Calculador, buen orador y siempre en busca de su hueco. Así definen
a Albert Rivera quienes le conocen de cerca desde sus inicios. Este
perfil es el fruto de una larga conversación con el propio Rivera y de
dos docenas de entrevistas con personas que presenciaron el ascenso del
presidente de Ciudadanos, el político español mejor valorado y el líder
de un partido que aún puede crecer más.
Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, desayuna Donettes y un zumo
de naranja de bote en la cafetería del AVE a las 7.30 de la mañana el
miércoles 25 de febrero. Viaja de Barcelona a Zaragoza con su esencial
corbata fina. Las encuestas profetizan que Ciudadanos será la cuarta
fuerza del próximo Congreso de los Diputados. Hay otro grupo, Podemos,
que se cuela entre los dos grandes partidos. En Podemos van en mangas de
camisa; son más rebeldes. Rivera sólo afina la corbata: quiere reformas
pero no revoluciones.
Rivera, a sus 35 años, no se pasa de moderno. Lleva aún un iPhone 4, a
pesar de que las chicas de prensa del partido tienen iPhone 6 nuevos.
José Manuel Villegas, director de gabinete de Rivera y diputado en el
Parlament, va con la tecnología española de BQ. Cuando el tren llega a
Zaragoza, un pasajero pide una foto a Rivera en el andén. Se agarran de
los hombros y Rivera levanta de puntillas el pie más alejado de su
admirador. Cada centímetro cuenta.
En Zaragoza tiene un acto para los socios de la Asociación de
Directivos y Empresarios de Aragón (ADEA). La entrada es con invitación y
la sala del Hotel Petronila para unas 600 personas está llena. Hay
gente que se ha quedado en la lista de espera sin poder entrar. ADEA
hace desayunos con otros candidatos. Rivera sólo es el segundo. La
primera fue Rosa Díez, de UPyD, que reunió a 300 espectadores.
Antes del acto, hay un desayuno cerrado con Rivera para los
patrocinadores de ADEA: Santander, Deloitte, Palafox Hoteles, Caja Rural
y La Caixa entre otros. Entre el desayuno y el acto posterior, el
director de ADEA, Salvador Arenere, llama varias veces “Álbert Riera” a
Albert Rivera. Hacia el fin del acto público, el presidente de
Ciudadanos no puede más y le corrige el apellido. Pero Arenere tropieza
una vez más antes de cerrar.
El error de Álbert “ocurre a menudo”, dice José Manuel Villegas.
“Riera” pasa menos, pero presupone poca familiaridad. Rivera y
Ciudadanos son sólo desde hace poco un nombre común en toda España. Este
perfil describe los inicios, el ascenso y la explosión de Albert Rivera
y su partido. Se basa en entrevistas con dos docenas de personas que
han tenido relación en distintas etapas con el presidente de Ciudadanos,
en noticias y en documentos oficiales.
El ascenso de Ciudadanos explotó a finales de 2014, cuando fracasó el
último intento de fusión con UPyD. Rosa Díez se llevó la peor parte y,
según las encuestas, la ciudadanía escogió al partido de Rivera como
mejor opción nueva en su franja ideológica. Este salto es la culminación
de años de esfuerzo. En noviembre de 2012, seis años después de su
creación. Ciutadans obtuvo nueve diputados en el Parlamento catalán. Era
el triple de los que habían conseguido en 2006 y 2010. Rivera empezó a
circular por tertulias secundarias y reivindicativas en canales como
Intereconomía o 13TV.
Antes de noviembre de 2012, la sala de prensa de Ciudadanos era poco
requerida. Debían insistir para buscar huecos en los medios para el
partido. Ahora, no. En su visita a Zaragoza, Rivera atiende a una docena
de medios a la vez e hizo entrevistas individuales con ocho periódicos,
teles y radios. En prensa tienen incluso que declinar peticiones. “Le
estamos dando demasiada caña”, dice el jefe de gabinete Villegas. “Se
enfadará. Si alguna entrevista sale mal por estar cansado, nos vendrá
con gesto serio”. Rivera, dice Villegas, no levanta la voz. Al rato, el
fotógrafo de EL ESPAÑOL, Alberto Gamazo, le hace unas fotos: “Te veo muy
rígido, Albert, relájate”. Es la una del mediodía: “A esta hora no doy
para más”, dice Rivera. “Es una vida apasionante”, le digo. “No te
rías”, responde, sin levantar la voz.
Hacia el Congreso, en serio
El asalto oficial de Ciudadanos al resto de España empezó el 27 octubre de 2013 con la presentación del Movimiento Ciudadano
en el Teatro Goya de Madrid: “Es el momento de enterrar las dos Españas
con siete llaves”, dijo Rivera. Los partidos políticos, su corrupción y
opacidad son el primer objetivo de esta regeneración. Hay que dejar
espacio a los ciudadanos en marcha: “La sociedad civil tiene que estar
libre y viva y no tenemos que meternos ni en las asociaciones de vecinos
ni en las cajas de ahorros ni en el poder financiero ni en las teles ni
en las radios”. La intervención pública debe, según Rivera, reducirse.
Rivera insiste en que para lograrlo la educación debe ser el camino.
Pero en el vídeo promocional del acto, incluso después de escoger las
mejores frases, Rivera repite tres veces que la educación es “el mayor
arma”: en masculino para una palabra femenina.
El mayor éxito de Ciudadanos en este camino han sido las europeas de
mayo de 2014. Ciudadanos logró medio millón de votos y dos
eurodiputados, Juan Carlos Girauta y Javier Nart. Fueron las elecciones
que también lanzaron a Podemos, que obtuvo más de 1,2 millones de votos y
cinco representantes.
Las nuevas aspiraciones implican un crecimiento vertiginoso. En el
último ciclo electoral, el partido presentó 70 listas; ahora preparan
700. La coordinadora de Ciudadanos en Aragón, Susana Gaspar, supo de
Rivera hacia marzo de 2013 gracias a tertulias en la tele. Menos de un
año y medio después se hizo cargo del partido en su comunidad. Si gana
las primarias del ocho de marzo, será candidata autonómica. En las
primarias podrán votar los más de 600 afiliados en Aragón. Antes de
noviembre, cuando Gaspar asumió el cargo, eran 147. El crecimiento se ha
debido a docenas de carpas del partido por ciudades aragonesas y a lo
que llaman cafés ciudadanos. Los cafés son encuentros programados con simpatizantes para que puedan consultar sus dudas sobre el partido.
No hay aún sondeos oficiales, pero cuando se le pregunta por su
futuro, Gaspar sonríe. Con las prisas, la sede central de Ciudadanos en
Barcelona solo ha aprobado de momento el programa para las municipales
en Zaragoza. El programa autonómico sigue pendiente a poco más de dos
meses de las elecciones. El panorama político en España cambia a una
velocidad que pone a prueba la capacidad de improvisación.
La prehistoria catalana
La creación de Ciudadanos se fraguó en un manifiesto de 15
intelectuales que creían que en Cataluña había un espacio para un
partido nuevo no nacionalista. El 7 de junio de 2005 hubo un acto de
presentación del manifiesto en el Centro de Cultura Contemporánea de
Barcelona.
Albert Rivera era entonces abogado en el departamento jurídico de La
Caixa. A finales de 2003 había pasado un concurso interno al que se
presentaron unas 1.500 personas para tres plazas, según un compañero de
promoción. La selección consistía en entrevistas sucesivas. La última
era con el letrado jefe de la asesoría jurídica de La Caixa, Sebastián
Sastre, que desde noviembre de 2013 es magistrado del Tribunal Supremo.
Rivera obtuvo una de las tres plazas. Otra fue para José María
Espejo, un madrileño tres años mayor que él. “Nos conocimos el día que
aprobamos”, dice Espejo. Se hicieron amigos rápido: “Teníamos
inquietudes por la política, eran los años del Estatut, del plan Ibarretxe”.
La política le gustaba a Rivera, y no sólo como aficionado. El
acontecimiento político que despertó su conciencia política fue el
asesinato de Miguel Ángel Blanco. “Lo viví como si fuera de la familia”,
dice. Rivera tenía 17 años. Cinco años después, con la carrera
terminada, llegó el momento de vivir la política más de cerca. Rivera
dice que ha votado al PSC, al PP y a CiU, pero se interesó sobre todo
por el Partido Popular, donde fue a pedir información. Rivera aduce que
nunca militó porque nunca pagó una cuota. Pero los Estatutos de Nuevas
Generaciones del PP establecen la distinción: “Los vigentes Estatutos
del partido establecen una única figura, la del afiliado, con dos
modalidades: militante, con obligación de cuota; simpatizante, sin
obligación de cuota”. Rivera estuvo afiliado al PP, pero no fue
militante. Recibía por ejemplo información del partido, pero no podía
votar en sus asuntos internos.
Los dos intelectuales que más se implicaron en la creación del
partido fueron el catedrático de Derecho Constitucional Francesc de
Carreras y el periodista Arcadi Espada. Rivera había hecho un curso de
doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona con De Carreras. Era
la misma época en que intentaba entrar en La Caixa. Cuando meses después
los intelectuales anunciaron su acto del manifiesto, Rivera escribió a
De Carreras para anunciarle que iba a ir. “Allí estaba”, recuerda De
Carreras. Rivera se llevó a Espejo con él.
Rivera y Espejo se apuntaron desde el principio a la agrupación
sectorial jurídica de la plataforma cívica que se creó tras el
manifiesto. Era el germen del partido político. Rivera, además, formó la
agrupación de Granollers, donde su padre tenía una tienda de
electrodomésticos. Allí organizó al menos un acto del nuevo grupo.
Arcadi Espada le conoció en aquella época: “Era perfectamente
voluntarioso, encantado de la vida de poder ayudar, un chico joven, se
explicaba correctamente, decía cuatro tópicos ensartados pero bien
dichos; tenía una formación política nula”.
Rivera participó en aquellos meses en un grupo de trabajo de la
plataforma sobre el Estatut del tripartito. El empresario Ginés Górriz
recuerda que había convocadas unas veinte personas para analizar y
publicar un documento sobre el Estatut. Había que ir con los deberes
hechos. Górriz dice que fueron muchos menos de los convocados y que a
las 2 de la mañana quedaban cuatro o cinco: uno era Rivera. “Soy
autoexigente”, dice él.
Cómo se funda (mal) un partido
En julio de 2006 llegó el congreso fundacional de Ciutadans. En el
día inicial había dos listas, una era más de izquierdas, otra más
liberal. Rivera estaba en las dos y apuntaba a portavoz. Todos se habían
dado cuenta de que aquel chico hablaba bien. Ambos grupos intentaron
unirse, pero no llegaron a un acuerdo. El segundo día del Congreso
empezó y sólo había cerrada una lista alternativa, “de gente que pasaba
por allí”, según un miembro de la ejecutiva. Los militantes más
implicados no se ponían de acuerdo en su lista única.
El presidente del congreso, el economista Ángel de la Fuente, obligó a
cumplir los Estatutos, que decían que de allí debían salir un
presidente y un secretario general. Serían los dos primeros nombres de
la lista. El grupo oficial seguía sin llegar a nada. Francesc de
Carreras recuerda pasear por el hotel del campus de la Universidad
Autónoma donde se celebraba el encuentro junto a Albert Boadella y
decirle: “Hemos dejado esto a estos chicos y no se entienden”.
Por poner algún tipo de orden en la lista, se probó con el más
sencillo: el alfabético. Quedaron primeros Jorge Fernández Argüelles y
José Antonio Cordero. Pero eran muy distintos y no iban a aceptar. Una
prueba de la improvisación es que Argüelles quedó primero por su segundo
apellido, que era el que la gente conocía. Había que buscar otro camino
y se probó por orden alfabético de nombre de pila. Los dos primeros
eran Albert Rivera y Antonio Robles: un joven de 26 años recién llegado y
un histórico de la lucha contra el nacionalismo en Cataluña.
Esta lista ganó con mucha ventaja. Rivera tenía al menos tres
méritos: había nacido ya en democracia y no tenía mochilas carcas
previas, era hijo de la inmersión lingüística y no venía tocado por
ninguna ideología. “Era impoluto, virgen”, dice Argüelles. En el caos
posterior a la elección, Rivera estaba nerviosísimo. La escritora Teresa
Giménez Barbat cree que “daba saltitos” a su lado. A De Carreras le
decía: “Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada”. Espada lo recuerda
también “muy, muy nervioso”. La presidencia del partido le había caído
del cielo a los 26 años y ahora debía improvisar un discurso.
Rivera subió al estrado y encandiló. Fue el gran momento del congreso
tras la tensión: hubo lágrimas y corazones cálidos. Rivera se ganó la
confianza de su partido con aquel discurso. No era la primera vez que
Rivera ganaba algo con un discurso.
En 2001, el equipo de la Universidad Ramon Llull ganó la Liga
Nacional de Debate Universitario en Salamanca. En una de las fases
clasificatorias, el equipo de Rivera derrotó a la Pontificia de
Salamanca. Su estrella era Eduardo Suárez, hoy subdirector de EL
ESPAÑOL. El tema eran los transgénicos y Rivera ganó la batalla. En la
final ganaron con la prostitución.
El compañero orador de Rivera en la Ramon Llull era Gerard Guiu. Eran
dos de los líderes de su curso en la carrera de Derecho de ESADE. Pero
Guiu, que hoy es profesor en el centro universitario y director de
Proyectos del Barça, fue el delegado cada año: “Desde primero a mí me
votaban unos 60 compañeros y a Albert, 15. El resto se abstenía”. Rivera
no recuerda que se presentara a delegado, pero sí recuerda en cambio
que ganó la votación para hacer el discurso de graduación. Otros dos
compañeros de clase, la profesora de Derecho Tributario de ESADE Diana
Ferrer y el abogado David Sánchez, están seguros de que Rivera se
presentó “una o dos veces a delegado” y perdió porque su grupo de
seguidores era claramente menor. Era aparentemente una pandilla
constante durante la carrera que solía sentarse al fondo de la clase.
“Guiu y Rivera eran dos líderes en una misma clase”, dice Ferrer. Los
piques eran normales. Hubo una discusión difícil sobre un viaje del
ecuador de la carrera. No se podían de acuerdo sobre el tiempo: verano o
septiembre. La clase había recaudado dinero con las típicas fiestas,
pero Guiu no estaba dispuesto a compartirlo con los díscolos si no se
unían a la mayoría e iban en septiembre. El sector de Rivera no se unió y
Guiu acabó por ceder: viajaron en dos grupos con el dinero prorrateado.
En cuarto curso, la universidad iba a competir en la Liga de Debate y
los profesores decidieron unir en el mismo equipo a Guiu y Rivera.
Hicieron entonces un pacto para ganar la Liga. El equipo lo formaban
otras tres personas. “Fueron muchísimos días de seis de la tarde a 12 de
la noche en la facultad, con una cena de pizzas”, dice Guiu.
La rivalidad entre ambos parece seguir casi 15 años después. Rivera
recuerda que “desbancó a Gerard como orador principal en el concurso
nacional de oratoria”, aunque en este caso no hubiera votación. Guiu
tiene una memoria distinta: “En el concurso final en Salamanca, entre
los cinco miembros del equipo había dos oradores principales: él y yo”.
El decano de la Facultad de Derecho despidió a aquel curso
diciéndoles que habían sido “académicamente normalitos, pero que habían
hecho mucho ruido”. Había varios que apuntaban a la política. En la
actitud universitaria de Rivera, algunos han visto soberbia. “Yo creo
que más bien era seguridad”, dice Guiu. En una boda de un amigo común en
los meses de creación de Ciutadans, Rivera contó a Guiu, que es miembro
del PSC, su aventura con el nuevo partido. Guiu le dijo que no había
espacio en Cataluña para un nuevo partido político. Guiu ve factible
ahora a Rivera de ministro con algún pacto con el ganador de las
elecciones, “aunque si le ofrecen solo Agricultura, no lo cogerá”.
Ahora toca desnudarse
Después del congreso de julio, los esfuerzos se centraron en las
elecciones catalanas, que el presidente Pasqual Maragall había
adelantado al 1 de noviembre. Se formó un comité electoral con el
presidente Rivera, el secretario general Robles, Ginés Górriz y la
economista Almudena Semur. Las decisiones entre pocos eran más fáciles
de tomar. “Siempre se había hablado de hacer un calendario de desnudos”,
dice Górriz. También se habló de un grupo de gente desnuda con carteles
negativos: no a la corrupción, por ejemplo. Pero el mensaje debía ser
positivo.
El comité electoral acabó por pedir a Rivera que saliera desnudo con
esta frase: “Sólo nos importan las personas”. Rivera aceptó enseguida.
El timing, dice Górriz, fue importante: no podían alargar el
dinero. “Sólo teníamos un tiro y había que aprovecharlo”, dice Górriz.
Buscaron un buen fotógrafo y con la ayuda de un diseñador hicieron el
cartel. Alquilaron a lo grande el Palau de la Música para la
presentación y compraron una página entera en La Vanguardia. “No
nos hicieron descuento”, dice Górriz. Pero tampoco filtraron la foto: el
departamento de publicidad tuvo una semana antes del acto en el Palau
la foto de Rivera desnudo y no se la dieron a ningún periodista de la
redacción.
El cartel recibió todo tipo de comentarios, pero todos los medios
hablaron gratis de Rivera. El objetivo estaba conseguido. Fue la época
en que Rivera era más manejable. “A todo decía que sí”, dice Antonio
Robles. Un día otro miembro del partido fue a El Corte Inglés con
Rivera a comprarle algún traje: “Creo que fue de Emidio Tucci”, dice
quien le acompañó. La improvisación era grande.
El desnudo es un modo de llamar la atención para los pequeños.
Ciutadans era pequeño y apenas tenía dinero, fuera de las aportaciones
de los afiliados, que debieron avanzar mensualidades para sufragar la
campaña. Pero hubo una financiación más importante: Miguel Rodríguez,
propietario de Festina. Rodríguez era un andaluz que emigró a Suiza y
que se hizo rico con relojes. Era muy de izquierdas. Llegó a militar en
Bandera Roja: “Se hizo camarero, y a los 17 días ingresó en el Partido
Comunista. Pero la alegría de las libertades le duró poco, porque le
mandaron de observador un mes a Bulgaria, y a la vuelta fue tan crítico
con ese capitalismo de Estado que le expulsaron, y fue a parar a Bandera
Roja”, escribía La Vanguardia de Rodríguez en 2003. Rodríguez conocía a Felipe González.
En aquella campaña, la asesoría política RGservicios ayudó sin cobrar
en la campaña de Rivera. (La empresa estaba convencida de que Rivera
iba a salir y pasó las facturas con el partido ya en el Parlamento.) La
asesoría puso un autocar, se encargaron de la seguridad, hicieron
incluso una batida de micrófonos. También, según miembros del comité
electoral, le colocaron a Rivera un chófer, Fernando Garrido, que sabía
de política y al que luego escogió como gerente. Hubo cierta sorna en el
partido, pero Rivera defiende hoy su decisión: “No era chófer. Era el
que tenía experiencia en gestionar campañas. Y además, por nuestros
escasos recursos, asumió llevar el coche. Era el verdadero coordinador
de campañas”.
Rivera vio enseguida un problema político difícil de entender desde
fuera: la importancia de confiar en un equipo. Ciutadans se formó con
gente distinta. A la hora de trabajar juntos, no se entendieron: “No
disfruté de la política con libertad hasta 2009. No pude hacer lo que
quería. Me planteé incluso dejar la política. Al principio hubo un
choque con gente que quería entrar en política desde hacía años. Uno
decía ‘yo en los años 80’, otro que ‘yo en los años 90’. Y a mí qué.
Hubo un choque de mentalidad”. En definitiva, dice Rivera, “estábamos
ahí no por la historia de una lucha, sino por un manifiesto de
intelectuales que habían dicho lo que pensábamos”.
Pero antes hubo un momento dulce: los primeros tres diputados del
partido, el 1 de noviembre de 2006. Hubo un socialista que se alegró del
éxito de Ciutadans aquella noche de noviembre de 2006: Alfonso Guerra.
“Me llamó aquella noche en el Hotel Calderón, pero con el ruido no logré
oírlo”, dice Francesc de Carreras. “Al día siguiente volvió a llamarme.
Me dijo que era positivo para la sociedad catalana.” No era un gran día
para un socialista: el PSC había perdido cinco diputados y más de
200.000 votos. Guerra también llamó a Miguel Rodríguez mientras lo
celebraba en el bar del hotel. Rivera no recibió aquella noche ninguna
llamada de felicitación de políticos nacionales.
Con el poder, llegaron los problemas. Rivera ve 2007 como su peor
momento político: “Albert tenía miedo de que le movieran la silla y en
lugar de dar juego, se cerró”, dice Ángel de la Fuente, y aclara: “Pero
con el tiempo ha ido mejorando”. El método de aprendizaje fue doloroso,
según Teresa Giménez Barbat: “Aprendió, pero aprendió como los niños,
que se hacen daño y hacen daño a los demás”.
Al principio su liderazgo no estaba asegurado y había muchos grupos
que querían estirar el partido hacia un lado. Los codazos volaban. Se
cayeron los otros dos diputados del partido, Robles y José Domingo. Pero
Rivera resistió. En alguna de esas batallas iniciales, Robles y Rivera
estaban en el mismo bando. Un día, según cuenta Robles, la ex mujer de
Rivera, Mariona Saperas, le dijo: “No te preocupes, Antonio, conozco a
Albert desde los 14 años y siempre ha ganado”.
Desde fuera, su peor momento fue su alianza con Libertas, obra del
millonario irlandés Declan Ganley, euroescéptico y contrario al
aborto. Aquellas elecciones europeas de 2009 fueron el punto de
inflexión involuntario. Hubo montones de bajas. Sólo quedaron los
fieles. Si en las catalanas de 2010 Ciutadans no hubiera repetido los
tres diputados, Rivera sería hoy probablemente un letrado en el
departamento jurídico de La Caixa, donde tiene una excedencia mientras
sea cargo público. Desde aquel terremoto, Ciudadanos crece. Fue una
catarsis: “Ahora jugamos a meter goles en la misma portería. Estamos en
el mismo equipo. Todos juegan en su puesto y los roles están asumidos”.
Un origen y una ideología
Ciutadans nació con dos grandes dudas: una, si su aspiración era
sobre todo Cataluña o debía dar el paso a España, y dos, si era de
izquierdas o de derechas. El primero lo ha resuelto el tiempo:
Ciudadanos se presentó a municipales, generales y europeas en sus
primeros años y fue un fracaso tras otro. En este segundo intento más de
cinco años después, España está en un momento distinto. La historia
será distinta.
La salida de Cataluña tiene trampas en el resto de España. Sus
rivales se encargarán de recordar el origen del partido y repetirán
“Ciutadans” y “Albert”. Es una estrategia que a algunos seguidores de
Ciudadanos les aterroriza: es hacer el juego a los independentistas,
dicen. “Hay que presumir de ser catalán”, dice en Zaragoza el abogado
José Ignacio Martínez. El mismo Rivera en Zaragoza no parece tenerlo tan
claro. En su discurso no usa la palabra Cataluña ni catalán. Emplea en
su lugar estos cuatro eufemismos: “Mi tierra”, “donde vivo”, “de donde
vengo” y “mi comunidad autónoma”.
Sólo utiliza Cataluña cuando le preguntan por el conflicto sobre
bienes religiosos entre Aragón y Cataluña. En un desliz similar, la web
de Ciudadanos está de momento sólo en español. En abril debería estar en
las otras lenguas oficiales. En una ironía sensible, los ingresos en
los presupuestos oficiales de Ciudadanos de 2014 son de casi un millón y
medio de euros. De esos, casi 1,2 millones provienen del Parlamento
catalán por sus nueve diputados. El resto son afiliados (220.000) y las
aportaciones de los cargos electos (casi 80.000).
El debate ideológico deberá resolverlo Rivera, si no lo ha hecho ya.
Desde el congreso fundacional, la gran unión de Ciutadans fue el
antinacionalismo en Cataluña, pero había miembros de todo el panorama
político. En el congreso de 2007, el partido giró al centroizquierda.
Robles estaba satisfecho: “Yo soy más de centroizquierda, de los países
nórdicos. Albert es más liberal”. Le pregunto si a Albert le gustan más
los Estados Unidos; “No me hagas hablar”, responde Robles. Rivera dice
que para vivir le gusta más Finlandia, donde estuvo de Erasmus: “Me
gusta mucho cómo compaginan economía de mercado con redistribución”.
Pero para aprender política, nada como Estados Unidos: “La ciencia de la
política está en Estados Unidos. Es la NBA. Juegan a otro nivel”. El
Movimiento Ciudadano quiere emular la participación cívica en la
política: tienen de momento 75.000 personas inscritas. Tienen otra
ventaja, según Rivera: “Allí la sociedad civil está viva y aquí está
asfixiada por la desidia o las subvenciones”.
En el acto de Zaragoza, Rivera comprobó que es una suerte hablar sin
haber tenido que gobernar. Dijo que con los datos en la mano, sobraban
universidades y carreras. El moderador le preguntó si había que suprimir
los campus de Huesca y Teruel. Rivera dijo que, sin más datos, no lo
sabía. Pero si no es en Huesca o en Teruel, si cuando gobierne sobran
estudios, sobrarán también profesores y funcionarios. Los funcionarios
se manifiestan y votan.
La lucha por la regeneración política en España es otro gran eje de
Ciudadanos. De momento, el partido está casi limpio de grandes casos de
corrupción. Solo el ex diputado Jordi Cañas está imputado por un caso
previo a su entrada en política. Se le acusa de defraudar a Hacienda
cerca de medio millón de euros mediante una trama inmobiliaria en 2005,
antes de la creación de Ciutadans. Renunció a su acta de diputado, pero
ahora es asesor de un eurodiputado de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta,
en Bruselas. Rivera parece haberlo aceptado a su pesar. Su jefe de
prensa entre 2008 y 2009, Daniel Tercero, dice: “No creo que Rivera esté
en política para hacer amigos. Puede sonar mal, pero le hace ser
íntegro e independiente en sus decisiones”. Con el crecimiento de
Ciudadanos en 2015, es admisible imaginar que deberán cortar cabezas.
Desde el partido dicen que no les temblará la mano.
Una cara fresca pero precavida
Albert Rivera entró en política hace casi nueve años. Pero antes ya
sabía que le gustaba. En Estados Unidos los aspirantes a políticos saben
que deben ir puliendo su biografía desde jóvenes. Los periodistas
suelen buscar en la ingenuidad juvenil pistas de convicciones futuras.
Rivera lo sabe. Le pregunté por los libros que han descrito su educación
intelectual y dijo tres ideales que marcan sus etapas.
El primero es la formación de una ideología de la mano de Norberto
Bobbio. “Yo soy una persona de corte liberal”, dice Rivera. “Creo que
somos individuos, que concedemos al Estado que gestione unas cosas pero
que no nos debe decir qué hacemos, que sería una visión más estatista”.
Pero cree que debe haber algún tipo de red de seguridad pública para los
ciudadanos. Me lo explicó así: “Yo vengo de una familia de clase media.
Me han pagado la carrera en una universidad privada y me han mandado a
Londres a estudiar inglés en verano, pero mis padres renunciaron a
comprar una segunda vivienda o a irse de vacaciones. Este país no puede
tirar a nadie por la borda. Yo mismo soy el ejemplo de que si un año a
mis padres les hubiera ido mal no podría saber idiomas o hacer un máster
o una Erasmus. Mucha gente no puede hacerlo hoy en España”.
El segundo referente tiene que ver con la etapa catalana de la mano
Ayaan Hirsi Ali. La biografía de la política holandesa de origen somalí
Ayaan Hirsi Ali, Infiel,
le gusta a Rivera por su descripción de “la persecución islamista y por
ser una persona hecha a sí misma que a los 22 años se va a Holanda”.
Hirsi Ali huyó de un matrimonio acordado de su Somalia natal para
denunciar desde Holanda el peligro para Europa si los progres no
entienden que no hay que hacer concesiones ante la expansión del islam.
El libro de Hirsi Ali es de 2006 y se publicó en España en 2007. Con
todas las distancias pertinentes, era la época dura de Albert Rivera en
Ciutadans y en Cataluña.
La tercera etapa es el salto a España y su ejemplo es Mandela el sanador. El factor humano,
de John Carlin, es un libro que Rivera ha leído hace poco. Con el
liberalismo ideológico y tras la brega catalana, llega la hora de la
madurez y el salto a España. “Llámenme para buscar soluciones”,
dice Rivera en Zaragoza, y también: “Estoy harto de los conflictos”. No
quiere ya más peleas. Es obvio que por poco bien que vayan los
resultados de Ciudadanos en las municipales, Rivera será candidato de su
partido al Congreso de los Diputados. Allí quiere pactos educativos,
regenerar los partidos políticos y reformar la economía. Ya no es la
hora del enfrentamiento. Es hora incluso de atraer a los catalanes con
la promesa de una España nueva, como dice Podemos.
En Cataluña, Rivera es una especie de Pepito Grillo. Al resto de
España, llega desde las afueras para poner paz y sabiduría, aunque tenga
que soportar de momento ser “Álbert Riera” a ratos. Son dos caras de un
mismo político que ha demostrado que sabe rectificar y crecer. “Es una
esponja”, dice Antonio Robles. Cuando pasa un tren en forma de
oportunidad, lo coge.
Rivera ha llegado al escalón donde -como ocurre en Zaragoza- cuando
sale de una sala, un enjambre de asesores, fans, periodistas y
compañeros de partido le siguen. Mucha gente quiere algo de él. Pero él
aún tiene por definir su recorrido. Rivera habla más natural que otros,
pero tiene siempre activado ese tic aparentemente insalvable en un
político de “no me vais a pillar”. Siempre está algo a la defensiva,
aunque sea poco. “Mis gustos son eclécticos”, dice Rivera. Está por ver
cómo de eclécticas acaban siendo esas ideas si tiene que aplicarlas en
Madrid.