Acabo de leer un interesante artículo de Jordi Évole en El Periódico de Catalunya titulado Trampas.
Es un escrito ponderado, conciso y claro que expone un punto de vista
muy digno de tenerse en cuenta. El título se refiere a las trampas que
hacen los dos bandos hoy enfrentados en la cuestión nacional, el
nacionalismo español y el nacionalismo catalán. Unos y otros, dice
Évole, hacen trampas.
Desde
luego. La política no es un lance según las reglas de la moral
caballeresca, en la que las trampas están prohibidas. Antes al
contrario, en el enfrentamiento schmittiano entre amigo/enemigo, las
trampas son frecuentes. La cuestión no es si hay maniobras, juego sucio,
golpes bajos; la cuestión es qué actitud adoptamos frente a ellos.
Únicamente los fanáticos y sectarios sostendrán que los "suyos" no hacen
trampas sino solo los otros, los adversarios, los enemigos. El resto de
los mortales sabemos que tan trampas son las de los unos como las de
los otros. Se abre aquí, en esta oportuna observación, la vía para optar
a la actitud de la neutralidad o la equidistancia en un conflicto.
Pero, aun suponiendo que haya equidistancia sincera en los conflictos
políticos, que suelen ser morales, esta deberá tener en cuenta la
diferencia que pueda haber en cuanto a la naturaleza y el impacto de las
trampas.
Évole
cita las más obvias a que recurre el nacionalismo español y las del
nacionalismo catalán y matiza que son de dimensiones distintas. Sí, en
efecto, muy distintas. Completamente desproporcionadas. El nacionalismo
español cuenta con el gobierno, con sus aparatos represivos (policía,
tribunales, fuerzas armadas) y sus aparatos ideológicos, (medios de
comunicación y sistema educativo, clero católico); cuenta asimismo con
los poderes fácticos de la empresa y la banca y con la complicidad del
ámbito internacional, que es interestatal. Su poder es inmenso y las
trampas a su alcance mucho mayores de lo que pueda soñar el nacionalismo
catalán. No hay ni color. Equiparar en competencia tramposa el gobierno
de La Moncloa y el de la Generalitat es igualar una chinche con un
hipopótamo. Más claro y sin tapujos: Rajoy puede meter en la cárcel a
Mas (y de hecho, parece estar intentándolo) y Mas a Rajoy, no. Es lo que
se llama asimetría y, en términos más humanos, desigualdad de
oportunidades. Ser equidistante entre desiguales tiene sus
problemillas.
Además
de calibrar el empaque de las respectivas trampas es obligado averiguar
qué reacciones suscitan en ambos campos. No es frecuente que los
nacionalistas españoles critiquen las trampas que se hacen en su nombre.
A veces, si son muy disparatadas, casi dictatoriales, como esa reforma
de la ley del Tribunal Constitucional, se elevan voces de protesta.
Pocas y esporádicas. La crítica a las trampas del nacionalismo catalán
desde sus propias filas son, en cambio, más frecuentes. El mismo Évole
es muestra de ello, pues si bien no está claro si es o no partidario de
la independencia, sí se declara a favor del derecho a decidir y en forma
de un referéndum. Y critica las trampas de la Generalitat, dando carta
de naturaleza de este modo a una especie de equidistancia.
Una trampa es obvia, en línea también con la que señala El País de ayer en un insólito editorial en contra de Mas,
denunciando que este no diferencia entre sus funciones institucionales y
las partidistas, ideológicas, independentistas. Pero eso es exactamente
lo que sucede con todos los gobiernos en España, lo que sucede con
Rajoy desde el primer momento de su mandato. ¿Por qué es vituperable en
Mas lo que no lo es en Rajoy?
La
trampa mayor, a juicio de Évole, lo que más le preocupa, es el empeño
en convertir unas elecciones autonómicas ordinarias en un plebiscito. Y
no le falta razón al decir que la mecánica electoral, admitiendo
matices, no es la plebiscitaria, que no los admite. Los independentistas
han convertido unas elecciones ordinarias en un plebiscito y con ello
restan libertad a la gente, libertad de elección. O sea, libertad a
secas. Lo que corresponde ahora es averiguar por qué y si lo han
conseguido.
El porqué.
Los nacionalistas llevan años pidiendo un referéndum de
autodeterminación. Referéndum que se les ha negado siempre con un
aluvión de consideraciones de todo tipo que, al final, han ido
disipándose como las brumas del amanecer después del referéndum escocés,
quedando reducidas a la muy somera de que los catalanes no pueden hacer
un referéndum porque no. Hicieron entonces la consulta del 9N, dándole
ese nombre porque el de referéndum lo tenían prohibido. Finalmente, dan
en llamar elecciones plebiscitarias a las del 27 de septiembre. Y es así
porque no les dejan hacer un referéndum. Con todo, queda claro que la
condición de "plebiscitarias" viene dada porque el referéndum, al que
todos los partidarios del "derecho a decidir" aspiran, es imposible. Los
gobiernos de Madrid nunca lo permitirán.
El efecto.
Llamar elecciones "plebiscitarias" a las del 27 de septiembre no
significa que lo sean de derecho. Ni lo pretenden. Es un punto de vista,
una opción del bloque del sí a la independencia que tampoco se presenta
unido ya que tiene dos candidaturas. En función de esta interpretación
perfectamente subjetiva, el bloque del sí considera que la elección es
plebiscitaria porque todo lo que no sea "sí" lo contará como "no". Pero
esto es un juicio, una opinión, un criterio. Las demás opciones que no
son el bloque del sí no se consideran a su vez como un bloque. El PP,
Ciudadanos, el PSC y Catalunya sí que es pot, comparten algunos
aspectos pero menos de los que los separan y, de hecho, parecen ir a las
elecciones cada uno por su cuenta. En esa medida, estas elecciones no
serán plebiscitarias puesto que se votarán matices.
Justamente
esa es la base de la crítica de Évole. ¿Cómo van a ser plebiscitarias
si lo que cuentan son los escaños? Por supuesto, los escaños y los
votos, como en todas las elecciones. Y ello obligará a llegar a algún
tipo de pronunciamiento sobre qué porcentajes de unos y otros legitiman
una DUI. En tanto no tengamos las cantidades no es muy útil regatear
porcentajes.
Pero
sí se puede ir a la cuestión de fondo sobre si es admisible leer en
clave plebiscitaria (en realidad, de referéndum) el resultado de unas
elecciones autonómicas ordinarias. Si la respuesta es "no", nos podemos
encontrar con la paradoja de una mayoría parlamentaria de partidos
independentistas pero que no pueden implementar sus programas y que, en
consecuencia, no sirven para nada. Porque, en caso de que los hicieran
servir, tendrían que poner en marcha un proceso constituyente y, en
consecuencia, cambiar retrospectivamente la naturaleza de las elecciones
autonómicas ordinarias.
Pero
eso ya pasó una vez en la historia reciente. La Constitución de 1978
fue elaborada por unas Cortes que no se habían elegido como
constituyentes sino como Cortes ordinarias mertamorfoseadas luego en
constituyentes. Algo similar a lo que planea hacer el Parlament si
cuenta con mayoría independentista.
En
un conflicto tan desigual, tan desproporcional, la equidistancia entre
una gente que quiere votar y decidir su futuro y otra que no le deja no
es justa.
La desgracia de España
Es un triste sino que en el momento
probablemente más grave de su historia reciente, a las puertas de un
crisis que puede acabar con su existencia, España esté gobernada por un
tipo suma de todos los vicios y defectos personales de los seres humanos
y de los gobernantes españoles de la peor especie; un tipo mendaz,
intelectualmente nulo, desconfiado, sin escrúpulos, corrupto, fanfarrón,
embustero, falso, ignorante y rencoroso.
Su
tarea ha sido destrozar el país que recibió, aniquilar su Estado del
bienestar, destrozar la sanidad y la educación pública, desmantelar los
derechos de los trabajadores para que aumente la tasa de beneficio del
capital, paralizar la administración, descapitalizar y destruir los
servicios públicos para privatizarlos después, dejar desasistida a la
población dependiente, enviar a los jóvenes a la emigración, saquear la
hucha de las pensiones y dejar a los jubilados actuales o próximos sin
futuro.
Y
todo ello mientras tanto él como sus compadres de partido se han
enriquecido cobrando sobresueldos o saqueando las arcas públicas durante
años a través de una serie de delitos, desde la apropiación indebida a
la malversación de caudales públicos, falsedades y todo tipo de
latrocinios en el reinado de la corrupción. Un gobierno y un partido
repletos de enchufados, corruptos y presuntos delincuentes, muchos de
los cuales, pero no todos ni como debieran, están desfilando por los
juzgados.
En
numerosas ocasiones de su triste historia España ha estado gobernada
por estúpidos, incompetentes y ladrones. Pero no me parece que jamás se
haya dado una confluencia como la actual, con una asociación de
presuntos malhechores dotados de un poder ilimitado, producto de su
mayoría parlamentaria absoluta. Un gobierno protegido además por una
batería de medios públicos y privados, todos ellos a su incondicional
servicio y repletos de comunicadores pagados con dineros públicos para
mentir, provocar, falsear y distorsionar sistemáticamente la realidad.
La
esperanza de estos sinvergüenzas, heredada de la época dorada de la
dictadura, que es el régimen que añoran, es que, al haber controlado
todos los medios de comunicación y no tener reparos a la hora de adoptar
leyes represivas y autoritarias que impidan la crítica, la protesta, la
libertad de expresión cuenten con impunidad y puedan salirse con la
suya. La idea es presentar una realidad falsa y como recuperación del
país lo que no es otra cosa que su hundimiento.
Cuentan
con la inestimable ayuda de una oposición mayoritaria, socialista que,
más que oponerse, coadyuva al desastre porque por omisión, dejadez o
incompetencia, no es capaz no ya de controlar los desmanes de este
gobierno franquista sino de elevar la voz crítica. Una oposición que, en
el fondo, es cómplice, que lo fue con Rubalcaba y lo es en mucha mayor
medida con este Sánchez, incapaz de presentar una moción de censura a un
gobierno que ha destruido el país y que, en el colmo del dislate, se
apresta a aprobar los presupuestos del Estado prácticamente sin debate
para que le dé tiempo a convocar elecciones en las vacaciones de Navidad
y eso si las convoca.
Porque
si el gobierno es una vergüenza según todas los usos del Estado
democrático de derecho, la oposición del PSOE no le va en zaga.
Y
justo en el instante en que un movimiento independentista fuerte como
jamás ha cuajado en Cataluña, bajo la dirección de unos partidos y
grupos que han tenido la sabiduría y la decisión de aunar esfuerzos para
desvincularse de este Estado español, incapaz de modernizarse, hacer
frente a la crisis y sobrevivir por estar administrado, como siempre,
por una banda de incompetentes y presuntos ladrones.
El
movimiento independentista catalán es la única manifestación libre de
sentir popular que este gobierno inenarrable no puede controlar. Es la
opción democrática viva en el Estado español, la única que la banda de
presuntos chorizos con el sobresueldos a la cabeza no puede sofocar ni
ocultar. La única que se mantiene digna frente a las maniobras y
engañifas no solo de las fuerzas del gobierno y su partido sino también
del conjunto de la oposición, socialistas, comunistas y neocomunistas,
que forman vergonzante causa común con aquel para mantener el país en un
estado de sojuzgamiento que no tiene perdón.
Por eso merece ganar.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED