El papado de Joseph Ratzinger
pasará a la historia por sus intentos —tardíos pero sinceros— de
limpiar la imagen de la Curia y de la Iglesia, mancillada por los miles
de casos de abusos a menores ocurridos en los últimos 50 años en
instituciones y colegios católicos de medio mundo, y por la sistemática
tarea de ocultación que emprendió la jerarquía durante el reinado de su
antecesor, Juan Pablo II. Es verdad que Ratzinger fue el brazo teológico
de Wojtyla en la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero mientras
el Papa estuvo vivo la consigna fue tapar y proteger a las ovejas
descarriadas, y sobre todos ellos al líder de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel,
elevado al altar de asesor principal de Wojtyla e inmune a toda condena
pese a la tímida oposición de Benedicto XVI, que solo pudo poner orden
cuando llegó al trono de San Pedro y que finalmente puso bajo tutela al
movimiento entero.
El ortodoxo cardenal alemán de alma tridentina ha sido durante su
mandato un Papa solo, intelectual, débil y arrepentido por los pecados,
la suciedad y los delitos —él empleó estas dos palabras por primera vez—
de la Iglesia, y rodeado de lobos ávidos de riqueza, poder e inmunidad.
La Curia forjada en tiempos de Wojtyla era una reunión atrabiliaria de
lo peor de cada diócesis, desde evasores fiscales hasta abogados de
pederastas, pasando por contrarrevolucionarios latinoamericanos y por
integristas de la peor especie. Esa Curia digna de El Padrino III
siempre vio con malos ojos los intentos de Ratzinger de hacer una
limpieza a fondo, mientras los movimientos más pujantes y rentables,
como los Legionarios, el Opus Dei y Comunión y Liberación, torpedeaban a
conciencia cualquier atisbo de regeneración
La Vaticalia eterna, esa espesa gelatina formada por cardenales y
civiles que confunden los intereses de Italia y los del Vaticano y hacen
negocios cruzados en los dos Estados mientras deciden las cosas
importantes, se ha empleado a fondo en estos siete años para mantener
sus privilegios e impedir al mismo tiempo la renovación de la Curia y la
modernización de Italia, especialmente en dos sectores, las finanzas y
la información, los imperios donde más poder e intereses tienen el Opus
Dei y Comunión y Liberación, los movimientos ultracatólicos que más
medraron, junto a los Legionarios, durante el largo papado de Wojtyla.
Así, los asuntos turbios y los escándalos han sido moneda corriente, y
a vuela pluma se pueden citar varios que demuestran cómo el poder
vaticaliano en la sombra, aliado de hierro de ese gran pecador llamado
Silvio Berlusconi y dirigido y protegido por su mano diestra, el
andreottiano Gianni Letta, ha desafiado de forma reiterada la autoridad y
las invocaciones a la honradez del Papa. El falso papel que acusó de homosexualidad a Dino Boffo, director de Avvenire,
para forzar su dimisión; los manejos que acabaron con el cese
fulminante del presidente del banco vaticano, el Instituto para las
Obras de Religión (IOR); el ascenso de Angelo Scola, único cardenal de
Comunión y Liberación, al arzobispado de Milán para sustituir al
progresista Tettamanzi y preparar el relevo de Ratzinger; el caso nunca
aclarado del mayordomo, cabeza de turco de un más que probable espionaje
sistemático al Papa; y el escándalo de la Protección Civil que salpicó a
un gentilhombre y a media administración berlusconiana son solo algunos
ejemplos de esa comunión de intereses entre la política italiana y la
curia vaticana.
El papado de Ratzinger, en ese sentido, ha sido un rotundo fracaso:
pese a las críticas, su honestidad intelectual es indiscutible, pero al
final ha estado muy por encima de los resultados obtenidos. Los lobos
han ganado la partida, pero su renuncia, meditada para evitar un segundo
calvario en directo como el vivido con la interminable agonía de
Wojtyla, sitúa a Joseph Ratzinger como un pastor derrotado y digno que,
harto de luchar, se retira a la clausura antes de ser devorado por los
buitres. Que sea el primer caso en más de 700 años dice mucho sobre el
nivel de la iniquidad con el que ha convivido. Que no se haya filtrado
la noticia lo dice todo sobre su soledad.
(*) Ex corresponsal de El País en Roma