Rajoy, en Murcia, sobre la corrupción: «Hay algunas cosas, pero no representan a 46 millones de españoles» Mariano Rajoy.
Da la impresión de que el presidente del Gobierno no está tan
escandalizado con la corrupción como su pupila De Cospedal, lo cual sólo
evidencia que es un poco menos cínico que la secretaria general.
Alguna
de ‘esas cosas’ con las que Rajoy resume la situación de espectacular
escándalo —escándalo para los ciudadanos, no para quienes lo producen—
en que se desenvuelve su gobernación y la del conjunto de las
autonomías, muy singularmente la murciana, lo tienen a él por principal
protagonista en su calidad de presunto cobrador de sobresueldos en B
recibidos en cajas de puros, habitante de una sede central del PP
rehabilitada con dinero negro, así como protector de personajes de la
calidad de Cospedal, Camps, Bárcenas, Sepúlveda, Rato, Mato, Acebes…
Un
presidente que relativiza la corrupción, y más cuando ésta desborda
cualquier índice previsible y afecta a todas las instituciones del
Estado, es un irresponsable, un frívolo y un tipo peligroso. ¿Es este el
dictado moral que deben recibir de un presidente del Gobierno los
ciudadanos honestos que quieren reconstruir su país? Su mensaje es
intelectualmente menesteroso, impropio de quien lidera una nación de
primera.
La puntilla al pepé / Joaquín Abad

Ahora
nos explicamos por qué Mariano Rajoy miraba para otro lado. Por qué
Mariano Rajoy sigue ausente y no da un puñetazo. No puede. Nunca pudo
porque quienes le informan, los fontaneros, los servicios secretos le
tienen al día de los tres por ciento, de los cuatro por ciento, de las
mordías y prácticas que todos los partidos, todos, han llevado a la
actual situación.
Nuestro
problema es que la corrupción se ha institucionalizado. Desde que llegó
Felipe a la Moncloa. Se empezaron por los cafelitos de Juan Guerra,
hermano de "Arfonzo", desde la propia delegación de Gobierno en Sevilla.
Y luego los Falis, los envíos en bolsas y maletines de millones que
llegaban a la sede de la calle Ferraz para se le facilitara el permiso
correspondiente al constructor de turno.
Ahora
los del pepé, los del pesoe, están de los nervios. Se ven fuera del
sistema por el asqueo de los votantes que huyen, como de la peste, del
bipartidismo corrupto que no parece calar entre la clase política que
forma la llamada "casta". Esa "casta" que durante más de treinta años ha
convertido los partidos en oficinas de colocación de sus amigos,
familias, y se han dedicado a abusar con tarjetas, con coches, chóferes,
y todos los robos que nos sacuden día sí y día también.
Porque
la redada donde han caído alcaldes, concejales, empresarios y demás
gentuza no ha sido precisamente a iniciativa de la fiscalía, sino como
consecuencia de una petición de información de las autoridades
judiciales de Suiza, que detectaron que Granados y su amigo David
Marjaliza blanqueaban millones. Y comunicaron sus sospechas a las
autoridades españolas que no tuvieron más remedio que tirar de la manta.
Pero en todos los ayuntamientos, todos, en todas las administraciones,
en todas, hay corrupción. Si, porque a estas alturas, la corrupción está
institucionalizada. Y el bipartidismo ha cooperado, y mucho, en ese
estado general de podredumbre.
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