y cada una de las medidas que proponen los  organismos internacionales que por casualidad coinciden con las que  desea la derecha y la patronal española: Despido libre, disminución  drástica de las prestaciones sanitarias y sociales, incremento de la  edad de jubilación, privatización de los servicios públicos y supresión  de la mayoría de las conquistas socio-laborales. 
Esto que decimos, es  una hipótesis que defienden algunos sectores de nuestra derecha  patriótica, esa que ama mucho a su España pero desprecia a sus  habitantes, y que otorgaría todo el poder real a instituciones europeas y  mundiales que no están para ayudar, sino para ahogar a los  trabajadores, sean individualistas indolentes y pesebreros o no lo sean.
En otro caso, de no producirse esa intervención que no necesitamos en  ningún caso, está claro que la obra de teatro montada desde el 22M  tiene sólo un propósito, decir que la situación de las cuentas públicas  de las comunidades dónde no mandaban ellos y en el Estado central son  mucho peores de lo esperado, para así poder meter la tijera a fondo y  emprender la privatización general del Estado, o sea su desamortización,  alegando que la culpa siempre fue de los otros.
Nadie está a salvo de lo que viene, ni tú, ni yo, ni él. Sigue siendo  absurdo que un trabajador vote a quienes más claramente sirven a  intereses radicalmente opuestos a los suyos, el pastel europeo cada vez  es más pequeño desde la gran estafa y la irrupción de las economías  esclavistas de Oriente. 
En adelante será preciso montar muchos  movimientos como el del 15M, pero de verdad, sin miedo, entrando dónde  haya que entrar, nos dejen o no nos dejen, porque  el poder no es de los banqueros, ni de los especuladores, ni de los  arrimados, ni de quienes colaboran con ellos, el poder es del pueblo y  sólo el pueblo tiene capacidad, legitimidad y poder para mandar a la  mismísima mierda a quienes quieren llevarnos cien años atrás.
(*)  Doctor en Historia por la Universidad de Alicante y periodista
3 comentarios:
"el poder es del pueblo y sólo el pueblo tiene capacidad, legitimidad y poder para mandar a la mismísima mierda a quienes quieren llevarnos cien años atrás."
Hombre, teniendo en cuenta los resultados de las elecciones de hace tres semanas, está clarísimo a quienes ha decidido mandar a la "mismísima mierda" el pueblo soberano de España: a los que nos han llevado de nuevo a la miseria de la posguerra.
Rorschach , ahora llega mariano y verás como lo arregla todo en un plis plas. ¿Acaso somos ilusos?.
A don Mariano nadie le va a decir si conduce o no conduce cuando va mamado. ¡Viva el vino!
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