La sintonía entre El País y el gobierno es admirable. Un par de días después de que Rajoy aconsejara a los indepes catalanes que se separen de los radicales, el que fuera diario de referencia de la izquierda titula que "la CUP se hace con el control del proceso soberanista."
Como sabe todo el mundo, CUP es sinónimo de radical.
Al grano: los
radicales se hacen con el control, etc. No es sintonía; es coincidencia.
La finalidad: vencer el independentismo dividiéndolo. Eso de dividir al
adversario se le da muy bien a la derecha cuando se enfrenta a la
izquierda, a la que manipula. Está por ver si también lo consigue con
los indepes.
Carece de imprtancia si el anuncio de El País es verdadero o no. Extraer de los últimos acontecimientos relacionados con la CUP (el autobús, el cartel de Barrámoslos
con la figura de Mas y el juego del escondite con las 8.000 urnas) la
conclusión de que los "antisistema" controlan el proceso indepe es un
salto en el vacío colgado de la liana de la manipulación. Y, si se hace
sinceramente, muestra un grado alarmante de incapacidad analítica.
La
CUP es una organización antisistema radical. Es más cosas, desde luego y
muy interesantes, pero, a los efectos aquí, es antisistema y radical. Y
también es independentista, siendo el independentismo, según reiteradas
manifestaciones orgánicas, la prioridad táctica absoluta. La CUP apoya
el gobierno de JxS en el punto concreto de la independencia, tanto en
sus aspectos directos como indirectos. Pero en nada más. En el resto, es
una organización autónoma y toma sus decisiones que, a veces, causarán
problemas al gobierno de JxS. Es lógico y está en su derecho.
La
esperanza del sector gubernamental y periodístico es que esos
rifirrafes en el independentismo lleven a un enfrentamiento entre los
"burgueses" y los "radicales" que dé al traste con la hoja de ruta bien
porque los "radicales" impongan una ruptura por intransigencia o porque
los "burgueses" la fuercen pretextando esa misma intransigencia. La
esperanza viene añadida del recuerdo de que la CUP solo tiene diez
diputados pero son imprescindibles para la mayoría absoluta indepe. Una
situación en verdad compleja con cierta carga moral por ambas partes.
Evidentemente,
una ruptura sería el fracaso de la hoja de ruta y, en el caso de que se
cargara a cuenta de la CUP (los "radicales" de la derecha) demostraría
que en aquella, al final, habría prevalecido el criterio de la revolución social antes que la revolución nacional,
en contra de lo que hasta entonces habían afirmado. Se había llegado a
esta conclusión obvia al ver que, si no tienes un Estado, es inútil que
pienses en la revolución social. Si lo tienes quizá tampoco; pero, si no
lo tienes, despídete.
Y
es que, efectivamente, la CUP mantiene su criterio original: primero lo
nacional y luego, lo social. ¿La prueba? Que se ha aplazado la petición
de dimisión del conseller que denunció el asalto al autobús al
día dos de octubre. Así que, malas noticias para las esperanzas de las
derechas: de enfrentamiento, nada. De ruptura del frente indepe, menos.
El pacto llega hasta el 1º de octubre. Pero llega. Es incomprensible que
los analistas no lo vean. La CUP no controla nada.
Los de JxS, tampoco,
aunque tengan más margen institucional de maniobra. En realidad, el
llamado proceso no lo controla nadie en concreto, sino el apoyo activo
de una mayoría social. La Generalitat está sostenida, animada,
impulsada, asistida, acicateada por una sociedad civil muy activa, por
los sectores profesionales, empresariales, mediáticos, educativos,
religiosos, etc. Es un movimiento de masas. Los del 3% u ocultación del
3% parecen pasar por alto el 97% restante.
Y,
como tal movimiento de masas espontáneas y articuladas en muchas formas
de organización que se entrecruzan, nadie controla nada. Hay un control
generalizado difuso que tienen asumido todos las participantes. Y todas
quiere decir todos: el movimiento es democrático y pacífico.
El
próximo día de control difuso, previo a la fecha del 1/10, es el once
de septiembre, la Diada. Parada y revista de las fuerzas del referéndum.
Se oyen de nuevo las diatribas en el
interior de IU, las acusaciones y contraacusaciones; la trifulca. Traen
el recuerdo de agrias disputas del pasado y no tan del pasado. Este
clima de enfrentamientos, recriminaciones, escisiones y expulsiones es
inherente a IU en la medida en que esta prolonga un proyecto
esencialmente comunista. Ello no implica que el comunismo sea una
ideología intrínsecamente fraccionalista, pero sí que, como demuestra la
historia, nació de una escisión y vive en el enfrentamiento interno y
la discordia perpetuos. Tanto en España como en el mundo.
Cuando
comenzó la aventura de Podemos, hace ya unos años, Palinuro sostenía
que el movimiento, en su intención de “sorpasar” al PSOE, empezaría
funcionando como un sifón sobre la izquierda llamada transformadora y su
adalid, IU. También que la absorción de IU tendría sus peligros; el más
evidente que la organización fagocitada, por así decirlo, acabara
imponiéndose. Algo de eso debió de pensar el millón de votantes que les
negó la confianza en las elecciones de julio de 2016.
Bien a la vista está en este nuevo enfrentamiento entre IU y el recién nacido Actúa.
Viejos efluvios de la tradición comunista. No están los tiempos para
anatemas y purgas, pero la virulenta reacción de la jefatura de IU
muestra que el espíritu detrás de las formas más abiertas y razonadas,
es el mismo. Y con el mismo origen. Se ve en el artículo de Alberto
Garzón, titulado nada menos que "Llamazares y la honestidad política" en que ventila su querella con Llamazares invocando los intereses de IU y del PCE, ese partido que solo aparece para defender su derecho a existir.
No
sé si Llamazares hace bien o mal. No creo falten razones en uno u otro
sentido sobre decisiones personales de exclusiva responsabilidad de
quien las toma. Lo que me llama la atención es que la izquierda española
esté entretenida en estos aburridos asuntos en los que es imposible
discernir lo personal de lo ideológico y hasta de lo neurótico. En una
parte del Estado se dirime una cuestión de calado constitucional,
revolucionario, incluso, y la izquierda está ausente. El PSOE, por
descontado y los otros, entretenidos en sus quisicosas.
Y cuando deciden enterarse, empeoran la situación. Lo acaba de hacer Pablo Echenique con un artículo preguntando "¿Por qué Rufián no quiere que echemos a Rajoy?"
con la consabida respuesta del cuanto peor, mejor y en el que, en
realidad, muestra no entender gran cosa del proceso catalán. En el
fondo, el artículo es un intento de justificar por qué los de Podemos se
oponen a un referéndum al que se opone el gobierno al que ellos se
oponen. En todo caso, la intención es clara: los indepes deben aplazar
su justísima petición de referéndum al momento en que un impreciso
cambio en España les permita realizarlo.
El
argumento tiene un defecto de raíz porque si el referéndum que piden
los indepes se realizará cuando haya un cambio, ¿por qué no empezar el
cambio precisamente realizando el referéndum? Porque hay una diferencia
enorme entre las respectivas ideas que Podemos y los indepes se hacen de
su horizonte nacional. Por si acaso esto no quedara claro, puede verse con todo detalle en la respuesta de Gabriel Rufian a Echenique enumerando trece razones.
Cuando la izquierda española quiera entender qué ha pasado en Cataluña, ya habrá pasado.
Quizá sea esa la mejor forma de entender algo: en la distancia.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED