Fernando Mesa del Castillo era amigo mío de verdad desde hace mas de 50 años, vecino de juventud en la plaza Circular-Ronda de Levante y condiscípulo del Bachillerato en el Colegio de los Padres Capuchinos, al que llegué desde los Maristas en octubre de 1960 y donde me lo encontré por primera vez.
Hoy estoy compungido por su inesperada desaparición y porque ya no podrá acompañarnos al viaje a Tierra Santa que estos días de Navidad ya planificábamos ex alumnos cincuentones para el próximo mes de abril aunque su espíritu y su halo sigan, seguro, entre nosotros, todavía durante un tiempo.
Hoy estoy compungido por su inesperada desaparición y porque ya no podrá acompañarnos al viaje a Tierra Santa que estos días de Navidad ya planificábamos ex alumnos cincuentones para el próximo mes de abril aunque su espíritu y su halo sigan, seguro, entre nosotros, todavía durante un tiempo.
Como miembro de una saga de médicos de origen granadino, Fernando alcanzó finalmente la dirección-gerencia de la clínica familiar tras la, también prematura, desaparición gradual existencial de sus hermanos mayores, Jesús, Miguel y José Luis.
Y de ahí llegó a la cúpula de la Unión Murciana de Hospitales y a la presidencia de la Federación Nacional de Clínicas Privadas, seguro que sin perder valores por la sólida formación moral que recibimos todos a cargo del inolvidable padre Juan Crisóstomo.
Al final, tanta responsabilidad y mucha tensión acumulada en esta maldita crisis le ha roto ese gran corazón demostrado desde sus tiempos de muy buen jugador federado de baloncesto en el equipo 'San Buenaventura'.
Y de ahí llegó a la cúpula de la Unión Murciana de Hospitales y a la presidencia de la Federación Nacional de Clínicas Privadas, seguro que sin perder valores por la sólida formación moral que recibimos todos a cargo del inolvidable padre Juan Crisóstomo.
Al final, tanta responsabilidad y mucha tensión acumulada en esta maldita crisis le ha roto ese gran corazón demostrado desde sus tiempos de muy buen jugador federado de baloncesto en el equipo 'San Buenaventura'.
Al final de la tarde de ayer, otro amigo del colegio, Antonio Meroño, me llamó por el móvil a Alicante y me dejó helado porque, precisamente, yo tenía previsto quedar con Fernando en los próximos días para ir preparando un encuentro, no precisamente nostálgico, sugerido a ambos desde finales del verano por el doctor José María López López, también condiscípulo nuestro.
Lo primero que hice fue conectar con otro buen amigo y compañero en el equipo de baloncesto, Federico González de la Peña, al que localicé en su casa de la Dehesa de Campoamor. Se quedó más helado que yo todavía y procedió de inmediato a confirmar cerca de la familia los detalles y el plan fúnebre.
Lo primero que hice fue conectar con otro buen amigo y compañero en el equipo de baloncesto, Federico González de la Peña, al que localicé en su casa de la Dehesa de Campoamor. Se quedó más helado que yo todavía y procedió de inmediato a confirmar cerca de la familia los detalles y el plan fúnebre.
Luego llamé a Almería a Manolo Reyes y le puse un mail a Félix López-Villanova, al Centro de Control Aéreo de Sevilla, porque los que no vivimos habitualmente en Murcia tenemos mayor dificultad para enterarnos a tiempo de estas cosas. Ese mismo texto, en copia oculta, lo distribuí entre los compañeros del colegio de quienes tengo su dirección electrónica. La reacción estupefacta fue la misma en casi todos los que, a continuación, me llamaron por teléfono sin haberse hecho aún a la idea de la inesperada muerte de Fernando.
Recuerdo ahora visualmente a un Fernando adolescente ir y venir al patio del colegio desde su casa en el viejo sanatorio de su padre, el legendario Dr. Antonio Mesa del Castillo, ese cirujano andaluz de la Alpujarra que nos trajo hasta Murcia el devenir de nuestra Guerra Civil.
Era el menor de sus hermanos y muy implicado en nuestro emergente barrio de una ciudad en expansión aquellos años pero del que apenas nos ausentábamos durante el curso sino era para ir a esperar a su salida a las alumnas de 'Jesús María', donde supongo conoció a Amparo Rosique, luego su mujer y hermana de otro compañero mío en los Maristas y hoy secretario general de la CROEM, Pepe Rosique, lo que demuestra lo pequeño que era aquel casco urbano todavía demasiado rodeado de una huerta que luchaba contra el no menos arrogante ladrillo de la época.
Era el menor de sus hermanos y muy implicado en nuestro emergente barrio de una ciudad en expansión aquellos años pero del que apenas nos ausentábamos durante el curso sino era para ir a esperar a su salida a las alumnas de 'Jesús María', donde supongo conoció a Amparo Rosique, luego su mujer y hermana de otro compañero mío en los Maristas y hoy secretario general de la CROEM, Pepe Rosique, lo que demuestra lo pequeño que era aquel casco urbano todavía demasiado rodeado de una huerta que luchaba contra el no menos arrogante ladrillo de la época.
Tuvo Fernando la deferencia de invitarme en su día, años después, como a otros excondiscípulos, a la inauguración de las instalaciones de la nueva clínica 'Mesa del Castillo' en la Ronda Sur y de presentarme a Miguel, su sobrino arquitecto y autor del proyecto, tras la bendición por parte del padre Benjamín Piquer, fallecido pocos meses después, como hace poco se fue también el padre Clemente de Alcudia, igualmente capuchino, y muy ligado por lazos de amistad, vecindad y parroquia a la familia Mesa del Castillo.
Ambos, tío y sobrino, me enseñaron personalmente todas las dependencias, incluidas las habitaciones, y luego departimos largamente, en los jardines durante el cocktail, con otros invitados.
Ambos, tío y sobrino, me enseñaron personalmente todas las dependencias, incluidas las habitaciones, y luego departimos largamente, en los jardines durante el cocktail, con otros invitados.
Por esos años apareció por mi redacción de 'La Economía' otro sobrino de Fernando, hijo de Jesús, ese primer hermano fallecido prematuramente, que había estudiado Periodismo y deseaba colaborar con nosotros hasta que se marchase a Méjico en busca de temas para reportajes comenzando por la península del Yucatán. Recuerdo que le dije, a requerimiento suyo, que el chico valía para ésto de ser mensajeros de lo bueno, y lo menos bueno para algunos opacos recalcitrantes y que en este oficio podría, con suerte, ganarse bien la vida si completaba sus estudios con un buen postgrado.
A partir de ahí el doctor Mesa y yo coincidimos mucho menos al trasladarse él a trabajar y vivir al sur de la ciudad de Murcia pero siempre nos parábamos al encontrarnos en nuestro viejo barrio para preguntarnos mutuamente por sendas peripecias profesionales. La verdad es que siempre fué el mismo por ese gran fondo que tenía aunque últimamente se parecía físicamente menos a aquel jugador de baloncesto, ligero de piernas y de brazos, que resultaba ser un buen encestador si no se lo impedía a tiempo un tal Jesualdo Breis, el pivot del equipo adversario de Maristas de La Merced, que tan difícil se lo puso demasiadas veces.
Nunca me recordó, sin embargo, el ridículo que hicimos aquellos años de bachilleres quienes conformamos a toda prisa el equipo 'San Buenaventura' de hockey sobre patines y, sin saber patinar apenas, debutamos contra el equipo San Fernando B, del Frente de Juventudes, en las pistas existentes entónces en el hoy parking del sanatorio Virgen de la Vega, frente al Club de Tenis, en cuyas gradas recuerdo visualmente a un Fernando Mesa y a, hoy un ilustre letrado murciano con genes yeclanos, Joaquín Abellán Martínez-Abarca, literalmente retorcidos de risa al vernos a todos derribados en el suelo por el equipo rival cuando el suyo de baloncesto era el que mandaba y se enseñoreaba en todas las canchas de la provincia de la mano, además, de Andrés Martínez Pertusa, Ramón Rosique Cortés, Luis Federico López Marín, Federico López Guerrero, Antonio Mengual y Antonio Mas García, entre otros.
Nunca me recordó, sin embargo, el ridículo que hicimos aquellos años de bachilleres quienes conformamos a toda prisa el equipo 'San Buenaventura' de hockey sobre patines y, sin saber patinar apenas, debutamos contra el equipo San Fernando B, del Frente de Juventudes, en las pistas existentes entónces en el hoy parking del sanatorio Virgen de la Vega, frente al Club de Tenis, en cuyas gradas recuerdo visualmente a un Fernando Mesa y a, hoy un ilustre letrado murciano con genes yeclanos, Joaquín Abellán Martínez-Abarca, literalmente retorcidos de risa al vernos a todos derribados en el suelo por el equipo rival cuando el suyo de baloncesto era el que mandaba y se enseñoreaba en todas las canchas de la provincia de la mano, además, de Andrés Martínez Pertusa, Ramón Rosique Cortés, Luis Federico López Marín, Federico López Guerrero, Antonio Mengual y Antonio Mas García, entre otros.
La imagen profesional que me queda del Dr. Fernando Mesa es la de un buen especialista en digestivo aunque últimamente me hablaba más de columna y del dolor articular. Aunque ahora, además de médico, era un político y sé que esa reunión pendiente prevista para el pasado otoño, que ya nunca celebraremos por esta súbita marcha suya, era para hablar de política y darme a dúo un tirón de orejas con el Dr. López López, uno de los socialistas murcianos más honestos que pueda haber. Y quien me reveló lo 'muy preocupados' que tenía a los dos, hasta el punto de ser motivo recurrente en sus habituales conversaciones, lo que demuestra lo mucho que todos los excondiscípulos aún nos apreciamos entre sí aunque nos veamos poco.
Anoche, impedido por la noticia para concentrarme en mi trabajo de edición digital profesional de periódicos en Internet, me venía a la cabeza la imagen de su madre en el camino, por delante de casa de mis padres, para ir a su misa diaria en la iglesia de Nuestra Señora de los Buenos Libros (hoy San Francisco de Asís) y, la de su padre en el quirófano del viejo sanatorio familiar mientras, desde la camilla, yo observaba como él comprobaba, junto a su ayudante Isidoro García Valcárcel, el estado de mi cráneo tras un fuerte golpe contra el suelo en el patio del colegio, con resultado de conmoción cerebral.
Desde ese momento algún tipo de ligazón especial tuve con Fernando, que fué el primero de mis amigos, tras bajar de su casa en la última planta del mismo edificio, para visitarme en la habitación y decirme expresamente que allí algo mandaba él a los efectos de trato preferente por las enfermeras.
Así de claro y de buen amigo era Fernando con todos nosotros. Por eso hoy he desistido de desarmar mi árbol de Navidad para dejar sus luces encendidas como homenaje muy personal y para recordarme que él ya está observándonos para siempre desde las estrellas como un lucero más, al que buscar para dirigir la mirada en caso de zozobra o inquietud en estos tiempos de tanta turbulencia y pérdida actual de esos valores que, a nosotros, nos inculcaron 'a fuego' los capuchinos, especialmente en los ejercicios espirituales celebrados en el viejo seminario de verano, por casualidad muy cerca de donde él ha encontrado la muerte sin apenas sufrir y en contacto con la Naturaleza.
(*) Periodista y profesor