Finalmente, ha pasado lo esperable. Con la formación de un gobierno
plenamente autonómico, Torra ha conseguido su objetivo: apartar a
Puigdemont. Pero no es el único fin que persigue.
El separatismo no es, en modo alguno, una ideología de
vía única, por el contrario, presenta numerosas variables más alejadas
de los discursos públicos o las consignas de lo que parece a primera
vista. Desde el momento de su designación, hemos sostenido que Quim Torra
pretendía ejercer el poder sin tutelas ni condicionamientos por parte
de nada ni de nadie. Nada que ver con los cesaropapismos puigdemontianos
o las astracanadas de las CUP.
El suyo es un nacionalismo supremacista
envuelto en guante de terciopelo intelectual, educado, irónico y,
justamente por eso, muchísimo más peligroso que las bravatas de Obélix
enfadado de Joan Tardà, las regañinas de señorita Rottenmeyer de Puigdemont o las amenazas de los CDR.
Su
meta final es lo único que no oculta: obtener la independencia de
Cataluña. Ahí ni engaña ni disimula. Nos las tenemos que ver con una
persona inteligente, sumamente astuta, aspectos básicos que suelen
obviar sus detractores que gustan de retratarlo como un pobre hombre, un
títere en manos de Puigdemont, alguien que vive prisionero de sus delirios. Gravísimo error.
Torra
ha conseguido situarse en el epicentro del poder catalán. Su política
de buenas palabras con los encarcelados o los prófugos, sus gestos de
simpatía hacia las CUP, sus invitaciones a los podemitas catalanes o sus
discursos retóricos inflamados solo esconden una cosa: quiere ser quien
pilote esta nueva etapa. Conoce el valor que tiene en el electorado ex
convergente el caudillaje, después de tantas décadas sometiéndose a los
dictados de Jordi Pujol. Lo ha entendido tan bien que está a nada de ser su verdadero heredero político.
Torra reconocía hace poco que la independencia no cuenta
con una mayoría amplia. Es muy consciente de los errores estratégicos
que cometieron Artur Mas y su delfín
Puigdemont. Eso no invalida que su idea primordial sea llevarnos a la
proclamación de una república. Pero ese es el programa máximo, como
dirían los clásicos. Sabe que hay que mantenerse a flote a lo largo de,
como mínimo, dos etapas intermedias.
La primera se la brinda el hecho de
ser presidente de Cataluña, con un gobierno plenamente operativo y sin
la tutela del 155. A Rajoy le quita presión
no tener que cumplir con la obligación legal que hasta ahora ha
mantenido a regañadientes y con más tibieza que otra cosa. El actual
President conoce muy bien cuáles son las flaquezas del Estado y piensa
aprovecharlas a fondo, no lo dude nadie.
De momento,
desembarazándose de Puigdemont y los ex Consellers, tiene las manos
libres para hacer y deshacer a su antojo. De manera elegante, ha sabido
colocarlos en un altar tan alto que nadie puede tocarlos, dejándole
expedito el terreno de juego que en política se desarrolla a ras de
suelo.
Oriol Junqueras piensa también en el
post proceso, en una autonomía dominada por separatistas que, por puro
pragmatismo, sepan aguantar los próximos tiempos en los que habrá que
volver de nuevo a participar en la política española. Lo vivido hasta
ahora les ha demostrado que no sirve de nada enrocarse, que hay que
jugar el partido en terreno contrario. A tenor de esta estrategia, a
Torra se le abre una formidable oportunidad. La que le brinda Pedro Sánchez con su moción de censura.
“Hemos de ser decisivos en Madrid”
Era
la tesis de Artur Mas. Se refería a la vieja estrategia pujolista. Al
hilo de los últimos días, con un PNV indispensable para la aprobación de
los presupuestos generales, el independentismo “sagaz”
está más que convencido que solamente tiene posibilidad de sobrevivir
al desastre de los últimos años en Cataluña convirtiéndole en esa novia a
la que todos pretendan.
Torra finge dejar esas cosas a “sus representantes en Madrid”, pero cualquiera sabe que Carles Campuzano no es más que un chico de los recados. Es Torra quien ha estado manteniendo contactos telefónicos constantes con Sánchez, con Pablo Iglesias, con Urkullu e incluso con Ciudadanos. Se ha visto con Miquel Iceta y con Doménech,
porque no renuncia a sumar más apoyos de los que tiene ahora.
La tesis
que sostiene Torra, que estratégicamente no es una bobada, es saber
aprovechar la corriente anti PP que existe en España, y no digamos en
Cataluña, en beneficio del proceso separatista. Calculado y frío, sabe
ponerle una vela a Dios y otra al Diablo. Coloca a Pere Aragonés,
hombre de Esquerra y persona de máxima confianza de Junqueras, como
peso pesado del Consell Executiu, pero, en paralelo, sitúa a Elsa Artadi,
delfín de Puigdemont aunque tenga agenda propia, como contrapeso,
ocupando la Consellería de Presidencia y el cargo de portavoz.
Destierra
al incómodo Ernest Maragall, de quien no
se fía por su pasado socialista a la nebulosa Consellería de Asuntos
Exteriores, Relaciones Institucionales y Transparencia, una de las Marías
del gobierno catalán. Solo falta añadirle aquello que dijo Foxá “y de
los grandes ferrocarriles europeos” a propósito del rimbombante nombre
de Falange española Tradicionalista y de las JONS.
Recupera al Bargalló del
Tripartit para Educación, otro guiño pactado con Junqueras, a la vez
que designa a la hooligan supremacista Laura Borrás para Cultura.
Recuerden, la misma Borrás miembro del grupo Koiné que sostiene el
español es el idioma de la inmigración y que la única lengua que debe
hablarse en Cataluña es el catalán, la Borrás factótum en el mundo
literario catalán, la que le dijo a Artur Mas en el acto de presentación
del programa cultural de CDC en el 2012 “Ave, President, morituri te salutant”. Ésa Laura Borrás.
Es
un gobierno hecho a la medida del actual eje Torras-Junqueras.
Satisface a la mayor parte del independentismo, cansado de tanta pirueta
y deseoso de poder volver a las camisetas reivindicativas sin ningún
problema, como siempre. Que Elisenda Paluzie,desde
la ANC, le recriminen lo que denomina una bajada de pantalones ante
España es un tema menor. A la que comprenda que va a ser este señor con
aspecto de profesor quien firma los cheques aflojará el tono.
Mientras
tanto, Torra espera que suene el teléfono, no para que un fiscal o un
juez le llame la atención. Con prácticamente todos los hilos del
separatismo y del poder autonómico en su mano, quienes van a llamarlo –
lo están haciendo ya, como decíamos – son aquellos que pueden ofrecerle
cuotas de poder, estabilidad, influencia en el gobierno de la nación y,
sobre todo, pax romana.
Efectivamente,
Torra ha engañado a Puigdemont, al PDECAT y a Junts per Catalunya. Lo
hará también, si lo precisa, con Esquerra. Ahora hemos de ver si es
capaz de engañar a los partidos de la moción de censura, aunque tal cosa
es más que probable. Estos vienen engañados de casa y solo les mueve el
fin de llegar al poder cueste lo que cueste. Aunque ese precio sea un
referéndum pactado de autodeterminación, cosa que ya se ha puesto encima
del tapete.
Tras este, irían los vascos, los gallegos y quién sabe qué
otras comunidades. Ahí también juega Torra con el PNV, al que sabe
manejar muy bien, no en vano es demócrata cristiano de origen. España
está en venta. ¿Quién da más?
(*) Periodista