¿En dónde dice la Constitución (CE) que
su acatamiento sea obligatorio al extremo de que, si no se produce, se
va a la cárcel y, si se produce, se sale de la cárcel? Esa obligación
estará en algún protocolo de toma de posesión regulando a alguna ley,
pero no en la CE que ampara asimismo a quien no la acate. Porque estos
presos lo están, en principio, porque hay riesgo de fuga, de destrucción
de pruebas o de reiteración del delito, según la jueza. Pero no por no
acatar la CE.
Es
puro derecho penal del enemigo, administrado con espíritu de inquisidor
por el fiscal. La CE como artículo de fe, esa misma contra la que
votaron en su día los fundadores del partido que la esgrime como la maza
que el fiscal lleva en el apellido. Es tan absurda, tan rancia e
inverosímil esta propuesta que uno se malicia si, además de presos
políticos, los independentistas catalanes, son rehenes en una campaña de
intimidación ideológica.
Es
curiosa la tremolina armada con la cuestión del nombre, como si hubiera
un criterio universal definitorio de preso político. No lo hay. No lo
tiene Amnistía Internacional que se niega a reconocer a estas personas
la condición de presas políticas o de conciencia. Tampoco la tienen
otros presos políticos que se arroguen una especie de derecho
"profesional" por así decirlo.
La
condición de preso político no depende de la calificación del juez que
encarcela. Jamás, y es lógico. Esa condición depende de una valoración
distinta de las motivaciones y efectos de los delitos supuestos y del
impacto que ello tenga en la opinión pública.
El
gobierno no ocultó su cálculo desde el primer momento: al aplicar el
155 en Cataluña y dar barra libre a la judicatura estimulando el ya
encendido celo perseguidor del fiscal Maza, habría cierta reacción "en
la calle" breve, por lo demás y, en una semana o diez días, todo habría
vuelto a normalidad, como había pasado en el País Vasco cuando se
encarceló a Otegi.
Bastaba
coger el AVE, mirar y ver que era un cálculo erróneo. Pero cualquiera
dice a estos genios del gobierno que cada vez que hacen algo, meten la
pata. La brutalidad policial del 1/10, el 155 y el disparatado
encarcelamiento de medio govern así como la pintoresca euroorden
contra Puigdemont, acusándolo de un delito en Bruselas del que no le
acusa en Madrid, han provocado dos efectos simultáneos que tienen al
gobierno literalmente K.O.
Primero, la internacionalización. Obsérvese, internacionalización mediática. El gobierno y sus medios señalan la escasa repercusión institucional de la acción independentista en el extranjero. Obvio: en primer lugar, el medio govern en
busca y captura acaba de llegar y, en segundo lugar, lo que importa hoy
en la sociedad no son los debates parlamentarios, sino los mediáticos
que luego condicionan aquellos.
Y de presencia en los medios
internacionales no andan los independentistas faltos. Con la atención de
los medios internacionales enfocada a Cataluña, el margen de maniobra
del gobierno, al menos de las maniobras tramposas, se reduce mucho.
Añádase que esa Europa calvinista ve con el ceño fruncido que un
presidente acusado de cobrar sobresueldos en B se arrogue competencias
para imponer la legalidad en parte alguna.
Segundo,
una fuerte, coordinada y muy bien ejecutada reacción de movilización
permanente de la sociedad. Bastaba, en efecto, con coger el AVE, mirar
un poco las redes. Bastaba con enterarse, vaya, en lugar de mandar
matones a repartir leña por las calles, convocar manifas de autobús y
bocadillo o reclamar de los intelectuales a toda pastilla un nuevo
relato en defensa de la nación española.
Bastaba con darse cuenta de que
no era un problema de orden público sino una movilización colectiva,
transversal, masiva, pacífica que abarca toda la sociedad. En fin, una
revolución. Un movimiento horizontal, participativo, voluntario, de
redes distribuidas que no hay modo de contrarrestar, capaz de organizar
una huelga general en veinticuatro horas y paralizar el país.
¿Que
si son presos políticos las personas por cuya liberación luchan cientos
de miles de ciudadanos que los consideran sus líderes y representantes
democráticamente elegidos? No solo lo son sino que la desatenta
represión que los ha llevado a la cárcel junto al presunto maltrato que
sufrieran en el traslado, los ha aureolado de símbolos.
Tan
presos políticos son que el mismo gobierno filtraba hace un par de días
que había mandado "mensajes" al fiscal para que moderara su rigor; si
ese fiscal autónomo e independiente. Prueba, que ha pedido el
encarcelamiento de todas y está dispuesto a pedir el de Forcadell para
ayudar a la concordia y el entendimiento. Algo dirá la Unión
Parlamentaria Internacional y especialmente su sector feminista. Y ya
tenemos otro frente internacional abierto.
Todo
son rumores en la corte de la III Restauración. En no sé qué cuchipanda
real con besamanos y discursos, se rumoreaba que ya estaban dictadas
las órdenes de prisión de los comparecientes antes de que comparecieran.
En el siglo de oro eso se llamaba la justicia de Peralvillo;
hoy, más refinados, derecho penal del enemigo. Pues unos de esos rumores
cortesanos es que el gobierno hará saber a los independientes
magistrados del Supremo la conveniencia de poner a los presos en la
calle. Las interpretaciones vendrán luego.
Pero
la metedura de pata es descomunal. Quedan los procesamientos y queda la
busca y captura del presidente de la Generalitat en el exilio. Y, de
aquí al 21D, la corte va a ser un verdadero guirigay. El PSOE ha llegado
a la deslumbrante conclusión de que la vía judicial no resuelve los
problemas políticos, cosa que sabían las piedras de los caminos. Pero
tampoco tiene intención de hacer nada en las circunstancias. Iceta no
anda lejos de apoyar la razón carcelaria.
En Podemos les ha dado un
ataque de fiebre española. Carolina Bescansa, como Juana de Arco en su
día, levanta el pendón español, que sus compañeros tenían
vergonzosamente escondido. Su apuro es tan grande y su desastre catalán
tan patético que han tenido que firmar por cuatro puestos en la
candidatura de los Comunes; para que vean el partido.
Los de C's piensan
como Aznar, a quien sobra media Cataluña. Es lo que se llama ir de sobrado. Y su antiguo partido, actualmente en medio del via crucis de
la Gürtel. En serio, ¿no recuerdan los retratos de ese barbado
presidente al paño de la Verónica? Doblemente afligido porque, sobre no
saber cómo saldrá de la corrupción, si es que sale, tampoco sabe cómo
salir de Cataluña.
Para
los independentistas republicanos catalanes es la ocasión de sus vidas.
Para los unionistas monárquicos españoles, también; pero al revés.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED