El análisis anterior, correspondiente a la década 2000-2010, calculaba en un 1 % el espacio convertido en zona degradada activa -ausencia de la vegetación que le correspondería según las condiciones climatológicas- mientras en la década posterior el informe lo elevará al 3 %, según explica el científico titular de la EEZA, Gabriel del Barrio, que no descarta que se sitúe finalmente en el 5 %.
No obstante, en términos relativos, las comunidades autónomas con mayor susceptibilidad climática a la desertificación son Murcia (prácticamente el 100 %), Castilla-La Mancha (95 %) y Extremadura (90 %).
La desertificación abarca a toda la región mediterránea española porque su mayor aridez -escasez de lluvias- dificulta la regeneración natural y también es acusada en Extremadura y Castilla-La Mancha.
El supuesto cambio climático incide en la poca recuperación de las condiciones naturales por ser intenso y acelerado, explica Del Barrio, ya que «así no es posible la adaptación de los ecosistemas afectados, deja muy poco colchón ante los abusos que cometemos en el medio natural».
La desertización hace referencia a un territorio que se convierte en desierto por causas naturales, mientras en la desertificación interviene la actuación del ser humano esquilmando, sobre todo, el agua.
«El Cabo de Gata, en Almería, es árido, con pocas precipitaciones, y no puedes esperar una vegetación frondosa, pero si la existente resulta insuficiente o el suelo no da el rendimiento apropiado, estaría degradado», explica Del Barrio coincidiendo con la celebración este jueves del Día Forestal Mundial.
Los lugares con procesos de desertificación activos se encuentran muy vinculados a la agricultura de regadío, según este investigador del EEZA que afirma que en España «hay muchos regadíos sobre terrenos salinos, por ejemplo el valle del Ebro, donde el agua moviliza sales del suelo y con el tiempo se crea una capa superficial de sal, el cultivo se abandona dejando el espacio en unas condiciones peores a su anterior uso agrícola».
En el actual escenario climático, «el gran almacén de ahorro hídrico» frente a la sequía son las aguas subterráneas, cuya «activación» es una de «las grandes apuestas» del Gobierno, ha indicado el secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, con motivo del Día Mundial del Agua.
Su férrea defensa del medio ambiente y la transición ecológica desde el Gobierno, ha llevado a Hugo Morán a promover estos años una protección a ultranza del Mar Menor en Murcia, de las Tablas de Daimiel en Castilla-La Mancha y del parque nacional de Doñana en Andalucía, conocido como la joya de la biodiversidad en España.
En una entrevista con Efe, Morán (1963) ha hecho hincapié en que España es un país con un «recorrido muy largo y solvente» en materia de agua y con un conocimiento desarrollado en gestión de las aguas superficiales sustentado en el principio de unidad de cuenca.
A la pregunta de si los acuíferos y ríos son una de las grandes fuentes de acceso al agua, ¿qué medidas están pendientes desde el Gobierno para preservarlos en la lucha contra la sequía?
La respuesta de Morán fue que «en un futuro escenario de cambio climático con menores aportaciones y con una reducción de escorrentías y de recursos en aguas superficiales, el gran almacén y el gran banco de agua son las masas de agua subterráneas. Ahí, tenemos mucho espacio que recorrer en términos de conocimiento.
«Esa es probablemente una de las grandes apuestas que en estos momentos, el Ministerio intenta activar a través del proyecto estratégico para la recuperación y transformación económica (Perte) de digitalización del ciclo del agua con programas de seguimiento del estado de las masas de agua subterráneas. Necesitamos en un tiempo lo más corto posible, tener conocimiento homogéneo de lo que significan las aguas superficiales y en iguales términos, lo que significan las aguas subterráneas», añadía.
Morán también recordó que la desalación y la reutilización de aguas son opciones que hace no muchos años no estaban presentes en la dieta hidrológica del país, pero el conocimiento acumulado, el desarrollo tecnológico nos han convertido en un país que construye desaladoras en muchos países: desde Australia a Sudáfrica, pasando por Oriente Medio y los países árabes.