Del animado proceso de desfiguración/reconfiguración que vive Podemos
desde su origen, ha llamado mi atención el atractivo que ejerce sobre
ciertos católicos o la afinidad que parece transmitir con el
catolicismo, incluso institucional. Dejo de lado el hecho, declarado, de
su intención de ser votado por todos los ámbitos ideológicos (o sea,
izquierda y derecha y, se supone, también católicos y laicos) para
aprovechar datos objetivos que me resultan sugerentes e indicativos.
Empecé
a tomar nota cuando por primera vez vi y oí en televisión a Carolina
Bescansa, una de las máximas responsables de Podemos, porque me recordó
inmediatamente a la catequista que tuve para mi primera comunión (lo que
nadie debe considerar despectivo, ya que me sigue alegrando, y mucho,
ver en mi pueblo a esa mujer). Y me resultó evocador el profuso empleo
que Podemos ha hecho desde su aparición del término 'círculo', con el
que ha denominado nada menos que sus organizaciones de base, evocando un
mundo de connotaciones religiosas evidentes, como aquéllas de los
"círculos" de la antigua Acción Católica (pero no solo esas).
Más, mucho
más, me interesó y dio que pensar el artículo que, hace un año y en
este mismo periódico, publicó el sacerdote murciano Joaquín Sánchez,
conocido por su denodada acción antidesahucios y su alineación o, al
menos, afición temprana hacia ese partido. En ese texto, el conocido
como 'Joaquín el Cura' decía, o venía a decir, se supone que muy
seriamente, que Jesús de Nazaret, o incluso el Hijo de Dios, «votaría a
Podemos» en el caso de desenvolverse hoy día por nuestros pueblos y
campos. Y se quedó tan pancho.
Unos meses después los medios
nacionales dieron gran relevancia al abandono de los hábitos de un
fraile cisterciense de Santa María de Huerta, José Antonio Vázquez, para
integrarse en Podemos creando, personalmente, el Círculo de
Espiritualidad Progresista de este partido, lo que al parecer tuvo un
inmediato éxito de seguidores en Facebook. De sus declaraciones se ha
destacado que, tras diecisiete años de vida monacal, asegura «conocer
bien la realidad», que «el papa Francisco coincidiría con muchos de
nuestros planteamientos» (de los de Podemos, se deduce) y que pensaba
crear en Vallecas «una fraternidad monástica ecuménica y laica». Pero
desde entonces no sé cómo le va entre ese cierto desorden poscenobítico.
Más
recientemente, la vicepresidenta primera de la Asamblea Regional de
Murcia, la dirigente de Podemos María López, expresaba en una entrevista "algo misteriosa y llena de indefiniciones pero de corte inconformista"
ideas de teóloga algo rara y católica no practicante, dejándose caer
con la ocurrencia de que «el papa Francisco es de Podemos, aunque él no
lo sabe». Menos mal que lo decía riendo.
Mi reflexión final me la
ha facilitado hace unos días el magnífico Manolo Rivas, ecologista
militante antes que autor literario de reconocidos méritos, sugiriendo
muy en plan gallego que «un demócrata cristiano, al estilo de Ruiz
Jiménez, sería capellán de Podemos».
Y a lo que voy. Me preocupan
sobre todo las manipulaciones de la figura de Jesús de Nazaret, del que
la historia apenas nos da cuenta y del que los relatos de sus discípulos
y seguidores (el llamado Nuevo Testamento) han sido siempre ambiguos y
contradictorios, aparte de entregados; pero que valen "y así siguen
aplicándose" para una cosa y la contraria. Meter en política al de
Nazaret, que es lo que en aquel texto hacía el admirable cura Joaquín
(al que todavía no conozco pero al que estimo porque todo lo que me
cuentan de él me lo merece), va contra una de las pocas cosas claramente
inteligibles del mensaje evangélico: «Dad al César lo que es del César y
a Dios lo que es de Dios». Y si tenemos en cuenta la insistencia
tradicional de sacerdotes y teólogos en que es la compasión y la
misericordia el núcleo de esa doctrina (lo que yo comparto), se trata de
un personaje apolítico o antipolítico.
El problema aquí es la
interpretación del Jesús humano e histórico, por el que el catolicismo
institucional nunca se ha interesado de verdad, quizás por miedo al
vacío. Porque si se aplica la ciencia histórica al personaje,
encuadrándolo seriamente en su país y su tiempo, los resultados tienen
que asustar a una Iglesia construida en gran medida sobre la fabulación y
apuntalada con el dogma y la represión. Leo ahora a J. A. Pagola y su
Jesús. Aproximación histórica, por insistencia de dos de los curas que
más aprecio (uno, maestro, y el otro, discípulo) y compruebo que incide
en la incapacidad generalizada de los teólogos católicos en ese trance,
inmiscuyendo la divinidad a la primera de cambio. Hay que apoyarse en
teólogos e historiadores de tradición protestante (además de los ateos)
para hacer investigación leal sobre el buen galileo; y por eso está tan
extendida la ignorancia de curas y católicos sobre el Jesús humano e
histórico ya que ni el seminario ni el púlpito se atreven con él.
No
me cabe la menor duda de que curas, monjas y practicantes debieran
abstenerse, a ser posible, de hacer política de primera línea, y cuando
la hacen debieran restringir al máximo sus opiniones de creyentes en el
foro político, que necesariamente debe ser laico; tampoco, por lo demás,
se acaban beneficiando a la larga los partidos que acogen este tipo de 'doble militancia' ya que la conflictividad, achacable a ambas partes,
resulta inevitable; y lo peor, creo yo, es la crisis interior que la
realidad política acaba induciendo en espíritus sensibles, generosos e
ingenuos. Y me da que a Podemos, y pese a su voluntarista y progresiva
indefinición, estos fervores de índole "¿cómo decirlo sin herir a
nadie?" bobalicona le pasarán algún día factura.
(*) Ingeniero, politólogo y ecologista