Ya antes de su fenomenal derrota en
noviembre de 2011, cuando el PSOE obtuvo sus peores resultados desde la
transición, venía escuchándose la consigna PSOE-PP la misma mierda es, que
seguramente tuvo su incidencia en aquel fracaso. Además de injusta, la
fórmula era bastante absurda. Pero se oía mucho y hacía mella. La
repetían sin descanso los de la verdadera izquierda, los
comunistas y neocomunistas que llevan cien años tratando de hundir el
socialismo democrático y también unas gentes nuevas, no herederas de esa
tradición, que expresaban así su disgusto y rechazo a una política
pseudosocialista, neoliberal, subordinada a los intereses del capital y
de la banca, complaciente con el nacionalcatolicismo imperante en España
y al servicio de la monarquía.
Fue la
política de Zapatero en su segunda legislatura, proseguida luego con
especial ahínco por Rubalcaba, un hombre más cercano a Rajoy que a
muchos militantes de su partido. Y una política cuyo carácter
conservador y nada socialista no se reducía solo a granujadas como la
reforma del artículo 135 de la Constitución, a declarar monárquico el
partido, aumentar los privilegios de la iglesia católica o ser incapaz
de formular propuesta alguna aceptable en relación con la cuestión
catalana, sino que se basaba en usos y costumbres internos que apuntaban
a un anquilosamiento irremediable de la socialdemocracia española.
Tanto Zapatero como Rubalcaba gestionaron el PSOE con criterios
enchufistas, burocráticos, amiguistas, tolerantes con la corrupción,
conservadores, favoritistas y esencialmente de derechas, a base de
ordeno y mando, aunque sin plasma. Llegó un momento en tiempos de
Rubalcaba en que, en efecto, parecía como si la única diferencia entre
las dos partidos dinásticos fuera la cantidad de letras de sus siglas.
Esa
situación dio una inmerecida pero aplastante mayoría absoluta del PP.
Inmerecida porque la derecha no había hecho nada para conseguirla salvo
organizar escándalos y ver cómo la izquierda histórica española le daba
el triunfo por su patente incompetencia. Y con esa mayoría absoluta
vinieron cuatro años de un gobierno corrupto, embustero, saqueador,
franquista, nacionalcatólico, apoyado en un partido que más parece una
banda de ladrones y dirigido por una persona acusada de haber estado
veinte años cobrando dinero en negro. Un gobierno antipopular, que ha
expoliado el país y está a punto de provocar su partición por su cerrada
estupidez franquista. Esa es la verdadera herencia de Zapatero de la
que el PSOE es responsable.
El
Partido Socialista, desconcertado al verse abandonado por su
electorado histórico, y a pique de perder su tradicional hegemonía, veía
cómo surgía poderosa a su izquierda una fuerza nueva, Podemos, que le
segaba la hierba bajo los pies en su electorado y amenazaba con
reducirlo a una posición de subalternidad. Podemos era el amanecer de un
sol rutilante de una nueva izquierda, estilo Syriza, que haría trizas
la vieja IU y dejaría el PSOE reducido a una especie de Pasok hispano.
Y,
en efecto, casi lo consiguió. IU es hoy un pecio a la deriva. Pero el
plan fracasó con el PSOE. No porque este hubiera adoptado medidas para
evitar su laminación a manos de Podemos (aunque algunas sí tomó), sino
porque el propio Podemos, en típica soberbia de bisoño, descubrió su
auténtico juego y, con ello, se suicidó. Lo que pretendía en el fondo no
era distanciarse del viejo mundo de IU, el comunismo o los anguitas,
sino aliarse con ellos pero ocultarlo, disimularlo, hacer como si no
tuvieran nada que ver con el comunismo.
Sin embargo, el triunfo en las
elecciones al Europarlamento de mayo de 2014, emborrachó de tal modo a
sus dirigentes, que estos descubrieron ingenuamente sus intenciones y
deseos, hablaron de Anguita como su referente intelectual (sic),
de proyectos de confluencia con IU y el renqueante universo comunista.
Lo suficiente para que el efecto sifón aplicado al PSOE se frenara de
golpe, se parara la sangría de votantes y hasta militantes hacia Podemos
y todos los antiguos afiliados y votantes de la única opción de
izquierda de socialismo democrático que hay en este país, volvieran a
casa.
Las
dos últimas elecciones lo han dejado bien claro, invirtiendo las
intenciones que anunciaban los sondeos. El PSOE se mantiene sólido, es
el segundo partido, puede ser el primero y a mucha distancia de Podemos
que ahora lucha por conseguir un porcentaje superior al que
históricamente ha tenido IU en sus mejores momentos. Justo lo que ellos
mismos han cosechado por su incapacidad para el juego limpio. Porque una
cosa es hablar de democracia y otra muy distinta practicarla.
A
día de hoy, salvo casos excepcionales (y, por lo general, patéticos),
donde hay gobiernos de izquierda son alianzas de PSOE y Podemos, la
fórmula que Palinuro siempre propugnó.
Pero
faltan cinco meses para las elecciones. Pueden pasar muchas cosas.
Palinuro considera que ambos partidos de la izquierda debieran llegar a
ellas más que con una alianza circunstancial (cosa que pueden hacer
hasta los del PP y C's), con un verdadero programa común de la
izquierda, algo conciso, claro y que dé confianza a la gente. Para eso
ambos partidos deben acometer medidas importantes de reorganización
interna y acción externa. En el caso del PSOE, Palinuro, ya se sabe,
insiste en que está obligado a presentar una moción de censura a este
gobierno que es una vergüenza en toda Europa y una amenaza permanente a
la democracia en España.
Igualmente considera que, una vez consolidada
la posición de Sánchez como candidato, el partido debe abandonar las
prácticas enchufistas, clientelares, favoritistas de aupar mediocres y
pelotilleros, propias de la era Rubalcaba, y abrirse a todas las
corrientes del socialismo democrático, especialmente a las más
orientadas a la izquierda, flanco por el que falla un partido que tiene
que cubrir un amplio espectro ideológico si quiere verdaderamente
gobernar y no decir lo bien que lo haría si alguna vez gobernase,
actividad en la que suele lucirse la verdadera izquierda.
En
cuanto a Podemos, si rompe definitivamente con los fantasmas del pasado
comunista, disfrazado o no de IU, y deja de pasear por los escenarios
el nuevo e iluminado Mahdi, con su obsesión antisocialista, quizá supere
la barrera psicológica del 14%. Siempre y cuando, además, consiga
unificar sus discursos internos, cada vez más fragmentarios e
incoherentes y gane algo de crédito a base de hacer propuestas de
gobierno sólidas, verosímiles y viables y no puras consignas que ya
mueven a risa.
Aunque sus dirigentes no lo crean, hasta los discursos
más estridentes adormecen si no suscitan reflexión y compromiso. Y no se
hable de la velocidad a que el público videocrático
contemporáneo da por descontados los carismas. Cuando Iglesias quiso
darse cuenta, ya tenía un serio rival en Rivera y apenas este ha vuelto
de las elecciones, le espera un competidor calcado a su imagen y
semejanza, Casado. Vamos que, como no se diferencien en el discurso,
estos pueden acabar como Los tres caballeros de Walt Disney, pegándose por saber quién sea Donald, Pancho o José.
Presentarse
a las elecciones de noviembre con un programa común de la izquierda
PSOE-Podemos serio, viable, que recomponga el destrozo de la derecha y
regenere la democracia frente a un PP hundido en el descrédito, el
ridículo, la incompetencia y la corrupción es ganarlas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED