Es difícil escribir sobre la nueva
consigna con la que el gobierno quiere abrir el curso político y
entretener a la afición sin perder la compostura. En el país del
regeneracionismo, con su caterva de ilustres figuras, como Costa o
Macías Picavea, hablar de regeneración y querer que sea democrática
implica cierta responsabilidad. Si se recuerda que al noble empeño se
aplicaron luego las brillantísimas generaciones del 98 y el 14, las de
Unamuno, Maeztu, Ganivet, Azorín, Ortega, Azaña, etc, la responsabilidad
adquiere tintes de osadía.
Hace falta mucha autoridad para invocar algo
de tanto peso en un país abrumado por una crisis económica y anodado
por otra moral, provocada por el carácter pandémico de la corrupción,
cuyo emblema es el caso Gürtel. Justo la mayor carencia del
gobierno del PP y, muy concretamente, de su presidente. Dado que este es
hombre a quien, según parece, todo le da igual, quizá piense que una
hábil campaña de agitación y propaganda a cargo de su frente mediático
sea suficiente para investirle con la autoridad moral que los ciudadanos
no le han concedido nunca ya que es el presidente peor valorado de la
democracia de modo sistemático, barómetro tras barómetro, desde que ganó
las elecciones de noviembre de 2011. Pero eso no es así ni en España.
La legitimidad del presidente para regenerar una democracia que ha
degenerado en gran medida por su responsabilidad es nula. Eso es lo que
la opinión pública le dice con su escasa valoración.
Las
razones de ese pobrísimo concepto son claras y abrumadoras. Ganó, sí,
las elecciones de 2011, pero con un programa y unas promesas que
incumplió por entero. Faltó a su palabra y se envaneció de ello con el
lamentable argumento de que, al incumplir su palabra, cumplía con su
deber, siendo así que cumplir la palabra es el primer deber de un
hombre. Y, si no, no haberla dado; o retirarse discretamente. Todo menos
invocar un empeño regeneracionista basado en una palabra que no vale
nada, como él mismo reconoce.
La regeneración quiere ser democrática,
pero no en el sentido de que se arbitre de modo abierto, mediante
diálogo con las otras opiniones, pues se presenta con la intemperancia
habitual de un Diktat, que es el espíritu propio del gobierno.
Las próximas elecciones municipales no auguran buenos resultados para
los partidos dinásticos, especialmente el de la derecha, por lo que no
será raro que la tal regeneración democrática se imponga por decreto
ley. Es tal la pasión de Rajoy con el sentido común que se ha quedado
sin sentido del ridículo. ¿O no es ridículo imponer la regeneración
democrática con desprecio al Parlamento?
Lo del desprecio al Parlamento no es figura literaria. En su comparecencia ante el Congreso el 1º de agosto de 2013, a la que accedió obligado por las circunstancias, a la que se vio literalmente arrastrado, Rajoy mintió asegurando que en el PP no había cajas B ni contabilidades paralelas y que no tenía contacto con Bárcenas desde tiempo inmemorial, siendo así que hacía poco le había mandado un SMS de ánimo. Si se puede faltar impunemente a la verdad en sede parlamentaria el Parlamento no vale nada.
Ni el resto del sistema democrático, ni la opinión pública, a la que se miente con absoluto desparpajo, diciendo que los salarios no bajan, que el paro desciende o que España lidera la recuperación europea. No hay nadie en el país que dé crédito alguno a las declaraciones de los gobernantes, en especial las de su presidente quien, puesto a fabular, abrió ayer el curso político hablando no de brotes verdes, que nadie ve, ni de luz al final del túnel que nadie divisa, ni de haber tocado fondo que nadie siente; habló de vigorosas raíces, algo que tampoco ve nadie, pero canta menos porque, al fin y al cabo, las raíces casi nunca se ven. En este caso, basta con creer en la palabra de Rajoy.
Si la mentira es la forma básica de comunicación del gobierno, si este gobierna mediante decretos leyes, si su acción es autoritaria, represiva, censora; si su presidente e innumerables dirigentes de su partido están acusados de distintos comportamientos cuestionables y diversas corruptelas, ¿qué quiere decir al hablar de regeneración democrática? Básicamente dos cosas.
Una: que quiere dar un pucherazo garantizándose la elección de sus alcaldes sin necesidad de mayoría absoluta, a menos de un año de las elecciones municipales. La democracia es sobre todo cuestión de formas y la forma más importante, la base del juego limpio, es que las reglas no se cambian unilateralmente y a la fuerza en mitad de la partida. La llamada "regeneración democrática" es profundamente antidemocrática. Por eso la llaman "democrática", sin ningún empacho.
Dos: que es bueno hablar de cosas nobles, como la "regeneración democrática". En realidad el propio gobierno lleva haciéndolo desde su primer día de mandato. Incluso encargó una propuesta a Ana Mato, si no recuerdo mal. El objetivo obvio es reconocer implícitamente la degeneración de la democracia, pero escurrir el bulto de la propia responsabilidad. En realidad, que no se hable de ella, que no se hable de lo que los ciudadanos consideran que es el tercer problema del país; de la corrupción.
Gürtel, Correa, el Bigotes, Sepúlveda, el Albondiguilla, Blesa, el Tamayazo, Urdangarin, Matas, Fabra, Camps, Baltar, los EREs andaluces, los sobresueldos en el PP, Aznar, Rajoy, Arenas, Cospedal e tutti quanti, Pujol, la infanta, el Rey abdicado, Bárcenas, la financiación ilegal, Fundescam, la Gestapillo, toda esta ópera de tres centavos, se sumirá en el silencio y el olvido gracias a unas medidas de regeneración democrática impulsadas por el partido y el gobierno en buena medida responsables de ellas.
No se dirá que no suena a chiste.
Lo del desprecio al Parlamento no es figura literaria. En su comparecencia ante el Congreso el 1º de agosto de 2013, a la que accedió obligado por las circunstancias, a la que se vio literalmente arrastrado, Rajoy mintió asegurando que en el PP no había cajas B ni contabilidades paralelas y que no tenía contacto con Bárcenas desde tiempo inmemorial, siendo así que hacía poco le había mandado un SMS de ánimo. Si se puede faltar impunemente a la verdad en sede parlamentaria el Parlamento no vale nada.
Ni el resto del sistema democrático, ni la opinión pública, a la que se miente con absoluto desparpajo, diciendo que los salarios no bajan, que el paro desciende o que España lidera la recuperación europea. No hay nadie en el país que dé crédito alguno a las declaraciones de los gobernantes, en especial las de su presidente quien, puesto a fabular, abrió ayer el curso político hablando no de brotes verdes, que nadie ve, ni de luz al final del túnel que nadie divisa, ni de haber tocado fondo que nadie siente; habló de vigorosas raíces, algo que tampoco ve nadie, pero canta menos porque, al fin y al cabo, las raíces casi nunca se ven. En este caso, basta con creer en la palabra de Rajoy.
Si la mentira es la forma básica de comunicación del gobierno, si este gobierna mediante decretos leyes, si su acción es autoritaria, represiva, censora; si su presidente e innumerables dirigentes de su partido están acusados de distintos comportamientos cuestionables y diversas corruptelas, ¿qué quiere decir al hablar de regeneración democrática? Básicamente dos cosas.
Una: que quiere dar un pucherazo garantizándose la elección de sus alcaldes sin necesidad de mayoría absoluta, a menos de un año de las elecciones municipales. La democracia es sobre todo cuestión de formas y la forma más importante, la base del juego limpio, es que las reglas no se cambian unilateralmente y a la fuerza en mitad de la partida. La llamada "regeneración democrática" es profundamente antidemocrática. Por eso la llaman "democrática", sin ningún empacho.
Dos: que es bueno hablar de cosas nobles, como la "regeneración democrática". En realidad el propio gobierno lleva haciéndolo desde su primer día de mandato. Incluso encargó una propuesta a Ana Mato, si no recuerdo mal. El objetivo obvio es reconocer implícitamente la degeneración de la democracia, pero escurrir el bulto de la propia responsabilidad. En realidad, que no se hable de ella, que no se hable de lo que los ciudadanos consideran que es el tercer problema del país; de la corrupción.
Gürtel, Correa, el Bigotes, Sepúlveda, el Albondiguilla, Blesa, el Tamayazo, Urdangarin, Matas, Fabra, Camps, Baltar, los EREs andaluces, los sobresueldos en el PP, Aznar, Rajoy, Arenas, Cospedal e tutti quanti, Pujol, la infanta, el Rey abdicado, Bárcenas, la financiación ilegal, Fundescam, la Gestapillo, toda esta ópera de tres centavos, se sumirá en el silencio y el olvido gracias a unas medidas de regeneración democrática impulsadas por el partido y el gobierno en buena medida responsables de ellas.
No se dirá que no suena a chiste.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED