Sabido es, el franquismo descansaba en el ejército, la Iglesia y un confuso ente llamado Movimiento Nacional ideológico a la par que institucional, que contaba con una Ley de Principios de carácter constitucional.
Un partido único, en definitiva, con un secretario general que era a la
vez ministro y un jefe nacional, a modo de presidente, que era el Jefe
del Estado, caudillo de España por la gracia de Dios.
Ese ente magmático
estructuraba la carrera política de los franquistas, igual que el cursus honorum
de los romanos, e iba siempre sobre dos carriles, el del partido y el
del Estado. Se empezaba como jefe local del Movimiento y, por ende,
alcalde; se seguía como jefe provincial y, en consecuencia, gobernador
civil y, ya lo hemos visto, se terminaba como jefe nacional y, como es
lógico, caudillo de España. Una carrera política en un partido que era
el Estado y un Estado que era el partido.
Lo
que está haciendo el PP, ya desde su refundación en 1989, si no antes,
es reproducir el modelo franquista. La pertenencia al partido es una
carrera política. Los militantes son también cargos públicos. Son
alcaldes, presidentes de comunidades autónomas, consejeros, diputados,
senadores, ministros. Son profesionales de la política como en el
franquismo. Pero, a diferencia de la Dictadura, que garantizaba a los
militantes los cargos institucionales porque Franco los nombraba a
todos, incluidos los alcaldes, la democracia introduce un elemento de
incertidumbre si, por ejemplo, se pierden unas elecciones. Los partidos
no solo acusan las derrotas electorales en descensos de sus
presupuestos, sino también en el aumento de las cesantías. Para evitar
esta desagradable situación de los políticos "en suspenso", por así
decirlo, el PP parece haber generalizado el cobro de sobresueldos. El
sobresueldo ayuda a llevar los tiempos de sequía en cargos públicos.
Luego,
cuando se retorna a los cargos públicos se supone que se renunciará al
cobro de sobresueldos, entre tanto, objeto de indagaciones judiciales
por su naturaleza sospechosa. A veces no es así. En realidad, los
sobresueldos son la corrupción institucionalizada de unos profesionales
que tienen el partido como una empresa para repartir beneficios.
Y ¿qué
produce esa empresa? Esencialmente ideología que se articula luego en
políticas de desmantelamiento de todo lo público. Basta con escuchar al
nuevo alevín a quien Rajoy ha puesto de portavoz de la campaña, ese
petimetre heredero de Mont Pelerin pasado por algún think tank de descerebrados cuando dice que Papa Estado no tiene que decirme nada
o algo así de ingenioso.
A él, en concreto, tiene todo que decirle por
cuanto, si mis datos no son falsos, lleva toda su vida cobrando sueldos
públicos excepto dos meses que estuvo en algún banco suizo. Y no es
broma. Como no lo es el caso de este jardín de flores neoliberales que
pasan la vida entrando y saliendo de puestos públicos o semipúblicos,
como son los del partido.
Es el caso de Hernando, Báñez, Mato, Arenas,
Casado, etc. Por no hablar de Cospedal, Aguirre, Ruiz Gallardón, Aznar o
el propio Rajoy, todos ellos altos funcionarios o fedatarios públicos
que llevan toda la vida en política en cargos desde los que predican y
actúan en contra de lo público, del Estado al que juraron (estos son
todos de jurar) servir.
Esa
reproducción del Movimiento Nacional es la causa de la corrupción
generalizada. Los casos de Matas, Fabra, Baltar, Bárcenas, la Gürtel,
Pandora, etc no son "casos aislados". Son pruebas de una corrupción
institucionalizada, estructural, una forma ordinaria de actuación del
partido del gobierno. De hecho, hay algún juez que ya imputa un
comportamiento ilícito al partido como tal, que se ha lucrado de
presuntos delitos. Sin ningún tipo de límite.
Realmente,
hay una conciencia de indignación ciudadana notable. Es la que ha
llevado al gobierno de la derecha a pertrecharse material y
jurídicamente para reprimir las manifestaciones posibles de descontento
popular. La Ley Mordaza es literalmente un abuso. La tendencia
autoritaria insoportable. Esas medidas de seguridad por decreto contra
el terrorismo yihadista que el PSOE está negociando con el gobierno preanuncian represión indiscriminada de musulmanes.
Sánchez ha estado especialmente desafortunado al ofrecer su apoyo al gobierno en nombre de la doctrina de la seguridad. Lo primero que hizo Bush Jr., fue formular una doctrina de la seguridad nacional que propugnaba políticas preventivas,
con las cuales llevó a su país a la guerra del Irak. A su país y a
medio mundo. Eso de la seguridad es demasiado serio para dejarlo en
manos de gente con pocas luces.
¿O
va a apoyar Sánchez también en nombre de la seguridad esta nueva vuelta
de tuerca dictatorial de dar plenos poderes a Rajoy? Porque de eso se
trata.
El primer acto de las las próximas elecciones municipales en España se
ha celebrado en Grecia, cuna de nuestra civilización, según ha recordado
siempre tan pedagógico el presidente Rajoy, por si alguien lo había
olvidado. Le ha faltado señalar que Grecia es una gran nación. Como España, aunque menos. Por eso no lo ha dicho.
Paseando la bandera
Efectivamente,
los griegos han podido escuchar a Pablo Iglesias por la televisión,
pidiendo en inglés el voto para Alexis Tsipras, de Syriza, porque es un
candidato griego (la otra es Angela Merkel por intermedio de ND y el
PASOK) que devolverá al país la soberanía nacional.
Esa expresión traerá cola en España. Los nacionalistas españoles
pedirán la misma contundencia en favor de la soberanía nacional española
y los catalanes en favor de la catalana. Porque, dirán, no está bien
proclamar fuera lo que no se defiende dentro. Eso es lo que hace Rajoy
cuando acude a luchar por la libertad de expresión en París pero la
reprime en Madrid.
Iglesias
se ha dirigido a los griegos en inglés correcto, directo y sintético.
Ha sido una aparición en plasma, como la famosa de Rajoy, pero con
fuerza presencial. Ni en plasma puede Rajoy dirigirse a los griegos
porque no es que no hable inglés; es que tampoco lo lee. Así que, nada, a
tomar un avión y presentarse en Atenas, abrazarse a Samaras, arengar a
la población en ese español que el presidente se gasta y decir las cosas
que dice. Ha dicho a los griegos que prometer imposibles solo genera frustración.
Podría haber añadido que lo sabe por experiencia porque tiene al país
rabiando. Incluso en su partido. Si Iglesias ha ido a decir a los
griegos algo que le pueden cuestionar en casa, la advertencia de Rajoy
suena directamente a pitorreo.
Lo
cual demuestra que el auditorio en el que piensan los oradores es
español. Pedir el voto para Tsipras es pedírselo a los españoles para su
alter ego peninsular. Decir a los griegos que no voten a Syriza, es
decir a los españoles que no voten a sus primos hermanos los adanes
de los imposibles. Uno puede pensar lo que quiera del razonamiento de
Iglesias, pero lo que dice es bastante razonable. Lo de Rajoy, en
cambio, es un dislate porque si alguien ha prometido imposibles ha sido
él. Admitido por él mismo. Pero no concluye que haya generado
frustración sino, al contrario, optimismo, ilusión, sano crecimiento,
raíces vigorosas. O sea, una misma promesa genera frustración u
optimismo, según lo decida Rajoy. Un dislate.
Los
dos discursos en el ágora han sido opuestos en todo. El de Iglesias fue
positivo, pidiendo el voto para Syriza y, de rebote, para Podemos. El
de Rajoy, negativo, pidiendo que no se vote a Syriza.
El
tercer político con aspiraciones, Sánchez, está en Washington,
entrevistándose con la directora del FMI. También fuera. Pero no en
Grecia en donde los socialdemócratas acaban de escindirse y es probable
que ni siquiera sepa aún de qué lado caerán los españoles. De todas
formas, antes de salir, ha dejado un regalito envenenado en forma de
acuerdo con el PP para legislar ad hoc contra el terrorismo
yihadista. Envenenado para los suyos, obligados a defender lo
indefendible, esto es, que se colabore con un gobierno que restringe las
libertades y derechos cuanto puede, solo por ese prurito de dar imagen
de sentido de Estado. Es que es de risa. Terrorismo yihadista,
cuando nadie sabe qué quiere decir eso ni por aproximación y, por lo
tanto, puede significar cualquier cosa y encubrir cualquier atropello.
La
subalternidad de la socialdemocracia frente a la derecha española más
cerril es lamentable. Ahora que el Tribunal Supremo puede abrir una
línea sucesoria de bastardía en la Corona es un buen momento para que
Sánchez precise hasta dónde llega su adhesión a la monarquía frente a
esa República que dice llevar en su corazón y que, podrá ser nefasta,
oligárquica, mediocre, lo que se quiera, pero no ridícula, porque la
sucesión en la máxima magistratura depende de la voluntad de la gente y
no de los lances amatorios del Jefe del Estado.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED