Yo fui creado por
el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor, y no hubo nada
que existiera antes que yo, abandona la esperanza si entras aquí”.
Dante Alighieri. 'La Divina Comedia'
Pablo Iglesias Turrión (Madrid, 1978) siempre podrá
decir que 2017 ha sido infinitamente mejor que 2016, año en que fracasó
estrepitosamente su intento de “asaltar los cielos” de la mano de Pedro Sánchez,
el alma gemela que tuvo hasta el pasado 1 de octubre, en la cuarta
planta de Ferraz 70, retornado ahora en una versión incierta.
Desde febrero goza de un poder omnímodo en Podemos, tras derrotar al posibilismo contemporizador que parecía encarnar Íñigo Errejón,
más convencido de que, aunque a los podemitas se lo pida el cuerpo -el
ADN chavista ejerce un poderoso influjo-, convertir la carrera de las
urnas en el pasaje del terror para hacer que se atemoricen los que manejan el cotarro no es la mejor fórmula para conquistar el poder.
Ahora, un reforzado Iglesias tiene como meta desalojar del Gobierno al Partido Popular en 2020. Siempre y cuando la ocasión esa ventana de oportunidad no se abra antes porque Mariano Rajoy se vea obligado a apretar el botón del pánico.
El paraíso
No cabe duda de que para Iglesias, uno de los políticos españoles mejor pagados de sí mismos, que hace gala de un adanismo político
que la mayoría de las veces puede ser desmontado sin extraordinarios
y sesudos análisis políticos, llegar a la Moncloa sería, en lo personal,
conquistar el paraíso.
Pero, tras el descenso a los infiernos de 2016, ¿tendrá que pasar por
el purgatorio que nos describió apocalíptica y magistralmente Dante Alighieri
hace ya siete siglos? ¿Tendrá que hacer parada y fonda en cada uno de
los escalones de aquella mítica montaña que sólo existía en la geografía
mental del florentino. Pasen, vean y juzguen ustedes mismos...
Lujuria
Para Pablo Iglesias, hacer arroz "es una cosa
imprescindible". Y si es en campaña electoral, más alegría para el
cuerpo. Además el líder de Podemos reconoce que tiene un ojo clínico
para reconocer, con tan sólo verlo en pantalla, si el político de turno
ha tenido un final feliz. Pero Iglesias no tiene ese problema: va con la paellera a cuestas de acá para allá. Hombre precavido vale por dos.
¿En qué momento del día no es nada recomendable tratar de llamar a Pablo
Iglesias, bajo el riesgo de meterla hasta el corvejón (la pata) y
cogerle en plena coyunda? Él mismo se lo desveló a Susanna Griso en una entrevista en Antena 3.
A Pablo Iglesias le faltó decirle a la presentadora de 'Espejo Público' que también le va algo lo sado, como confesaba en Telégram refiriéndose a la televisiva Mariló Montero o revelaba en este mitin, refiriéndose a Artur Mas.
Con lo que tiene encima el expresidente catalán, como para que encima
venga el líder morado a borrarle su sonrisa de cemento armado con todo
un kit fabricado en cuero negro.
Las dotes de Iglesias como casanova de la política española son tales que en los tabernáculos político-periodísticos ya le han valido el sobrenombre de "macho alfa". O "macho alfalfa", como prefieren llarmarlo algunos de sus detractores.
Pero el líder también tiene su corazoncito. Se derrite de la mano de la primera dama morada, Irene Montero, ascendida a portavoz del grupo parlamentario tras el errejonazo.
Gula
En materia gastronómica, Pablo Iglesias suele dárselas de hombre sencillo, de miembro nato de la "gente" del pueblo. ¿Su plato preferido? El cocido casero
de su madre: garbanzos, verduras, carne, tocino y embutidos varios.
Todo un homenaje a la arteria. Si toca comer o cenar fuera, lo suyo es
la comida china, con especial predilección por el arroz frito, los fideos con gambas o el pato laqueado de Pequín.
Tanta sencillez para yantar se evidencia como la antítesis de la
"casta" que nos rodea por doquier, la culpable de que en España haya
tantos niños a punto de morirse de hambre. Y menos mal que, al menos,
en Madrid tenemos a Manuela Carmena para evitar que la capital sea la Biafra de Europa por culpa del capitalismo salvaje.
No obstante, sin ser casta, el secretario general de Podemos es humano y, por lo tanto, tiene un paladar al que, de vez en cuando le gusta emocionar. A buen seguro, en sus mariscadas de a 160 euros
por coleta en compañía de Irene Montero y demás amigos, el tema de
conversación es, como dijo Iglesias, que "el problema no es quemar
contenedores, sino buscar comida en ellos". Eso sí, la caldereta de
langosta que se metieron entre pecho y espalda en un conocido
restaurante mallorquín de recopetín, el pasado verano, seguro que estaba
de lujo.
Avaricia
Es innegable que la política se ha convertido para Pablo Iglesias en una actividad mucho más rentable que dar clases en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. En un principio, fue necesaria la colaboración del régimen chavista de Venezuela y el patrocinio de Irán. Pero después le ha bastado con su actividad parlamentaria: es el diputado del Congreso con el colchoncito más mullido.
Tal y como refleja la declaración de bienes que todos los
parlamentarios están obligados a realizar ante la Cámara Baja, Iglesias
tuvo que pagar en 2015 casi 40.000 euros por concepto de IRPF. Ese año ganó 80.908 euros como miembro del Parlamento Europeo y 33.700 por su actividad televisiva. Además, en septiembre pasado, el saldo de sus cuentas corrientes se elevaba por encima de los 125.000 euros.
Claro que, el azote morado de los ricos también tuvo un pasado más
modesto. Tanto, que en algún momento de su vida no tuvo más remedio que
pagar en negro -en Alcalmpo, no, por descontado-, como así lo reconoció en la entrevista conjunta que, junto al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, le realizaron en Salvados. Al día siguiente de su emisión, en Onda Cero, siguió dándose golpes de pecho al respecto.
Si se marcó como la Pantoja un 'Hoy quiero confesar' fue "por
humildad" y porque le hubiera parecido "muy cínico decir que nunca
jamás". Sin embargo, fue incapaz de recordar cuándo, cómo, dónde y con
quién cometió tamaño ultraje a los principios fiscales que propugna.
Los pagos en B también le parecen maravillosos a Pablo Iglesias cuando se trata de 'uno de los nuestros'. En este caso, Pablo Echenique.
Cuando se supo que el actual secretario de organización de Podemos
había estado pagando en negro a su asistente personal, sin haberle dado
de alta en la Seguridad Social, el líder podemita consideró que
Echenique es "un ejemplo moral".
Pereza
El Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos (por sus siglas en inglés, TTIP)
ha sido, desde su nacimiento, uno de los caballos de batalla de
Podemos. Sin embargo, una mañana de junio de 2015, Pablo Iglesias,
entonces europarlamentario, se perdió una votación esencial sobre este
tema.
Aunque en Podemos explicaron en un principio que su
amado líder se había ausentado porque la votación coincidía con su
participación en una tertulia radiofónica, posteriormente tuvieron que
reconocer que a Iglesias se le pegaron las sábanas.
Tal vez la anécdota fue un síntoma de que su hiperactividad,
aparentemente a prueba de bombas, le estaba pasando ya factura a Pablo
Iglesias. Meses después, a poco menos de un mes de las elecciones generales de 2016, se evidenció que el líder de Podemos venía con la pájara a cuestas desde el mismo momento en que recogió su acta de eurodiputado.
En el mencionado debate con Albert Rivera ante Jordi Évole,
aparecía visiblemente cansado y bajo de forma y reconoció que él
"pensaba mejor cuando no tenía que trabajar tantas horas en Podemos".
Días después, resumió así lo que se pudo ver en Salvados:
'Despacico conmigo'. Así podría definir la actitud de Pablo Iglesias
con los que no le bailan el agua. Si le llevas la contraria, corres el
riesgo de desatar la caja de los truenos.
Aquí algunos ejemplos, de la ira que se desata, de
vez en cuando, en el líder morado. Casualmente, siempre que hay una
cámara delante. Sus víctimas predilectas, al más puro estilo
bolivariano, son los periodistas.
Este carácter afable de Pablo Iglesias con sus opuestos también ha aterrizado en el Congreso de los Diputados, como ocurrió recientemente cuando retó a un diputado del PP a que bajara a la altura de su escaño.
Envidia
Si alguna vez, Pablo Iglesias, tiene la tentación de repudiar su españolidad,
que se olvidé por completo. Porque el líder de Podemos ha pecado en
numerosas ocasiones de envidia, la "última gangrena del alma española",
como dijera Unamuno.
¿Y a quién envidia Iglesias? A los venezolanos, sometidos desde hace casi dos décadas a uno de los regímenes más represivos y empobrecedores de América Latina, del que él y sus cuates obtuvieron sustanciosos emolumentos por trabajos de asesoramiento.
Soberbia
El narcisismo político de Pablo Iglesias le ha
llevado, a veces, a confesar en público ciertas cosas que a uno le
cuesta creer que sean motivos de orgullo. Como su emoción al ver
policías apaleados por manfestantes violentos.
¿Recuerdan a Leire Pajín en 2009 refiriéndose al primer encuentro entre los entonces presidentes de España y Estados Unidos, José Luis Rodríguez Zapatero y Barack Obama como un "acontecimiento histórico en el planeta"?
Pues algo parecido le pasó a Pablo Iglesias en julio de 2016 cuando
tuvo la oportunidad de reunirse tres minutos con el anterior líder del mundo libre durante su fugaz visita a España.
Al acabar, Iglesias, presumió de que Barack Obama se
sintió "impresionado" por lo que había conseguido Podemos en la
política española en su corto tiempo de vida. Y también destacó que le
quedó tiempo para bromear sobre las corbatas del presidente de Estados Unidos.
La próxima conjunción planetaria, en el Alcampo de Vallecas.
(*) Periodista