La fulgurante aparición de Podemos ha
sembrado el desconcierto en el sistema político, lo cual es una muestra
de lo lentos que somos en nuestras percepciones y nuestra poca capacidad
para explicar las novedades. Hace lustros que se teoriza sobre la
"sociedad de la información y la comunicación", la "sociedad mediática",
las democracias de los medios. Pero seguimos sin entender cómo
funcionan. Los partidos ya no se fundan en modestas tascas de barrio o
en los mullidos despachos de abogados y banqueros y en relaciones
personales. Surgen de una realidad abigarrada, fragmentada, que llamaría
"postmoderna" si supiera qué quiere decir eso. De una comunicación que
trasciende el orden personal, mediada por las TICs. Incluso algún
adelantado del análisis político académico, como Rospir, propuso
llamarlos media parties hace años. Podemos tiene algo de esto, pero no se agota en ello. Ni mucho menos.
Sentado, pues: la reacción mayoritaría del establishment político mediático ha sido hostil. Eso que antes se llamaba el sistema, un término similar al de casta
de Podemos y también muy conveniente porque permite identificar un
enemigo y hacerlo de un modo suficientemente vagaroso para incluir o
excluir de él a quien nos parezca en cada momento. Ese pronombre "nos"
es la clave del concepto, la clásica e implícita contraposición entre
"nosotros " y "ellos". Aclaro que me refiero a la vieja idea de sistema.
Esta reciente que se trasluce de las acusaciones de "antisistema" en
boca de gentes conservadoras es un contrasentido que no cuaja, pues usan
el término sistema como sinónimo de "orden constituido", el que las
beneficia a ellas.
La
reacción ha sido muy hostil. La derecha no ha parado en barras y tanto
sus políticos, diputados como sus innúmeros portavoces en los medios y
tertulias han ido al ataque en todos los frentes, político, ideológico,
social, personal. Con tanta saña que algunos se preguntan si no se
conseguirá el efecto contrario de ensalzar la formación a ojos de la
opinión pública. Porque esa opinión es muy contundente. Pablo Iglesias
es el líder mejor valorado en los sondeos; Mariano Rajoy, el peor. Ya no
gana ni al socialista.
El
PSOE ha sido más moderado, pero su reacción es igualmente hostil.
Podemos es antisistema, populista y neobolchevique. Alfonso Guerra
propone una alianza entre PP y PSOE frente al resurgir de neofascismos y
neocomunismos. Es comedido. No menciona Podemos, pero no hace falta.
Felipe González sí se desmelena más y compara Podemos con Chavez, Le
Pen, Beppe Grillo y Syriza. Otro que tampoco entiende la sociedad
mediática en la que vive y sobre la que teoriza. Si algo tienen en común
Chavez, Le Pen, Beppe Grillo y Syriza es que salen por la tele. Pero
eso le pasa a él también, así que habría que incluirlo en la lista de no
ser porque esta lista es una tontería, con todos los respetos.
La
reacción de IU es cautamente ambigua. Los resultados electorales
recientes y el sentido común indican que la federación ha sido el
principal caladero de votos de Podemos. De ahí esa actitud ambivalente
de sí pero no, somos lo mismo pero no somos lo mismo y otros sofismas
que no dejan mucha salida a ninguno de los dos porque tampoco Podemos
puede permitirse ir a una alianza con una fuerza tradicionalmente
perdedora y ahora debilitada precisamente por su presencia. Es una
situación cruel, pero no tiene otra salida que la hegemonía de Podemos à tout hazard.
Porque,
efectivamente, contra pronósticos, Podemos supone una alteración
sustancial del sistema político. Al día siguiente de las elecciones
europeas (que hicieron trizas la autoestima de los sondeos) hubo una
cascada de dimisiones en otros partidos y fuerzas; hubo primarias,
secundarias, terciarias y hasta tercianas. Incluso ha amanecido un
proyecto de reforma de la Ley Electoral General, dentro de un plan
pomposamente llamado de "regeneración democrática". Lo suficiente para
que, al margen de consideraciones más o menos coyunturales, se intente
un análisis, siempre provisional, pero imparcial del fenómeno. Confieso
de antemano que mi imparcialidad es compatible con mi simpatía por el
movimiento y sus dirigentes, a algunos de los cuales conozco
personalmente y de los que me siento cercano, especialmente Iglesias,
Errejón o Urbán.
Podemos
tiene una faceta inmediata, práctica, contingente. A ocho años de una
crisis sistémica, aguda y que parece no tener fin; a tres años de un
gobierno especialmente antipopular, autoritario y corrupto de la
derecha; con una sociedad civil desmoralizada, después de una
experiencia de fracaso del último gobierno de Zapatero, el terreno
estaba baldío pero en barbecho. La aparición de un movimiento nuevo,
fresco, joven, sin vínculos con el oscuro pasado, dirigido por una
personalidad fuertemente carismática, popularizada en los medios de
comunicación, viralizada en las redes sociales, iconografiada ya
hasta en videojuegos, tenía que despertar una oleada de simpatía
popular, adhesión y, por supuesto, esperanza. Porque todo eso se da en
un contexto social caracterizado por un paro juvenil masivo que hace
hablar de una "juventud sin futuro", una contradicción en los términos
porque la juventud es el futuro.
Pero
Podemos tiene una faceta mediata, de más peso teórico, menos
transitorio. Tiempo habrá de estudiar hasta qué punto el movimiento se
fragua en las asambleas del 15-M, pero la relación entre ambos, 15-M y
Podemos es evidente. Es más, hasta cabe decir que esta fuerza es la
forma que adquiere el debate algo atascado en el 15-M, acerca de cómo
alcanzar eficacia en la acción política, si manteniendo la asamblea u
organizándose en partido. De ahí que Podemos tenga todavía pendiente
esta cuestión organizativa, que ya se verá cómo se soluciona.
Al
margen de ello, sin embargo, sí parece claro que la organización de los
círculos acepta el principio democrático de que al poder se llega
ganando elecciones. Eso del neobolchevismo es un golpe bajo. Ahora bien,
las elecciones tienen unas condiciones, unos requisitos, formales y
materiales que, de siempre, han sido fuerte escollo para las
aspiraciones de las izquierdas en todo el mundo. El primero de todos,
dictado por la experiencia, es que en las sociedades occidentales (a
falta de nombre mejor) la mayoría, que es lo que se precisa para ganar,
es centrista. Las opciones, en consecuencia, moderan su lenguaje y sus
programas para no verse arrinconadas. Ahí tiene poca cabida la
disyuntiva crasa izquierda-derecha que, sin embargo, sigue siendo real,
de forma que se multiplican las anfibologías, los eufemismos: clases
medias, los de arriba y los de abajo, etc.
Hay
más, mucho más en los procesos electorales (listas, escutinios, etc),
pero nos quedamos con la cuestión esencial: cómo obtener la mayoría
electoral para una opción de izquierda hoy. Hay dos pasos: a) coalición
de la izquierda (preelectoral o postelectoral) en sentido estricto; b)
coalición de la izquierda en sentido amplio.
Respecto
a a) no es exagerado decir que Podemos se perfila como el eje en torno
al cual quizá pueda fraguar una unidad de la izquierda. Si frentista o
no es cosa de terminología. El problema no es terminológico, sino de
contenido. Se trata de saber si las demás izquierdas, IU y sus
constelaciones, aceptarán formar parte de una alianza hegemonizada,
quieran o no, por Podemos. Doy por supuesto que esta coalición por sí
sola no daría el gobierno a esta unión de la izquierda. Si no fuera así y
se la diera, podríamos ahorrarnos considerar el paso b).
Respecto
a b) y en el supuesto de que a) salga adelante. Se trata de saber si en
la coalición entra o no el PSOE y cómo. Cuestión la más peliaguda por
las murallas de reticencias por todas partes. Según unos, es pronto para
decidir y conviene esperar los resultados de las municipales de mayo de
2015 y ver cuáles son los del PSOE. Si este va en una senda de pasokización o
si mantiene su segundo (y puede que hasta primero) puesto en la
dualidad de partidos dinásticos. Desde luego, las proporciones que se
decanten serán decisivas para las opciones que adopten los dirigentes. Y
es probable que, al final, la decisión recaiga sobre Podemos y el PSOE
ex-aequo.
Y aquí es donde hay que pensar si la sociedad española se merece otros cuatro años de gobierno de esta derecha.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED