MADRID.- Han pasado nueve años desde que el 15-M tomó las calles con una
movilización que acabó traducida en cambios sociales y políticos, un
aniversario que España afronta sumida en otra crisis de alcance aún
desconocido y con uno de los frutos de aquel movimiento, Podemos, por
primera vez en el Gobierno.
Los sociólogos no pueden predecir si en esta ocasión la crisis
económica supondrá un revulsivo social como aquel del movimiento de los
indignados, que transformó con los años la política española, pero sí
apuntan que el ciclo actual nada tiene que ver con el que propició el
15-M.
La nueva crisis pilla a Podemos -cuyos dirigentes estaban hace nueve
años en las plazas- en un Gobierno con el PSOE, en un momento en el que,
a diferencia de entonces, “mucha gente reclama certidumbres, acción de
Gobierno sin fisuras y sin ruido”, explica Toni Aira, profesor de
comunicación política en la UPF Barcelona School of Management.
“Al 15-M llegamos después de una crisis económica y financiera muy
importante gestionada por grandes partidos que se identificaban con las
instituciones. Hubo una erosión de los partidos, del poder judicial,
incluso de la corona y de las instituciones financieras…”, recuerda Toni
Aira.
Sin embargo, una crisis económica como la que viviremos por el efecto
de una pandemia no tiene por qué traducirse en una crisis
institucional, recuerda Pablo Simón, politólogo que estudió y vivió de
cerca el 15-M por una cuestión generacional.
“Una crisis es una razón necesaria pero no suficiente para que emerja
este tipo de descontento. Y lo que tenemos que ver ahora es cómo van a
reaccionar los distintos actores políticos”, explica.
Porque el 15-M -recuerda Pablo Simón- estuvo muy conectado con la
falta de regeneración política y los escándalos de corrupción que
afectaban a los dos principales partidos, “y eso no tiene por qué darse
en la misma medida ahora”.
“Si la crisis se prolonga en el tiempo, si los actores políticos no
son capaces de reaccionar y cicatrizar esos efectos negativos, sí puede
traducirse en que la crisis económica devenga en crisis social y a su
vez política, pero esto no es automático”, reflexiona este politólogo.
Pablo Simón sí que tiene clara una cosa: la crisis potenciará de
nuevo la desigualdad y repercutirá más en los de siempre. Mujeres,
mayores de 50 años, inmigrantes… y de nuevo los jóvenes.
“Los nacidos del 85 hacia adelante no es que hayan vivido una crisis,
es que han sufrido dos. Hay a quien no le suena el concepto de bonanza
económica, ni el de emancipación, ni el de proyecto de vida. Este
malestar larvado puede devenir también en protesta”, dice Simón.
¿Pero, por dónde puede saltar la chispa? Toni Aira cree que el
populismo de Vox puede ser un polo de atracción de un electorado
enfadado, indignado o quejoso con la gestión que ha hecho el Gobierno de
España de la crisis, pero recuerda a la vez que, en contextos difíciles
como el actual, la población necesita certezas.
“Ante una situación tan difícil, la gente puede decir: los
experimentos en casa y con gaseosa”, sostiene Aira, que cree que
“patinazos” como el de la fotografía de la Gran Vía de Madrid manipulada
llena de ataúdes pueden provocar que el discurso de Vox se vea “más
descarnadamente como nocivo”.
Y por lo que se desprende de las encuestas, apunta que, de haber
ahora elecciones, saldrían reforzados tanto el PP como el PSOE, es
decir, precisamente los partidos contra los que se alzó el 15-M.
Tampoco Irene Delgado, catedrática de Ciencia Política y de la
Administración de la UNED, ve claro que pueda la formación de Santiago
Abascal canalizar el descontento visible ahora en las protestas del
barrio de Salamanca en Madrid. “El 15M no lo impulsaba un partido, era
una movilización social que procedía del eco de la primavera árabe”,
recuerda.
No ve Irene Delgado elementos comunes de la situación actual a la del
15-M porque, dice, estamos en una circunstancia “muy excepcional”.
“No
sabemos qué va a pasar”, reconoce esta catedrática que apunta que en
estos nueve años “muy intensos políticamente” que han transcurrido ha
habido grandes cambios en el sistema político.
“El movimiento del 15-M se ha convertido en un partido que ha
escalado desde entonces en todos los procesos electorales. No estábamos
acostumbrados a un periodo con tantas convocatorias electorales, de
legislaturas muy breves”, explica Irene Delgado en referencia a Podemos.
Fruto de aquella revolución de las plazas es el sistema que tenemos
hoy. “El 15-M como movimiento social desapareció pero las cuestiones que
puso en la agenda han perdurado. Hoy el nivel de exigencia contra la
corrupción es más alto, tenemos un gobierno de coalición inédito hasta
la fecha, han emergido formas de descontento distintas y nuestro sistema
institucional cambió”, explica Pablo Simón.
Pero Toni Aira comenta, en referencia a Podemos, que formaciones que
emergían entonces como “una esperanza” se identifican ahora “como parte
del problema y no de la solución”.
“Podemos ha pasado de señalar una casta a tener un líder como
vicepresidente, con su pareja que es ministra y el chalet de Galapagar. Y
eso tendrá su parte de caricatura pero es una realidad: esas personas
tienen poco que ver con lo que representaban en 2011”, sostiene este
profesor de comunicación política.
El propio Iglesias, que se siente heredero de esa movilización,
recordaba ayer la efeméride durante una comparecencia en el Senado en la
que ligaba el 15-M a los objetivos de la Agenda 2030, una de las patas
que dirige desde su Vicepresidencia: “avanzar hacia una mayor justicia
social, de un país más justo, más igualitario y más feminista”.
“Después de la década perdida que siguió al 15-M, nos encontramos con
que lo vivido en estos meses no hace sino reafirmar que esos objetivos
deben ser más que nunca una prioridad para este Gobierno. Porque el
único escenario de salida posible a esa situación es el de la
sostenibilidad y la justicia social, decía Iglesias ayer.
Han pasado nueve años de esa declaración a los gritos de “Lo llaman
democracia y no lo es”, “¡No nos representan!” o “Sin curro, sin casa,
sin pensión, sin miedo” que clamaban entonces los más jóvenes, que
fueron arrastrando hacia las plazas a colectivos que tenían un
sentimiento común de indignación y una voluntad de romper con lo
establecido.
De nuevo estamos ante otra crisis y es aventurado pronosticar si
calará el descontento por la gestión política.
“Todo el guión está por
escribir”, resume Pablo Simón.