La partitura de Biarritz suena fuerte después de la
fulgurante subida del precio del petróleo –más de un 15%– como
consecuencia del ataque yemení a la principal refinería de Arabia Saudí.
A finales de agosto, en Biarritz, el G-7 acordó prudencia y
contención de daños en un mundo al galope. Días después empezaron a
sucederse una serie de acontecimientos sobrenaturales.
Cayó Salvini, el tribuno de la plebe que recaudaba fondos en Moscú; Italia regresó al regazo de Bruselas; el goliardo Boris Johnson perdió la mayoría en el Parlamento británico, y el halcón John Bolton fue
fulminantemente destituido como consejero de Seguridad Nacional de
Estados Unidos.
Quedaba por saber cuáles iban a ser las emanaciones de
Biarritz en España. Ayer se produjo otro fenómeno paranormal: Albert Rivera anunció que estaría dispuesto a facilitar, con condiciones, la investidura de Pedro Sánchez.
Al final del día, la elección del presidente del gobierno
de España puede que se acabe decidiendo en el golfo Pérsico. Volvemos a
1979, cuando Adolfo Suárez, agobiado por la segunda crisis del
petróleo, derivada de la guerra entre Irán e Irak, vivía pendiente del
bloqueo del estrecho de Ormuz. En Madrid hubo muchas risas ante su
súbito interés por la geografía. La segunda crisis del petróleo ahogó al
gobierno de UCD, y las conspiraciones, una tras otra, hicieron el
resto.
Rivera, que en más de una ocasión ha soñado con ser un
nuevo Suárez, quizás haya descubierto ahora el enclave de Abqaiq, en la
costa del golfo Pérsico, donde se halla la mayor refinería de petróleo
del mundo. Desde el domingo, la producción de 5,7 millones de barriles
diarios se halla interrumpida a consecuencia del ataque de un enjambre
de drones, se supone que telecomandados por la guerrilla chií de Yemen,
que cuenta con el apoyo de Irán. La historia nunca vuelve, pero rima,
que decía Mark Twain.
La geopolítica es fascinante, pero el misil que ha impactado de lleno en la refinería de Rivera tiene forma de encuesta, o ha sido disparado por un focus group.
En Ciudadanos, partido cesarista de nuevo tipo, no se toma ninguna
decisión importante sin antes haber testado las técnicas cualitativas de
investigación de mercado.
Todas las encuestas publicadas en los últimos
quince días presentan al partido naranja como el principal damnificado
por la repetición electoral. En varios sondeos, Unidas Podemos se coloca
por delante de Ciudadanos. Rivera difícilmente podría resistir ese
descalabro en noviembre.
El tardío movimiento de apertura efectuado ayer puede ser
leído como un gesto de cara a la galería para artillar la desesperante
campaña electoral que se aproxima. (¿Algún día concluyó?). El potente
aparato de propaganda socialista ya no podría acusarle fácilmente de
bloqueo. Las condiciones expuestas –cambio de mayoría parlamentaria en
Navarra, renuncia pública a los indultos en Catalunya, prealerta 155 y
moderación de la presión fiscal– le pueden ser útiles para la campaña.
Sea cual fuere su motivación, el movimiento táctico es bueno. El Partido
Popular se niega a secundarle. Pablo Casado no estaba ayer nada contento.
¿Mera propaganda, jaque a Sánchez, o favor a Sánchez? Hoy Rivera deberá refinar petróleo ante el Rey.
En Moncloa dicen: “Mantendremos la sangre fría”.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia