El titular de Hacienda se dice más tranquilo que nunca, en medio de una campaña de derribo con epicentro en el propio Consejo de Ministros. Y la refriega no ha hecho más que empezar.
Con su clásico estilo sarcástico, ufano y entrecortado, Cristóbal
se ha echado al ruedo. El “aún” ministro de Hacienda -como dice cargado
de rechifla y un pelín de rencor un antiguo colega de Gobierno-, ha
iniciado una contracampaña para intentar la lidia de los bofetones que
últimamente le caen por todos los costados; desde los muy serios del Tribunal Constitucional
a los de bastantes medios de información, pasando, claro está, por los
de de muchos altos funcionarios del Ministerio (sobre todo los cercanos,
digamos, al Partido Popular) que por lo bajini, porque ellos nos son precisamente El Coyote, le ponen de chupa de dómine.
Él, Montoro, que
se dice más tranquilo que nunca, hace befa y algún escarnio de sus
lanceadores y se escandaliza, cáustico, así: “Pero, ¡qué clase de
derecha es ésta que no tiene otro ministro de Hacienda que yo!” Lo dice
riéndose con ese rictus de gazapo que tanto irrita a sus víctimas y que
él practica sin disimulo a sabiendas de lo mal que sienta a sus rivales.
Rivales que han padecido en
bastantes casos la pasión confiscatoria del departamento que él
“todavía” (regreso a la maldad del colega antedicho) y que no encuentran
esa es la verdad, prueba definitiva alguna como para convencer al
presidente Rajoy de que prescinda del ministro de Hacienda que más años en toda la Historia de España ha ocupado esa cartera.
Las últimas revelaciones resultan
en este momento insuficientes a no ser que pronto, lo cual es
imposible, el tribunal correspondiente dictamine que Montoro ha perpetrado los presuntos delitos de los que ambiguamente se le acusa. Pero -esto lo debe tener en cuenta el chulapo y pinturero ministro- la refriega no ha hecho más que empezar.
Ya ha salido a la palestra oblicuamente, eso sí, el que fue titular de Industria y Energía, José Manuel Soria, al que Montoro, según colaboradores del político canario, maltrató sin piedad, de palabra (bueno, así también lo hizo cuando Soria dimitió) y obra durante todos los años en que ambos compartieron el Consejo de Ministros.
O sea, que la gente empieza a
enseñar la patita más o menos para vengarse del justiciero. Otro de los
compañeros, es un decir, del gran fiscal del Estado, éste sí que lo es
realmente, está yendo más lejos en las puyas y las viene convirtiendo
directamente en una perversa diatriba: “¿Por qué me preguntan cómo sigue
Cristóbal de ministro de Hacienda?” avisa con la mayor
de las impiedades, y se responde: “A lo mejor es que tiene información
privilegiada muy potente”. Es decir: una auténtica bomba en el costillar
del ministro más repudiado desde los tiempos de Carrero Blanco.
Montoro, creo,
no se va a molestar en replicar a esta clase de insidias; se conforma,
lo cual en él puede resultar más peligroso, con tomar nota porque, según
suele afirmar con gran énfasis: “Soy prisionero de mis circunstancias”.
Bien es cierto que sus “circunstancias” no le han impedido señalar hace
muy poco tiempo que “puede haber más apellidos socialistas entre los
beneficiados por la amnistía fiscal que los que aparecen de otras
formaciones políticas”.
La advertencia ha sentado como un tiro al nuevo PSOE de Pedro Sánchez cuyo secretario de Organización, José Luis Ábalos, tiene asegurado que “eso dicho por un ministro de Hacienda, es absolutamente intolerable”.
Y es que la afición de Cristóbal Montoro
por el amago, que no por la amenaza nítida, es directamente
proporcional a su desprecio por los corporativismos, los clanes y, como
él dice sin ambages, las “capillitas”, vivan en ellas empresarios de
fuste, artistas de la farándula enfurecidos, o periodistas a los que,
sin pena alguna y con retroactividad infame, ha llevado sin pestañear al
cadalso de la ruina profesional y económica.
Tampoco entiende Montoro de amigos de partido; hace algunos meses Esperanza Aguirre se quejaba con razón de que Hacienda le había sometido a tres implacables y muy seguidas inspecciones fiscales. Montoro
ni se despeina, simplemente dejó caer que no entendía que “tiene esa
señora contra mí” y a mayor abundamiento, incidió en que la tal señora,
hoy en el paro, vive políticamente de tener rivales. Y se volvió a
quedar tan pancho sin precisar siquiera al mecharse sus canosas y
enlacadas guedejas. Así es él.
Sus lamentos, fíjense, se
encaminan más contra sus socios de partido que contra los demás
españoles en general. Opina, y no lo oculta, que bastantes entre sus conmilitones,
están muy convencidos de que meterse contra él, contra su rigor
presupuestario y, claro está, contra lo que él define como su “política
imparcial”, les confiere muchos votos.
Eso, desde luego, está por ver.
Tiene un alto concepto de sí mismo y, desde luego, de las políticas que
está realizando, incluso puede decirse que, piensa, que a este país, a
España, le conviene mucho, pero que mucho, la operación de limpieza que
él está dirigiendo sin pausa y con prisa para que no quede ningún
avispado, nadie que tenga la menor intención de engañarle, porque da la
impresión que para Montoro el contribuyente es siempre un individuo sospechoso.
Para Hacienda desde tiempos inmemoriales, en eso Montoro no se distingue, la presunción de inocencia no existe, es una bagatela. Al final y por lo que parece es que Montoro está creído de que su menester pasará como imprescindible y ejemplar en los libros de Historia. Vamos, que después de Mendizábal
no ha habido, ni habrá otro ministro que haya revolucionado con tanto
éxito la arquitectura fiscal de España siempre enmerdada, claro, por
individuos dispuestos a mentir al Fisco e incluso, si ello es posible, a
ciscarse en él.
Como además seguramente Montoro
tiene razón en que si no se hubiera desmentido a sí, incluso se hubiera
traicionado a sí mismo, y no hubiera emprendido una brutal subida de
impuestos de en 2012, España estaría ahora ocupada por los hombres de negro y gobernada a toque de corneta por los burócratas de Bruselas, como lo han estado, y aún lo están, Grecia, Portugal e Irlanda.
Para que vean hasta qué punto le
indigna al ministro que se dude de los beneficios de aquella despiadada
imposición. Él sigue sin someterse a filtro alguno y dice para provocar
un poquito más: “Vamos, que si nos hubiéramos quedado quietos nos
hubiéramos llevado por delante al euro y hasta a Obama”.
Ni más, ni menos, que así es Montoro. Y Rajoy, por ahora, le compra, por tanto que de “aún” ministro y cosas similares, nada de nada. Como Dante, perded toda esperanza. El que la tenga.
(*) Columnista