Vuelvo a discrepar de Felipe González. Mariano Rajoy lleva camino de
salirse con la suya -seguir en el poder por precaria que sea su
situación- pero, a diferencia del expresidente, yo creo que sí se lo
merece. No en el sentido de los méritos contraídos por el político, pero
sí en el de que le estará bien empleado al ser humano.
Lo que se avecina será malo para España porque implicará mirar hacia
atrás como la mujer de Lot mientras dure la legislatura; y no digamos
para el PP, que seguirá teniendo bloqueada su renovación. Pero aún peor
será para Rajoy que, en lugar de beneficiarse de un digno mutis por el
foro, terminará su vida pública cocinado con la salsa de su egoísmo en
la caldera del oprobio. Y si no, al tiempo.
Es el mismo camino que
eligió González en el 93, cavando así su tumba junto a la cal viva, en
el cementerio de las hemerotecas. Si se hubiera retirado a tiempo,
habría subido directamente a los altares. Sin su última legislatura,
habría pasado a la historia como el hombre que modernizó a la izquierda y
metió a España en Europa. Todo eso sigue siendo verdad, pero a la
sombra de la X de los GAL, la fuga de Roldán y la cintateca del CESID
porque un mal final arruina la mejor carrera. Que se lo digan a Juan
Carlos I.
La historia se repite en este caso a escala reducida. No
es lo mismo participar en una red de corrupción cobrando sobresueldos
en cajas de puros y proteger al cigarrero que montar una banda de
secuestradores y asesinos. Pero a cambio, comparado con González, Rajoy
es un dios menor con una situación parlamentaria mucho más frágil que la
de aquella legislatura. No diré que me alegro de lo que va a pasar,
pero sí que el estafermo se lo tiene merecido.
Nadie puede negarle
la cachazuda astucia con que, ayudado por la suerte, ha ido cerrando
todas las demás salidas a la sociedad española. Ni permitió el Gobierno
del Abrazo durante la abortada primavera política que siguió al 20D, ni
tuvo el menor escrúpulo en inflar el fantasma de Podemos para polarizar a
los votantes el 26J, ni se ha inmutado ante la constatación de que su
persona era el principal obstáculo que ha impedido abordar la gran
coalición que ahora le convenía a España. Pese a obtener el apoyo de
apenas un tercio del 66% que acudió a las urnas, ha repetido sin
ruborizarse una y otra vez que “la voluntad de los españoles” es que él
siga en la Moncloa.
Su probable investidura será el triunfo del
“chufla, chufla que como no te apartes tú…” con el que, como el baturro
del chiste, logrará detener momentáneamente el tren de la regeneración
democrática. Pero la mole de hierro seguirá estando ahí, la vía también y
su condición de obstáculo a remover habrá quedado más patente para
todos. Podía haber salido como víctima generosa y se queda como quiste
purulento. Buen escenario para el periodismo crítico y la oposición
política, malo para el interés general.
Debo confesar que el primer entusiasmo que sentí cuando escuché de
labios de Albert Rivera las seis condiciones planteadas a Rajoy se enfrió
bastante al comprobar su etérea formulación escrita. Aunque refleje
pretensiones encomiables, el folio entregado al presidente es un
documento deslavazado que en materia de praxis política –destitución de
imputados, bloqueo de indultos a políticos- añade poco a lo ya en boga y
en lo fundamental, que son los cambios normativos –nueva ley electoral,
final de los aforamientos, limitación de mandatos-, deja múltiples
resquicios a su incumplimiento. Es verdad que la comisión de
investigación sobre el caso Bárcenas será lo que marque la intensidad
del drama de la legislatura, pero el PSOE ya la ha propuesto y
Ciudadanos poco añade, excepto permitir al PP que finja acudir de buena
gana a ese cadalso.
Rivera acertó en el centro de la diana hace
menos de un mes, en el seminario de El Escorial, cuando dejó claro que
“sin regeneración no habrá estabilidad en España” y, puesto que antes
veremos a un dromedario pasar por el ojo de una aguja que a Rajoy ser
admitido en el paraíso perdido de la pureza democrática, lo único que
podría salvar a Ciudadanos de estar obligado a derribar cuanto antes el
gobierno que va a contribuir a investir, sería que la presidencia de
Rajoy, y por lo tanto su liderazgo en el PP, tuvieran el término de la
legislatura como fecha de caducidad. Es decir, que la teoría del mal
menor, invocada por Rivera para convertir su nuevo cambio de posición en
una especie de animus salvationis, fruto del estado de necesidad,
incorporara lo que en el propio entorno del líder naranja se ha descrito
como la “muerte en diferido” de Rajoy.
Después de dos campañas electorales en cuyos momentos culminantes ha
identificado la podredumbre de la vieja política con la figura de Rajoy,
con tanta elocuencia como apoyo documental, la credibilidad de Rivera
sufriría una fuerte erosión si ahora transigiera con su continuidad y se
amoldara a ella. Máxime cuando algunas de las vacas sagradas del Ibex
alardean en sus círculos fatuos de haber hecho entrar en razón al que
llaman “potrillo” indómito. Muchos votantes de Ciudadanos sentirían la
misma decepción que sintió Ortega cuando su paladín, Melquíades Alvárez,
aceptó que el Partido Reformista colaborara con Romanones, viejo
cacique del Partido Liberal, y harían suyas sus palabras: “¿Qué va a
ganar el armiño, sin más arma que su blancura, emparejándose con el
zorro?”.
El sentido de la responsabilidad frente al bloqueo
político que invoca Rivera y la nueva prueba de su capacidad de
maniobra, en contraste con el inmovilismo de los demás, también pesan en
la balanza, pero el saldo sólo le saldrá positivo si demuestra que es
capaz de cobrarse la pieza señalada, aunque sea a plazos y con
facilidades de pago.
Alguien próximo a Rivera me hablaba el otro
día de que las condiciones de Ciudadanos pretenden “fabricar el ataúd”
para Rajoy. Se trataría de convertir la investidura en una especie de
sastrería fúnebre del Far West, de forma que “el ataúd” quedara a la
vista de todos, permitiéndole a Rajoy elegir tan sólo el momento de
cerrar la tapa, como si la nueva legislatura fuera la pontevedresa
procesión de los muertos vivientes de As Neves que reflejó hace un par de domingos El Español.
El requisito clave para ello es que el candidato asuma la aplicación
retroactiva –no es una sanción penal- del límite de dos mandatos y
explicite ante el Parlamento que no volverá a encabezar las listas del
PP en las próximas elecciones.
Dudo mucho que Rivera consiga
obligarle a formalizar esa renuncia, pues Rajoy a lo que aspira es a
engañarle, como ha hecho ya con tantos otros más curtidos, y tratará de
dejar abiertas todas sus opciones. Pero será peor para él porque cuanto
más desairado quede Rivera ante el electorado centrista, más necesidad
tendrá de hacerle la vida imposible como gobernante. Ya que a él le
gusta tanto repetir que Rajoy nos obliga a elegir “entre muerte y
susto”, las circunstancias le permiten ahora presentar al presidente el
dilema de ataúd o calvario.
Así las cosas, Pedro Sánchez debería
darse cuenta de que nada le conviene tanto al PSOE como abstenerse en la
investidura y permitir que Rajoy forme un gobierno de enanitos
alrededor de María Dolores de las Mentiras y su industrioso marido. Con
la obligación de aplicar las medidas de austeridad exigidas por
Bruselas, un calendario judicial que abrirá al PP en canal y todos sus
notables, incluido el propio Rajoy, desfilando ante la comisión de
investigación, más que una legislatura eso será para la oposición un
Parque de Atracciones.
Teniendo el inestable pacto PP-C’s a un lado y el magma podemita de
ocasión deshilachándose al otro, el PSOE recuperaría enseguida esa
centralidad que ha marcado sus mejores horas políticas. Sánchez sólo
tiene un problema que es su propia supervivencia como Secretario General
pero, incluso desde esa perspectiva, le será enseguida más rentable
liderar una oposición que juegue con Rajoy al pim-pam-pum que tratar de
urdir una imposible amalgama para intentar de nuevo su propia
investidura. También Susana ha perdido fuelle y el deparar al
antagonista de Zapatero y Rubalcaba un mal entierro puede ser un buen
aglutinante interno.
A ver si Jordi Sevilla o Margarita Robles,
que manejan mejor las luces largas que Antonio Hernando o Luena,
convencen pues a Sánchez de que su gran oportunidad es aprovechar la
recta del puente de agosto para adelantar a González en la carretera del
pragmatismo. Aún estamos en “abstención, de entrada no” pero este
debería ser su referéndum de la OTAN.
Queda un argumento definitivo para
ello: sin investidura no habrá legislatura, sin legislatura no habrá
comisión de investigación y sin comisión de investigación Rajoy no
tendrá que responder de sus actos ante una mayoría parlamentaria adversa
a la corrupción. ¿Que se empeña en ser presidente?, ¿que se atornilla a
la Moncloa?, ¿que bloquea cualquier otra salida? Tenga pues su
merecido.
(*) Periodista