Yo pregunto a los presentes
si no se han puesto a pensar
que esta tierra es de nosotros
y no de los que tengan más.
Yo pregunto si en la tierra
nunca habrá pensado usted
que si las manos son nuestras
es nuestro lo que nos den.
A desalambrar, a desalambrar
que la tierra es nuestra
tuya y de aquel…
si no se han puesto a pensar
que esta tierra es de nosotros
y no de los que tengan más.
Yo pregunto si en la tierra
nunca habrá pensado usted
que si las manos son nuestras
es nuestro lo que nos den.
A desalambrar, a desalambrar
que la tierra es nuestra
tuya y de aquel…
Esto cantaba Víctor Jara antes de que Pinochet lo asesinara por el peligro que representaba empuñar una guitarra como toda arma.
Salvando las distancias y empuñando pluma y papel, pienso que aquí también ha llegado la hora desalambrar, de eliminar las alambradas virtuales, pintadas en un plano, que transforman un suelo rústico en urbanizable incrementando con ello el valor de los terrenos, un arma de doble filo de efecto bumerang que se ha tornado en contra de más de un iluso propietario que en vez de recibir el maná de los viejos tiempos, reciben el impuesto del IBI actualizado.
Por ello, lo que toca ahora es desurbanizar, dejar la tierra como estaba sin mas atributos que los que le son inherentes a su naturaleza rústica. Desurbanizar significa desclasificar la inmensa cantidad de suelo que en los gloriosos años de la burbuja inmobiliaria se reclasificó estúpidamente a lo largo y ancho de la geografía murciana, para mayor gloria y bolsillo de especuladores y algún que otro afortunado y para ruina y desgracia de inversores, propietarios, agricultores y el sector agropecuario en general, incluido el sector conservero.
Agricultores, propietarios e incluso inversores de buena fe, clamaban por la reclasificación de sus tierras y así obtener grandes plusvalías. Creían que les iba a salir gratis por eso de que a nadie le amarga un dulce, pero no ha sido así. El algunos casos se vendió el alma al diablo y se firmaron engañosos convenios urbanísticos cuyas contraprestaciones ahora no pueden pagar, en otros se vendió con opciones de compra o a cambio de obra y ahora no tienen ni el dinero ni los terrenos que el comprador hipotecó al banco y por último los mas afortunados siguen con la frustración de sus tierras baldías en espera de mejores tiempo.
Pero hete aquí, que no contaban con la pérfida Hacienda, si, con la hacienda pública siempre ávida de recaudación a través del IBI, que llegada la hora revisó los valores catastrales en función de la clasificación urbanística del terreno y les pegó el estacazo. Tierra recalificada, tierra revalorizada e impuesto correspondiente, impuesto que ahora escuece hasta el punto de que los que antes clamaban por la reclasificación ahora claman por la desclasificación.
Los impuestos, digamos que eran soportables cuando existían expectativas, ahora no hay expectativa alguna y solo quedan los impuestos, préstamos e hipotecas resultantes de vender la piel del oso antes de cazarlo, agua para todos, pisos para todos, mercedes para todos.
La crisis económica y particularmente en lo tocante al estallido de burbuja inmobiliaria, está poniendo las cosas en su sitio, nos devuelve a la realidad de lo que debía ser el urbanismo y no a la del urbanismo disparatado que nuestros responsables públicos nos pusieron delante de nuestras narices como si de una zanahoria se tratara. El error, el inmenso error que cometieron les proporcionó enorme rédito político, hasta el punto que la huerta tradicional de grandes propietarios de derechas, aparceros y medieros de izquierda, se transformó en la huerta de pequeños propietarios devenidos en conservadores.
La incompetencia y la responsabilidad de haber alentado falsas expectativas y con ello llevado a la ruina a haciendas y hacendados, empresarios, industriales, inversores y afines, nunca la van a reconocer sus responsables porque se creen poseídos de la verdad absoluta del liberalismo urbanístico que nos invade al margen de toda racionalidad y porque en algunos casos tendrían que devolver la pasta, la mordida y demás prebendas que la reclasificación urbanística proporcionaba.
Está ahora por ver, y este es el dilema, si los otrora entusiastas de enladrillar el municipio todo, están ahora por la labor de desurbanizar y devolver a las tierras sus verdaderos atributos rústicos, como demandan los pequeños y medianos propietarios que al fin y al cabo son los que votan en el municipio que es lo que en el fondo les importa, o si por el contrario habrá que estar a lo que manden los grandes propietarios y los bancos que mantienen hipervaloradas fincas e hipotecas por eso de la cuenta de resultados y balances, al menos hasta que se la endosen, mejor dicho nos la endosen, al mal llamado banco malo.
Para mayor complejidad nos podemos encontrar con lo sucedido en Irlanda e Islandia, también afectadas por la crisis y la burbuja inmobiliaria donde han optado por demoler casas y urbanizaciones completas para mantener los precios y equilibrar la oferta y la demanda, algo así como hacemos aquí con los limones y tomates cuando hay excedentes. No se si llegaremos hasta ese extremo, de lo que si estoy seguro es de que solo se demolerán casas si existe el riesgo, mas que probable por el camino que vamos, de que sean ocupadas por los desahuciados “antes muerta que sencilla”
Salvando las distancias y empuñando pluma y papel, pienso que aquí también ha llegado la hora desalambrar, de eliminar las alambradas virtuales, pintadas en un plano, que transforman un suelo rústico en urbanizable incrementando con ello el valor de los terrenos, un arma de doble filo de efecto bumerang que se ha tornado en contra de más de un iluso propietario que en vez de recibir el maná de los viejos tiempos, reciben el impuesto del IBI actualizado.
Por ello, lo que toca ahora es desurbanizar, dejar la tierra como estaba sin mas atributos que los que le son inherentes a su naturaleza rústica. Desurbanizar significa desclasificar la inmensa cantidad de suelo que en los gloriosos años de la burbuja inmobiliaria se reclasificó estúpidamente a lo largo y ancho de la geografía murciana, para mayor gloria y bolsillo de especuladores y algún que otro afortunado y para ruina y desgracia de inversores, propietarios, agricultores y el sector agropecuario en general, incluido el sector conservero.
Agricultores, propietarios e incluso inversores de buena fe, clamaban por la reclasificación de sus tierras y así obtener grandes plusvalías. Creían que les iba a salir gratis por eso de que a nadie le amarga un dulce, pero no ha sido así. El algunos casos se vendió el alma al diablo y se firmaron engañosos convenios urbanísticos cuyas contraprestaciones ahora no pueden pagar, en otros se vendió con opciones de compra o a cambio de obra y ahora no tienen ni el dinero ni los terrenos que el comprador hipotecó al banco y por último los mas afortunados siguen con la frustración de sus tierras baldías en espera de mejores tiempo.
Pero hete aquí, que no contaban con la pérfida Hacienda, si, con la hacienda pública siempre ávida de recaudación a través del IBI, que llegada la hora revisó los valores catastrales en función de la clasificación urbanística del terreno y les pegó el estacazo. Tierra recalificada, tierra revalorizada e impuesto correspondiente, impuesto que ahora escuece hasta el punto de que los que antes clamaban por la reclasificación ahora claman por la desclasificación.
Los impuestos, digamos que eran soportables cuando existían expectativas, ahora no hay expectativa alguna y solo quedan los impuestos, préstamos e hipotecas resultantes de vender la piel del oso antes de cazarlo, agua para todos, pisos para todos, mercedes para todos.
La crisis económica y particularmente en lo tocante al estallido de burbuja inmobiliaria, está poniendo las cosas en su sitio, nos devuelve a la realidad de lo que debía ser el urbanismo y no a la del urbanismo disparatado que nuestros responsables públicos nos pusieron delante de nuestras narices como si de una zanahoria se tratara. El error, el inmenso error que cometieron les proporcionó enorme rédito político, hasta el punto que la huerta tradicional de grandes propietarios de derechas, aparceros y medieros de izquierda, se transformó en la huerta de pequeños propietarios devenidos en conservadores.
La incompetencia y la responsabilidad de haber alentado falsas expectativas y con ello llevado a la ruina a haciendas y hacendados, empresarios, industriales, inversores y afines, nunca la van a reconocer sus responsables porque se creen poseídos de la verdad absoluta del liberalismo urbanístico que nos invade al margen de toda racionalidad y porque en algunos casos tendrían que devolver la pasta, la mordida y demás prebendas que la reclasificación urbanística proporcionaba.
Está ahora por ver, y este es el dilema, si los otrora entusiastas de enladrillar el municipio todo, están ahora por la labor de desurbanizar y devolver a las tierras sus verdaderos atributos rústicos, como demandan los pequeños y medianos propietarios que al fin y al cabo son los que votan en el municipio que es lo que en el fondo les importa, o si por el contrario habrá que estar a lo que manden los grandes propietarios y los bancos que mantienen hipervaloradas fincas e hipotecas por eso de la cuenta de resultados y balances, al menos hasta que se la endosen, mejor dicho nos la endosen, al mal llamado banco malo.
Para mayor complejidad nos podemos encontrar con lo sucedido en Irlanda e Islandia, también afectadas por la crisis y la burbuja inmobiliaria donde han optado por demoler casas y urbanizaciones completas para mantener los precios y equilibrar la oferta y la demanda, algo así como hacemos aquí con los limones y tomates cuando hay excedentes. No se si llegaremos hasta ese extremo, de lo que si estoy seguro es de que solo se demolerán casas si existe el riesgo, mas que probable por el camino que vamos, de que sean ocupadas por los desahuciados “antes muerta que sencilla”
¡Es el urbanismo, estúpido!
(*) Arquitecto y miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia