YECLA.- "En el sur de España, las empresas agrícolas están acabando con el agua de la gente y desertificando y contaminando las tierras con plástico. Ante esto está la resistencia".
Así resume la periodista alemana Franziska Dürmeier uno de los más importantes periódicos alemanes, Süddeutsche Zeitung,
la situación que estamos viviendo aquí en España... Y en concreto aquí
en Yecla. Vinieron a verlo con sus propios ojos y quedaron atónitos:
"It´s crazy! It´s crazy!", no dejaban de exclamar, según recoge en Facebook la asociación civil yeclana 'Salvemos el Arabí'.
Alejandro Ortuño reduce la marcha y avanza por el campo muy despacio.
«Es mágico», dice ante las impresionantes vistas del Monte Arabí. Los
árboles verdes destacan ante la roca de color ocre que se sitúa desde lo
más alto. «La gente de aquí ama este lugar, esta montaña», señala
Ortuño, portavoz de la iniciativa medioambiental «Salvemos el Arabí y
Comarca». Está atardeciendo. La luz del atardecer ilumina el polvo que
hay en el ambiente. Entre las ricas plantaciones de brócoli algo brilla:
trozos de plástico sobresalen de la tierra estéril.
En Yecla,
situada en la Región de Murcia, al sureste de España, el suelo es seco,
polvoriento y contaminado. Los científicos denominan la desertificación
como el proceso que destruye los ecosistemas y deja los suelos
infértiles; algunos también lo definen como devastación.
El agua que aquí no queda. En España, la industria agrícola prospera;
Alemania es uno de los principales compradores de los cultivos
agrícolas. Sin embargo, la disponibilidad que hay de fruta y verdura
baratas en este país es a expensas de la gente en España, donde los
suministros de agua se están reduciendo de forma drástica.
El cambio
climático está provocando que se agrave la situación. El verano en
España ahora dura aproximadamente cinco semanas más que en los años 80, y
las olas de calor son más intensas. Este jueves, en 33 de las 50
provincias españolas se alcanzaban los 44 ºC. Las precipitaciones son
escasas. Apenas llovió el invierno pasado. Pero no solo el cambio
climático favorece la desertificación, sino que la desertificación
exacerba el cambio climático destruyendo los ciclos de regeneración
natural.
Es un círculo vicioso que apenas se aprecia. Mucha gente asocia la
desertificación con las llamadas tierras baldías de España, como pasó
con el seudodesierto de Tabernas, en Andalucía. Se formaron hace miles
de años como consecuencia de la sedimentación de lagos continentales
después de una elevación tectónica. La erosión de los sedimentos dejó un
paisaje árido que recuerda a un desierto, pero no es el único.
«La
vista de las baldías es engañosa, ya que no prestamos la suficiente
atención a la desertificación», dice el paisajista Gabriel Del Barrio.
Los verdaderos puntos críticos están en los invernaderos de Almería, en
los campos de regadío continentales o en la agroforestería de dehesa,
que combina la ganadería, la arboricultura y la agricultura.
La desertificación en España es un proceso que amenaza con la propia
existencia de las personas. A veces suele ser demasiado tarde, cuando el
suelo ya se ha convertido en tierra estéril por la contaminación de la
basura y los químicos; en ese momento la tierra apenas puede
regenerarse.
«La desertificación suele definirse por sus efectos, y no
por sus causas», afirma Del Barrio. «Pero la escasez del agua, la
degradación del suelo y su erosión son las consecuencias. Se presta poca
atención a lo que lo causa».
En cambio, se exprimen los recursos
naturales hasta la última gota de agua con bombas más potentes y
descargas fluviales, por ejemplo. Sin embargo, esta agua no se utiliza
para compensar el déficit, sino para seguir regando y empeorar las
cosas, expone Del Barrio. Además, el beneficio que se genera es en un
principio aún mayor, ya que el sistema se utiliza en exceso, argumenta
el científico de suelos Víctor Castillo. Solo cuando el sistema colapsa
nos damos cuenta de que no hay vuelta atrás.
«Este es el punto de
partida de la desertificación. Se arrastra al sistema a un punto de
inflexión. Y cuando se provoca el estrés en la tierra, no hay vuelta
atrás». Los bancales se desmoronan, el suelo se saliniza, la cubierta de
vegetación natural desaparece y la lluvia arrastra los nutrientes y las
partículas finas; y lo que queda es roca.
Muchos países del sur
de Europa están sufriendo la desertificación. En España, los puntos
principales de Murcia, Almería y Alicante se sitúan en la zona costera
semiárida. También afecta a La zona de La Mancha, Extremadura y el valle
del Ebro. En el territorio español, a niveles actuales, el riego
artificial representa el 80 % del consumo de agua en la agricultura. Por
eso desciende el nivel de los ríos, se pierden los humedales y se secan
los manantiales, explica la bióloga Julia Fernández.
Sin embargo, a medida que la agricultura de regadío aumenta, se crean
cientos de miles de pozos ilegales para extraer agua. «Estamos acabando
con las reservas de los acuíferos. A pesar de esto, crece la demanda.
Esto es absolutamente insostenible, y no sabemos cuántos años puede
continuar así», dice Fernández. «Estamos perdiendo de manera
irreversible los mejores y más fértiles suelos naturales».
Alejandro Ortuño señala hacia una gran superficie de cultivos que hay
frente a antiguos olivares. «Todo esto es nuevo, no surgió hasta 2016 y
2017. Antes había pequeñas fincas de agricultura tradicional».
Las
grandes empresas están cultivando hortalizas en las mismas zonas, y los
sistemas de riego están colocados colindantes a los campos. «El agua que
utilizan es el agua de nuestro futuro», señala Ortuño. Además, el agua
se transfiere también a otras zonas, como Alicante, no solo para la
agricultura, sino también para hoteles, campos de golf y otras
instalaciones de ocio.
«UNA BURBUJA DE LA AGRICULTURA»
Ortuño vuelve a su coche y, lentamente, atraviesa los campos de color
marrón grisáceo donde el viento mueve los trozos de plástico negro y
transparente. Plantaciones todavía en crecimiento, bien colocadas en
interminables filas. Pasa por delante de una casa de color rojizo: una
residencia de ancianos rodeada por barbecho en lugar de los cereales y
viñedos que antes había. Un olor intenso se cuela a través de la
ventanilla del coche.
El uso de los químicos, de los plásticos, la
sobreproducción y las condiciones laborales de los trabajadores del
campo también preocupan a Ortuño. «Todo esto es insostenible, es una
burbuja, una burbuja de la agricultura», manifiesta este hombre de 38
años; una persona concisa y tranquila que de repente se emociona: «Estoy
enfadado, triste y frustrado. Todo el plástico se quedará en el suelo o
el viento se lo llevará. Es muy difícil quitar todo esto».
Las
capas de plástico cubren las semillas para aprovechar el efecto
invernadero, almacenan humedad y calor, protegiéndolas así de plagas y
enfermedades. Luego se entierran en el suelo con el arado. «El plástico
es la solución tecnológica a la falta de agua», comenta Gabriel del
Barrio acerca del procedimiento. El suelo que queda bajo el plástico
queda explotado, «se vuelve estéril».
Aunque se retirara el plástico y
el suelo se quedara al descubierto, la vegetación no podría recuperarse.
A veces el suelo es maltratado con químicos, lo que agrava la
situación. Hay casos extremos, como en Almería, donde se siembra en lana
de roca y se añaden los nutrientes de forma líquida.
En la Región de Murcia, los agricultores de secano son los principales
afectados por la desertificación y el cambio climático, ya que dependen
de las precipitaciones regulares. «Trabajan en el límite de lo rentable y
ven cómo desaparece el paisaje tradicional», dice Castillo. Los nuevos
monocultivos amenazan al modelo tradicional de diversas áreas de
cultivo.
Los agricultores ecológicos yeclanos Marta Ortega, de 33 años, y
Antonio Bernal, de 38 años, todavía trabajan de manera tradicional.
Pertenecen a la generación joven que quiere marcar la diferencia. Ambos
tienen profundas raíces en la región, una de las zonas vitivinícolas más
conocidas de España.
«Esto cambió en muy poco tiempo», empieza a contar
Marta. «Antes había olivos, almendros, viñedos, pero nunca veías
lechuga o brócoli. Estas nuevas prácticas se empezaron a llevar a cabo
hace quince años. Los grandes monstruos empresariales llegaron hace
cuatro. En este tiempo, hemos perdido muchas tierras y mucha agua».
Hasta ahora, el mar de plástico se asociaba sobre todo a la zona costera
de Almería, pero está llegando a otros lugares, entre ellos Yecla.
«Esto es una pena», dice Ortega. «La agricultura es un trabajo
maravilloso cuando existe una conexión con las plantas, los árboles y
los animales. Con estos nuevos modelos de agricultura, apenas se puede
ver alguna planta o algún animal. Y cuando te encuentras con alguno,
piensas: “vaya, un superviviente”».
Las diferentes variedades de
almendro y vid se están perdiendo porque cada vez son menos las personas
que continúan con la agricultura familiar. Ortega produce aceite de
oliva y Palao vino. Aunque siguen un método de cultivo orgánico, llevan a
cabo un proceso de compostaje y plantación de los árboles. Pero ¿de qué
sirve esto si el vecino hace totalmente lo contrario? «Los químicos
están presentes en la tierra y en el aire», dice Ortega.
También
teme por la contaminación del acuífero: «Todavía tenemos agua potable,
pero ¿qué pasará dentro de unos años? Sin agua no hay vida. Las empresas
no se quedarán mucho tiempo porque no podrán trabajar de forma
permanente. El problema se quedará aquí con nosotros».
La nueva
competencia de estas grandes empresas los está ahogando económicamente.
Los precios en el mercado están bajando. «Si no cambiamos la situación
actual, será muy difícil», dice Palao.
Marta Ortega y Antonio
Bernal Palao son un ejemplo de los pocos agricultores que, a pesar de
esto, continúan buscando personas con ideas afines. «Aunque todavía es
un movimiento pequeño, está cogiendo mucha fuerza», afirma Ortega.
«Tenemos que motivar a la gente para que plante. Cuando plantas una
semilla, la ves germinar y crecer, se convierte en un fruto; creo que es
una de las cosas más bonitas del mundo». Es optimista: «Todos somos
consumidores, y nuestras decisiones como tal determinan nuestro futuro».
Sin embargo, los científicos son más prudentes: «Creo que la situación
se puede controlar, pero no erradicar», dice Gabriel del Barrio. «No
podemos dar marcha atrás al daño ocasionado».
Pero sería útil que el
plástico se desechara de forma correcta tras su uso. «Podemos frenar la
degradación de la tierra si creamos redes de reciclaje. Eso es factible,
pero si la solución está en manos de los políticos y de las partes
interesadas, no hay mucho que podamos hacer. Soy algo pesimista».
Bajo
su punto de vista, la solución está en el cumplimiento de los objetivos
de desarrollo sostenible, como el objetivo de sostenibilidad de la ONU
para 2030 de «neutralidad en la degradación de las tierras». Del Barrio
denuncia que todavía no haya una estrategia uniforme de control por
parte de la Unión Europea.
Ante el cambio climático, Víctor Castillo apuesta por la adaptación. Se
pueden llevar a cabo cosas incluso a pequeña escala: crear barreras
vegetales y replantar áreas para así aumentar la biodiversidad.
Julia
Fernández, directora de la Fundación Nueva Cultura del Agua, aboga sobre
todo por una «nueva cultura del agua», una cultura de sostenibilidad en
la que el agua se entienda como uno de los pilares de la sociedad.
«No
se puede permitir que haya ganadores y perdedores sociales del cambio
climático en función de su poder económico», dice Fernández.
En la
prensa española, se publicó la opinión sobre el plástico de una de las
empresas agrícolas presente en los campos de Yecla: «Es biodegradable y
se descompone en doce meses». La empresa no hizo ninguna declaración al
periódico Süddeutsche Zeitung. Tampoco el gobierno regional de Murcia,
el Ministerio de Agricultura ni el Ministerio de Medio Ambiente de
España hicieron ninguna declaración al periódico sobre el uso del
plástico y del agua.
Alejandro Ortuño, en la imagen inferior, junto con otros
ecologistas, ya pararon una intervención que se quería llevar a cabo en
los alrededores del Monte Arabí, pudiendo así preservar su paisaje.
Gracias a las manifestaciones, se pudo detener la construcción de una
granja industrial porcina. Junto a la montaña, quedó una superficie
excavada y agrietada como una herida. ¿Qué impacto tendrá la agricultura
industrial en los campos?
En el camino de vuelta, Ortuño mira ausente a la carretera, donde el viento de la tarde mueve los plásticos una y otra vez.