El genio nacional vuelve por donde
solía. Estaba el gobierno tan contento con el cisco de la marca
cataláunica porque así no se hablaba de la Gürtel, cuando la revelación
de esa cueva de empingorotados mangantes de la antigua Caja Madrid puso
de nuevo sobre el tapete la cuestión de la corrupción, un mal tan
acendrado como corrosivo y extendido en la actualidad, con implicación
directa e indirecta del gobierno central.
Porque,
efectivamente, en algún momento del inicio de esta legislatura se
produjo un cambio cualitativo en la resignada cuanto tradicional
convivencia de los españoles con un grado de corrupción superior a lo
que los otros países europeos toleran. Ya se sabía que España es tierra
de pícaros, que los políticos son unos galopines que van a lo suyo. Pero
había un ten con ten dado que la corrupción oficial, administrativa,
iba del ganchete con la social en un generoso espíritu de vivir y dejar vivir.
Ese clima de bonhomía corrupta es el que se rompió con el escándalo
Gürtel.
Por cierto que el episodio reúne tipos y caracteres no ya
esencialmente españoles en pintoresquismo y truhanería sino, incluso de
la comedia romana, de Plauto o Terencio: el bigotes, el albondiguilla,
Luis el cabrón, el curita. ¡Qué nombres! ¡Qué tipos! Dignos compañeros
de francachelas de Max Estrella. La gestapillo, el Jaguar invisible, el
casino fantasma de Eurovegas, el ático mutante, el aeropuerto peatonal y
otros hallazgos serán las fuentes de relatos para generaciones
venideras.
Pero
no es lo hispánico lo verdaderamente decisivo de la Gürtel y tramas
adyacentes, como la sucursal de Matas o el Principado de Noos. Lo
decisivo, lo que ha levantado pública indignación hasta en España, ha
sido su carácter oficial, sistemático, industrial incluso, con
participación de las más altas instituciones y magistraturas. Eso ya no
es la corrupción tradicionalmente hispánica del cacique, la rebotica, el
alcalde, el cura y el sargento de la guardia civil. Esto ya es la
estafa a lo grande, el expolio sin límites, una empresa o varias en una
compleja trama en la que aparecen y desaparecen flotas de coches de
lujo, paraísos fiscales, yates, fondos buitre, cacerías y safaris.
Absteneos plebeyos y dejaos explotar.
A
la vista de la presunta financiación ilegal del PP y de los
sobresueldos que sus dirigentes cobraban bajo cuerda, así como el
régimen de pago de servicios y obras, algún juez ha sostenido que, más
que un partido, parece tratarse de una asociación para delinquir. Lo que
sostiene Palinuro desde el comienzo de la Gürtel. El PP es una ventana
de oportunidad para hacer carrera política y forrarte. Es difícil que te
pillen porque está todo corrompido; y, si te pillan, se tratará de
obstaculizar lo que se pueda la acción de la justicia; y si, con todo,
te condenan, se te indulta.
La
Gürtel no ha dejado títere con cabeza en el guiñol patrio. La visita de
un Papa a Valencia, territorio Gürtel asaltacaminos, sirvió para
canalizar cantidades astronómicas a los bolsillos de unos cuantos
estafadores. La preocupación popular con la corrupción creció tanto que
hasta la Academia, lenta de ordinario, se puso a estudiar el fenómeno, a
analizarlo, compararlo diacrónica y sincrónicamente, clasificarlo,
interpretarlo, correlacionarlo con la cultura, la religión, el
desarrollo económico, definirlo. El resultado fue un ramillete de
teorías y tipologías de la corrupción, no todas congruentes entre sí,
con recomendaciones para acciones públicas que trataran de remediar el
fenómeno.
Armado
con algunas de estas teorías y la necesidad de presentarse ante la
opinión pública como adalid de la lucha contra la corrupción, el
gobierno lleva tres años hablando de medidas de "regeneración
democrática". El hecho de que sea preciso trompetearlas a los cuatro
vientos revela el bajo juicio moral que la opinión tiene sobre la acción
pública. Unas autoridades literalmente embadurnadas de corrupción que
dicen luchar contra ella merecen tanto crédito como una profesión de fe
vegetariana de una hiena.
La
Gürtel no es un caso de corrupción. Es la corrupción del sistema. Y un
sistema corrupto no regenerado acaba pudriéndose. La corrupción da paso a
la putrefacción. Dalí y Lorca, en sus años juveniles (Lorca no tuvo
otros) llamaban los putrefactos a los escritores y artistas
acomodados, aburguesados, sin ambición sino de fortuna y posición. Estos
mendas de la Caja Madrid con sus tarjetas bautizadas B, fórmula
minimalista por no llamarlas de las mil y una noches, tienen todos
méritos para optar al título de putrefactos, que no hará fortuna, a
pesar de su elegancia, porque la gente prefiere el más aceptado de
casta.
Y es lástima porque tiene fuerza y permite medir. Es tal el grado de
putrefacción que algunos putrefactos están comportándose como si, en vez
de ser españoles, fueran ingleses o marcianos: dimiten y hasta
devuelven la pastuqui; algunos que esto es España. La putrefacción es
más que la corrupción. El sistema no está corrupto sino podrido. Ahora
descubren los de Hacienda que eso de andar por ahí puliéndose la pasta
de los impositores o los accionistas pueda ser costumbre arraigada en
las empresas del IBEX. Por eso no pagan impuestos; necesitan el dinero
para despilfarrarlo en comilonas.
El
calificativo de antisistema que cierta derecha de Chindasvinto utiliza,
empieza a tener connotaciones muy positivas en la opinión pública. Si
eres antisistema, probablemente eres una persona honrada.
Pero el asunto no acaba ahí. Si proyectamos las actividades de estos pájaros a todos, daremos cuenta de una pila de millones que han afanado. Pero tampoco son tantos. Solo Caja Madrid nos ha costado no sé cuántos miles de millones de euros. Es decir, estos sinvergüenzas fardando de tarjetas en restaurantes de lujo quizá no sean más que comparsas, muñecos que sirven para ocultar las verdaderas operaciones de expolio, las de miles de millones. En todo caso, la investigación tiene que seguir hacia arriba, escalando por los correos de Blesa, al parecer también padre de la Gürtel. En todo caso, esos miles de millones y muchos otros, como los once mil millones de la Iglesia, los de las autopistas, los intereses de la deuda, son la crisis.
Lo que demuestra una vez más que no se trata de una crisis, sino de una estafa.
Pero el asunto no acaba ahí. Si proyectamos las actividades de estos pájaros a todos, daremos cuenta de una pila de millones que han afanado. Pero tampoco son tantos. Solo Caja Madrid nos ha costado no sé cuántos miles de millones de euros. Es decir, estos sinvergüenzas fardando de tarjetas en restaurantes de lujo quizá no sean más que comparsas, muñecos que sirven para ocultar las verdaderas operaciones de expolio, las de miles de millones. En todo caso, la investigación tiene que seguir hacia arriba, escalando por los correos de Blesa, al parecer también padre de la Gürtel. En todo caso, esos miles de millones y muchos otros, como los once mil millones de la Iglesia, los de las autopistas, los intereses de la deuda, son la crisis.
Lo que demuestra una vez más que no se trata de una crisis, sino de una estafa.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED