Los
españoles solemos llegar a los acontecimientos y dramas europeos en el
segundo acto. Nos pasó con la transición, que empezó un año después de
la caída de las dictaduras portuguesa y griega (mira tú...); nos pasó
también con la victoria socialista de 1982, un año después de la del
Partido Socialista en Francia y el PASOK en Grecia (mira tú...). Ahora,
en el nuevo drama de la rebelión contra la dictadura de hecho de la
troika, después del primer acto con la victoria de Syriza, viene uno
segundo con las elecciones españolas, dividido a su vez en cuatro
cuadros: las andaluzas de marzo, las municipales de mayo, las catalanas
de septiembre y las generales de noviembre si llegamos a ellas.
No se nos dirá que no practicamos el vivere pericolosamente
de los futuristas. Cuatro elecciones en un año con un gobierno
pendiente de la crónica de tribunales por si lo llaman a declarar; una
economía que no levanta cabeza; un sistema de partidos con uno de
derechas anegado por la corrupción y tres de izquierdas, mal avenidos
entre sí y no muy unidos internamente; una Constitución cuestionada por
amplios sectores sociales; y una posibilidad de secesión de una parte
nada desdeñable del territorio del Estado. Cada una de estas elecciones
será un fin en sí mismo y, al mismo tiempo, un modo de calibrar fuerzas y
adoptar tácticas para las siguientes de forma que, cuando llegue la
última, en noviembre, es probable que nada se parezca a lo que ahora
vemos.
En nuestra época, la de la información en llamado tiempo real,
las reacciones a los acontecimientos se producen antes de que estos
concluyan. Son instantáneas y, claro, bastante bobas. Dice el portavoz
del PP, Hernando, que los resultados griegos no son extrapolables a
España. ¿Por qué no? Básicamente porque no le gustan. Si le gustaran lo
serían y en ambos casos él hubiera parecido más inteligente de haberse
callado.
El PP abrió su convención con un remake del parque jurásico, de la mano de Aznar y su recio estilo falangista.
La vieja guardia de la orden de los sobresueldos cerró filas en torno
al hombre previsible, el del sentido común que, francamente asustado,
dedicó su intervención a amenazar con el sacamantecas de Podemos,
advirtiéndonos del peligro de jugar a la ruleta rusa. Oído a la imagen
que es tremenda y revela verdadero pánico.
En
Valencia, grandioso recibimiento de Pablo Iglesias al grito de
"¡Presidente! ¡Presidente!". El mismo Pablo Iglesias que venía de
refutar en la televisión a cuatro o cinco periodistas dialécticamente
armados hasta los dientes, con la misma serenidad con que el mozo
Jesús confundió a los doctores en el templo y que ambos me perdonen la
comparación. Con Grecia, dijo, comienza el tic tac del reloj
que marcará el paso de Rajoy a la historia, en donde le está esperando
la crisis. Otra imagen curiosa. Quizá proceda del tic tac del cocodrilo en Peter Pan. Y, bien mirado, si Inda es don Pantuflo, Rajoy tiene algo de capitán Garfio.
La intención inmediata de Podemos es convertir esa apoteosis valenciana en una gran marcha-marea el 31 para que el tic tac se haga atronador. Por cierto, igual que en Valencia ha sonado Al vent, de Raimon, sugiero que en la marcha del 31 pongan un tema de Mikis Theodorakis, por ejemplo, Un mundo libre de la banda sonora de Z. Así suena Grecia. Más.
En
el PSOE, en donde han decidido echar a suertes los primeros en
Andalucía, cunde el desconcierto. Con un PP casi fuera de juego, como si
en vez de ser Andalucía fuera Cataluña, las elecciones se van a reñir
entre las tres fuerzas de la izquierda, las dos institucionales y la
emergente. Ojalá no se pongan muy agrias porque, conocida es la opinión
de Palinuro, tendrán que entenderse después. Pero la procesión
socialista va por dentro. Susana Díaz entretenida primero en las
elecciones y luego en su maternidad, no considera de momento la
posibilidad de optar a la secretaría general de su partido.
Pedro
Sánchez tiene expedito el camino. Lo malo es que no hay camino. Haber
estado ausente en Grecia es mal comienzo. El PP fue a apoyar al
perdedor, Nueva Democracia. Por eso el resultado no es
extrapolable, claro. Syriza contó con el apoyo entusiasta de Podemos y
en la sombra y como de tapadillo, el de IU. Pero el PSOE no tenía a
quién apoyar, después de la escisión del PASOK del movimiento de
Papandreu que, por cierto, no ha conseguido escaño. Debe de ser la
primera vez que no hay un Papandreu en el Parlamento griego desde las
guerras del Peloponeso.
Para compensar Pedro Sánchez ha decidido
adherirse a la doctrina Hernando, sentenciando la melonada de que Grecia no es España.
No, ni Arabia Saudí. Y el PSOE tampoco es el PASOK, con su 4,6% del
voto. Pero, si se esfuerza, puede llegar a serlo. También el PASOK
alcanzó el 48% del voto en 1981. La fortuna es una diosa cruel. Grecia
no es España pero muchísimos españoles, quizá millones, están
entusiasmados con ella. Y Grecia ha votado a una izquierda nueva, que no
es la comunista tradicional -a la que el electorado considera
anquilosada- ni la socialdemócrata, impregnada de neoliberalismo. Ha
ocupado el lugar de la auténtica socialdemocracia y por eso dicen los de Podemos que su programa es el de la socialdemocracia.
¿Y
cómo ve esto Sánchez? Mal, supuesto que lo vea. Tiene por delante dos
tareas muy difíciles: de un lado, recapitular la ejecutoria de gobierno
del PSOE, reconocer los errores y presentar propuestas factibles de
corrección. De otro, articular un discurso reformista que converja con
las otras izquierdas y resulte creíble. Y no ayuda nada a ello sino todo
lo contrario, que prosiga su política de colaboración con el gobierno
hasta en sus aventuras más autoritarias y antidemocráticas, como en el
caso de la reimplantación de la cadena perpetua con otro nombre.
Carece de sentido que el PSOE pretenda encabezar una política de ruptura como la que reclama una gran cantidad de gente, entre ella muchos de sus votantes, porque no puede y, en el fondo, no quiere. Pero cuanto más claramente de izquierda sea el discurso socialista más se aproximará a una acción común de las tres fuerzas que Palinuro considera inevitable. Entre otras cosas porque tanto IU como el PSOE disponen de aparatos de partido sólidos de los que carece Podemos. Y son imprescindibles para administrar en todos los niveles un país que se quiere gobernar.
Quedan las elecciones catalanas de septiembre. Están presididas por un conflicto nacional que los partidos nacionalistas españoles se niegan a admitir. Serán plebiscitarias, diga Rajoy lo que diga con esa fantástica habilidad de no decir jamás nada con algún contacto con la realidad. La única incógnita será qué porcentaje de votos conseguirá Podemos y exactamente qué posición representarán en la cuestión de la independencia. Dicho en román paladino: si, al día siguiente de las elecciones plebiscitarias, y según sea su resultado, los soberanistas hacen una declaración unilateral de independencia, ¿qué votarán los diputados de Podemos?
En noviembre volvemos a hablar.
Carece de sentido que el PSOE pretenda encabezar una política de ruptura como la que reclama una gran cantidad de gente, entre ella muchos de sus votantes, porque no puede y, en el fondo, no quiere. Pero cuanto más claramente de izquierda sea el discurso socialista más se aproximará a una acción común de las tres fuerzas que Palinuro considera inevitable. Entre otras cosas porque tanto IU como el PSOE disponen de aparatos de partido sólidos de los que carece Podemos. Y son imprescindibles para administrar en todos los niveles un país que se quiere gobernar.
Quedan las elecciones catalanas de septiembre. Están presididas por un conflicto nacional que los partidos nacionalistas españoles se niegan a admitir. Serán plebiscitarias, diga Rajoy lo que diga con esa fantástica habilidad de no decir jamás nada con algún contacto con la realidad. La única incógnita será qué porcentaje de votos conseguirá Podemos y exactamente qué posición representarán en la cuestión de la independencia. Dicho en román paladino: si, al día siguiente de las elecciones plebiscitarias, y según sea su resultado, los soberanistas hacen una declaración unilateral de independencia, ¿qué votarán los diputados de Podemos?
En noviembre volvemos a hablar.
Palinuro
lleva meses, años, pidiendo que la oposición presente una moción de
censura a este presidente, perfectamente caracterizado por Albano Dante
Fachin Pozzi como un imbécil.
Ningún
país que se precie, ninguna comunidad de ciudadanos que tenga en algo
su dignidad, pueden aceptar ser gobernados por un imbécil, un tipo que
lleva tres años haciendo y diciendo necedades, estupideces, sinsorgadas.
Es verdad que España tiene una larga historia de gobernantes idiotas,
desde Carlos II el hechizado hasta Aznar, pasando por Isabel II y
Francisco Franco pues que, además de imbéciles, hayan sido criminales y
genocidas, no resta un ápice a su imbecilidad. Y también lo es que a lo
largo de los siglos el país parece haber aceptado con resignado
fatalismo que, si alguien llega a presidir el gobierno, tiene muchas
probabilidades de ser un imbécil.
Entonces,
¿por qué molestarnos? Si Rajoy es un imbécil, no desentona. ¿Para qué
montar el lío de una moción de censura? Porque ahora llevamos ya un
tiempo en Europa y ahí detectan a la primera los gobernantes imbéciles,
se aprovechan de su imbecilidad y las consecuencias las pagan luego los
pueblos. Basta con mirar a Grecia. Así, desde el primer momento de su
mandato, Rajoy fue calificado en el Parlamento europeo como el líder más incompetente de Europa, lo que tiene su mérito porque los hay a porrillo.
Hay
quien sostiene que, siendo España una democracia, al menos formalmente,
si un imbécil tiene once millones de votos, deja de ser un imbécil para
convertirse en un estadista. Falso. Once millones de votos y once veces
once millones de votos pueden elevar al gobierno a un imbécil, pero
seguirá siendo un imbécil. Millones votaron a Hitler, un asesino;
millones a Nixon, un granuja; millones a Berlusconi, un crápula;
millones a Bush Jr., otro imbécil, perfectamente conjuntado con Aznar.
Los votos te dan el poder, pero no las neuronas.
Hay
otra razón. Este imbécil es, además, un corrupto, un tipo que lleva
veinte años cobrando sobresueldos presuntamente ilícitos, regalos,
viajes, dádivas de la Gürtel; veinte años siéndolo todo en un partido
que ha generalizado las prácticas corruptas, en donde unos sinvergüenzas
han amasado fortunas, han vivido a cuerpo de rey a costa de la
ciudadanía, han expoliado lo público, arruinado a cientos de miles de
personas y empujado al exilio económico o al suicidio a montañas de
gente. Un partido que más parece una asociación de malhechores, un
partido de granujas.
El partido de la de ¡que se jodan!, cuya padre, por cierto, está jodiéndose en la cárcel por delincuente.
Y
eso ya es la gota que colma el vaso. ¿Gobernantes imbéciles? Es el
destino. ¿Corruptos? ¿Para que nos roben? Hombre, ya está bien. Hay que
reaccionar y, en efecto, Palinuro lleva meses, años, pidiendo que la
oposición haga algo para que, además de robarnos, estos corruptos no nos
tomen por el pito del sereno. Jamás tuvo eco. Siendo secretario general
del PSOE Rubalcaba -que tenía muchos méritos para ser presidente de
España en la más acrisolada tradición de la imbecilidad- amenazó
tímidamente con presentar una y ya no volvió a mencionarla, como si
hubiera sido un exabrupto del inconsciente, una pesadilla producto de
una indigestión.
Por eso saluda hoy Palinuro y aplaude el espléndido, excelente, artículo de Odón Elorza en Publicoscopia titulado Del carnaval de Bárcenas/Rajoy a una moción de censura y
espera que tenga más eco que él. Elorza es una autoridad en el PSOE,
fue alcalde de San Sebastián, es diputado en las Cortes, hombre culto,
con criterio e independencia; hombre respetado. Ojala lo escuchen sus
compañeros y la dirección de su partido y comprendan que la moción de
censura, hoy, es mucho más que una medida política parlamentaria. Es una
obligación moral de la oposición que no puede seguir haciendo el juego a
esta banda de profesionales del mangue y el trinque a través de
sobresueldos, comisiones, mordidas y paraísos fiscales.
Palinuro,
mucho menos importante que Elorza porque es un modesto navegante a
quien solo escuchan los peces y las estrellas, no solo lleva años
pidiendo la moción de censura sino, prueba de su radicalismo, también
que la oposición haga una retirada al Aventino, esto es que, una
vez censurado el gobierno (aunque la moción no se gane tiene un enorme
poder politico y moral) deje de legitimar con su presencia la absurda
farsa en que se ha convertido el Parlamento, reducido a ser la clac de
un imbécil, y se retire a deliberar por su cuenta a otra parte.
Eso
sí sería hacer política a la altura de los tiempos y devolvería a la
oposición parlamentaria la iniciativa y la dignidad que la calle le está
negando.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED