Màxim Huerta, el polémico, frívolo y maleducado ministro de Cultura, ha durado siete días en el cargo, contando los dos festivos. Se le ha llevado literalmente por delante que se conociera que había defraudado a Hacienda más de 218.000 euros entre los años 2006 y 2008, un muy mal asunto en unos momentos en que un nuevo gobierno ha empezado su singladura dando lecciones de ética política y de compromiso con sus promesas. 

La dimisión o cese de Huerta, algo que solo saben los protagonistas, es muy sintomática de los nuevos tiempos pero también es el reflejo de una España en horas muy bajas en la que un ministro dura siete días, el seleccionador de fútbol Julen Lopetegui es cesado a 48 horas de que se inicie el mundial de fútbol y de que a Iñaki Urdangarin, yerno de rey, cuñado de rey y esposo de una infanta de España, se le comunique en un juzgado de Palma que tiene cinco días para ingresar en una prisión. 

España es un barco con muchas fugas de agua por más que la sonrisa, la intuición y la celeridad de Pedro Sánchez en cerrar la crisis disimule bastante mejor que la rigidez, el plasma y el blanco y negro de Mariano Rajoy.

El ministro cesado se ha ido dando un puntapié en la puerta y pareciéndose más al tuitero que no se reprimía ante nada que al titular del cargo que ha ocupado con corrección durante unas 150 horas. Hablar de que "la inocencia no vale nada ante esta jauría" o "el ruido de toda esta jauría" como la razón de su dimisión no solo es una mentira sino que alguien fácilmente podría recordarle su continuada participación en el matinal estrella del sensacionalismo televisivo, El programa de Ana Rosa

Pero un gobierno escaparate como el de Pedro Sánchez, en el que las piezas no tienen por qué casar sino que lo que prevalece son los golpes de efecto, tienen estas cosas. Son los problemas de hacer un consejo de ministros como si fuera un álbum de cromos.

A Sánchez hay que agradecerle que haya resuelto su primera crisis en unas pocas horas. Pero cuidado: por la mañana ni el cesado pensaba en dimitir ni el jefe del gobierno contemplaba que se fuera. Era una crisis controlada que se iría desvaneciendo. Solo la fuerza de las redes sociales tumbó al presidente y al ministro. Y como Sánchez es un superviviente político, incluso sacó pecho de la celeridad con que lo hizo, pasando por alto el error del nombramiento. 

Y es que la frivolidad de uno y de otro les ha permitido entrar en el récord Guinness a una velocidad que ningún presidente y ningún ministro lo habían hecho hasta la fecha. Nunca un presidente había hecho una crisis tan pronto y nunca un ministro había durado menos. Su finiquito no llega a 1.200 euros de sueldo y tampoco a mil como indemnización. Visto así, un ministro mileurista.


(*) Periodista y ex director de La Vanguardia