No
es cosa de demagogias, pero el PSOE se acerca ya a los 140 años de
existencia. Es el partido más antiguo de España, con excepción del
Partido Carlista fundado en 1833 aunque reconvertido en otra cosa. Y eso
se nota. El PSOE es parte de la historia del país. A partir del
restablecimiento de algunas libertades en 1978, ha gobernado casi 20
años, con González y Zapatero. En ese tiempo, España avanzó en
bienestar, progreso, libertades, derechos e integración europea como no
lo había hecho nunca antes. Ni durante la breve II República. Por
supuesto, su mandato (sobre todo en las dos legislaturas finales de cada
uno) también fue pródigo en elementos negativos y hasta crímenes: la
dura reconversión industrial, las privatizaciones a voleo, los GAL y la
corrupción rampante en el mandato González y la desastrosa política
económica anticrisis así como la reforma del art. 135 CE en el de
Zapatero.
Unos
gobiernos con luces y sombras, como siempre, pero globalmente positivos
para el país. Es absurdo negarlo. Y, sin embargo, se niega. Hay una
especie de voluntad cerrada de reñir todo acierto al PSOE ahora y antes,
esgrimir siempre sus aspectos negativos y ocultar los positivos, al
extremo de que, si se escucha a voceros de derecha e izquierda, casi
parecería que el responsable único del desastre y la postración actuales
de España sea el PSOE. Tanta falta de objetividad y ponderación invita a
preguntarse por su razón profunda. Los hechos, los datos, las pruebas
desmienten tan cerrada visión negativa. Quizá nazca esta de otra parte
distinta del entendimiento; por ejemplo, de la pasión. Quizá tenga poco
que ver con la razón y mucho más con el odio. Y, en efecto, uno de los
rasgos más llamativos del debate político español es el odio a los
socialistas.
Los
odian por ser el partido más antiguo, por seguir siendo un partido, por
haber ganado elecciones limpiamente, por haber gobernado, por haber
sabido perder en unos casos y triunfar en otros. Es decir, los odian por
lo que se suele odiar a mucha gente en España: por hacer cosas.
El
odio de la derecha es palpable. Es un odio histórico, de clase. Y hasta
personal. Que los aristócratas se enfrenten en política a un partido de
advenedizos fundado por un tipógrafo pero que tiene más solera y
antigüedad que todos ellos, que son los verdaderos advenedizos, los saca
de quicio, los pone enfermos. ¡Qué insolencia, los seguidores de un
tipógrafo aprobando leyes! La derecha es profundamente patrimonialista y
cree que el gobierno le pertenece como sus fincas, sus casas, sus
tierras. España entera es de su propiedad por derecho divino y no tiene
perdón que lleguen unos plebeyos a reñirles ese derecho a gobernar,
desgobernar, robar y saquear lo público que vienen disfrutando desde
hace siglos y para conservar el cual hicieron una guerra civil e
impusieron una dictadura militar de cuarenta años. El odio de la derecha
al PSOE es profundo, casi genético.
¿Y
la izquierda, los comunistas, asimilados y neocomunistas? Una falta de
objetividad muy similar y un odio todavía más acendrado. Esta izquierda
procede de la escisión comunista de 1919/1920 que nunca, en casi 100
años de historia, ha conseguido prevalecer sobre los socialistas salvo
cuando establecían dictaduras de partido y prohibían y perseguían a
estos, como hicieron en los países del bloque soviético durante buena
parte del siglo XX. No siendo mediante la dictadura, el proyecto
comunista de derrotar a los socialistas no ha triunfado en ningún país
democrático del mundo. Salvo las experiencias dictatoriales, esta
izquierda no ha gobernado nunca excepto algún brevísimo lapso de frente
popular aquí y alla. Nada.
Pero
no ha dejado de considerarse la "verdadera", la "auténtica" izquierda
frente a una socialdemocracia oportunista que se encaramaba a los
gobiernos y se aburguesaba traicionando a los trabajadores. Esos
gobiernos en España y otros países de Europa fueron los únicos de
izquierda real que hubo en el siglo XX y, dicho sea de paso, cambiaron
sustancialmente la cara del capitalismo. Tanto que hoy hasta la
"auténtica" izquierda los propone como modelos a los que hay que volver.
Pero sin reconocer un ápice el mérito de los socialdemócratas. Al
contrario, culpándolos no solo de sus culpas sino, en un frenesí de
odio, también de las ajenas. Para esta izquierda "verdadera", que lleva
cien años hablando sin hacer nada, el verdadero enemigo no es la
derecha; es la socialdemocracia. En España, el verdadero enemigo no es
el PP; es el PSOE.
Es
el caso del reaparecido Anguita cuyo odio a la socialdemocracia está
adquiriendo los niveles psicóticos de un capitán Ahab, tan obsesionado
con Moby Dick que no le importa hundir su Pequod, IU, si con ello
extermina a su archienemigo. ¡Por fin el ansiado sorpasso! La hora de
la venganza. La posibilidad de que ese orgulloso PSOE muerda el polvo
gracias a esa organización, Podemos, que, merced a una sabia
combinación de liderazgo carismático, pragmatismo y ambigüedad
conceptual, parece haber deshecho el maleficio que lleva cien años
agarrotando a los comunistas y promete llevarlos ahora, siempre que no
se les note mucho el tinte neocomunista, a una impensada victoria.
Palinuro
lamenta que no vaya a producirse una alianza de las izquierdas, de
todas las izquierdas. En verdad, no siendo militante de partido alguno,
no se siente personalmente afectado, pero este asunto suena al más
sobado y ramplón quítate tú para que me ponga yo y, encima, con plumas ajenas, desde los nombres a las ideas y desde las ideas a los nombres.
La promesa del sorpasso que
tiene encandilados a estos novísimos "de abajo" procede del triunfo de
Syriza en Grecia.. Si los Podemos griegos se imponen a la Troika, la
Syriza española, hundirá al PSOE en la miseria de un PASOK, dejándolo en
un 4,2% del voto. Tres inconvenientes se alzan ante este rosado futuro:
Primero: es
posible que Syriza no se imponga y, al contrario, tenga que ceder ante
la UE y Alemania. Tiene toda la pinta. Eso supondrá un golpe para
Podemos que, una vez pasados los fuegos de artificio, tendrá que
recomponer su discurso con un crédito rayano en cero. Esa Estaca con la que quiere derribar el "sistema del 78" puede acabar hundida en su corazón.
Segundo
el PSOE no es el PASOK; no es una empresa familiar como la de los
Papandreu, fundada en 1974. Forma parte de la historia de España en
estos 140 años y tiene mucho eco y, sobre todo, apoyo en Europa, cosa
más fácil de rentabilizar en interés del común que todas las propuestas
bienintencionadas, sin duda, pero de una inconcreción celestial.
Tercero la repentina aparición de Ciudadanos,
un partido con una parafernalia análoga a la de Podemos, con similar
pragmatismo posmoderno, pero con un talante que se intuye más
conservador, más centrado, sin necesidad de marear la perdiz con la
izquierda, la derecha, lo de arriba y lo de abajo, apunta en un sentido
de consolidación de la opción de la derecha. Predecir coaliciones en un
contexto multipartidista (que, a veces, dependen de uno o dos escaños)
es perder el tiempo pero no es exagerado vaticinar un reforzamiento de
la derecha. O sea, del PP.
Con
estos tres datos presentes, ya da un poco igual lo que se diga. La
evolución apunta a que tampoco esta vez prosperará el intento
neocomunista del sorpasso. Lo pintoresco del asunto será ver
si, como cabe barruntar, se conseguirá mantener al PP en el poder otros
cuatro años. Algo muy español. De perdidos, todos al río. El odio nos
hará flotar.
La única parte de España en que no se observa odio al PSOE, en que no es factor de movilización porque la gente está en otros horizontes, Cataluña, tampoco parece ser tierra de promisión para Podemos. Obvio.
La única parte de España en que no se observa odio al PSOE, en que no es factor de movilización porque la gente está en otros horizontes, Cataluña, tampoco parece ser tierra de promisión para Podemos. Obvio.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED