Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat.
Es una reflexión sobre el voto en las elecciones generales, pero desde
la perspectiva catalana y, más concretamente, independentista. Dicen
muchos partidarios de la independencia que no merece la pena votar en
las generales de un Estado vecino. Confunden el presente con un futuro
deseado. Es posible que España y Cataluña lleguen a ser Estados vecinos;
de momento, son el mismo Estado y, si unos no votan por considerarse
ajenos a lo que la votación dirime, otros lo harán en su lugar y el
resultado será mejor o peor, pero nunca satisfactorio para los
abstencionistas. Quieran estos o no, no solo las generales, también las
otras consultas tiene influencia en Cataluña. Incluso algo tan
aparentemente lejano como las autonómicas andaluzas de marzo de 2014.
¿Cómo? Sencillamente: fue la primera vez que se presentaba allí un
partido catalán unionista, Ciudadanos, que obtenía un resultado discreto
pero significativo. Posteriormente, en las elecciones catalanas de 27
de sptiembre de este año, ese partido multiplicó por más de dos sus
diputados en el Parlament, hasta llegar a 25 y convertirse en la
segunda fuerza política catalana. Claro que las demás elecciones en
España -sobre todo las generales- influyen decisivamente en Cataluña.
Precisamente porque todavía no son dos Estados vecinos.
A continuación, el texto en versión española:
Fin de ciclo
Hoy,
domingo, se cierra un ciclo de un año tumultuoso con cuatro elecciones y
se abre otro nuevo. El que se cierra comenzó con las elecciones
andaluzas de marzo, siguió con las municipales y autonómicas de mayo,
luego con las catalanas de septiembre y las generales de hoy consagrarán
lo que a todas luces puede verse ya como un cambio sustancial y por
varios conceptos del Estado español. En realidad, el cambio se inició en
el año anterior, 2014 en los dos puntos más conflictivos del endeble
equilibrio de la segunda restauración: el sistema español de partidos en
las elecciones europeas de mayo de 2014 con la repentina emergencia de
Podemos y la relación de Cataluña con el resto del Estado con la
consulta de noviembre y la afirmación de un acto de soberanía catalán
que encarriló el proceso hacia la independencia.
El
resultado de las elecciones generales españolas hará cristalizar estos
cambios que se han ido acumulando y nos interesan a todos.
Hay
un parecer bastante extendido entre los independentistas catalanes en
el sentido de que lo que pase en España no es ya relevante para
Cataluña, que es un país distinto. No es cierto. Si lo fuera en verdad,
los catalanes no podrían votar en unas elecciones españolas, como no
pueden hacerlo en las francesas. Precisamente, para ser un país
distinto, hay que votar en esas elecciones. Y que se consiga esta
finalidad dependerá en buena medida de cómo se reaccione ahora y de si
se entiende o no esa retroalimentación mutua entre España y Cataluña. Un
par de ejemplos lo aclarará:
En
las elecciones europeas de 2010, en efecto, emergió un partido nuevo,
Podemos, con el que nadie contaba en España, que puede ser determinante
en el Estado pero también en Cataluña. Configura una oferta peculiar y
única, que no es propiamente de tercera vía, pero se le asemeja. Aunque
afirma reconocer el derecho a decidir sin ambages (lo que lo separa de
los otros partidos unionistas a la vieja usanza), quiere implementarlo
vía referéndum (lo que lo separa de los partidos independentistas),
siendo imposible que ignore que, en realidad, jamás podrá poner en
marcha ese referéndum porque el gobierno español, cualquier gobierno
español, no lo permitirá. Es decir, propone una medida radical sabiendo
que no va a salir. Y tiene una altísima intención de voto en Cataluña y
en Barcelona en concreto que solo puede ir en detrimento de las opciones
independentistas.
El
segundo ejemplo hace referencia a las elecciones andaluzas de marzo de
2014, aparentemente algo muy apartado y ajeno al debate en Cataluña. Sin
embargo, esas elecciones fueron el bautismo de fuego de un partido
catalán unionista que por primera vez salía del marco autonómico y
obtenía un resultado muy apreciable. La consulta actuó como unas
primarias para Ciudadanos que, aun teniendo un resultado desastroso en
Cataluña en las municipales de mayo, emergió a su vez, sorpresivamente,
con 25 diputados en las plebiscitarias catalanas de septiembre, es la
segunda fuerza en el Parlament y aspira a condicionar la política
catalana en los próximos tiempos.
Obviamente, mientras las cosas sigan como están, todo influye en todo.
Salvo
contadas y muy específicas circunstancias, la abstención no es por lo
general una buena opción. Quien calla, otorga y si alguien no vota,
otros sí lo hacen e influyen en el resultado en sentido favorable a sus
intereses. Si el voto independentista tiene sentido en Cataluña, también
lo tiene en Madrid y por las mismas razones. El debate en la CUP sobre
la abstención no se entiende muy bien. En el orden de preferencias de
esta organización, la independencia nacional y la emancipación social
ocupan indistintamente el primer lugar en idéntico nivel de prioridad.
Así como no se desaprovecharía ocasión alguna de hacer avanzar el
objetivo de la transformación social, no puede ignorarse la que apunte a
un avance de la independencia nacional. Sobre todo teniendo en cuenta
que se presentan dos partidos independentistas, uno conservador y otro
más radical. No es enteramente congruente estar con la CUP y no votar
la opción independentista más radical, como tampoco lo es votar por un
partido que, en el fondo, no es independentista.
El
nuevo ciclo es una oportunidad única para Cataluña, una que nunca se ha
visto en el pasado y es posible que no se vea en muchos años en el
futuro en el caso de que esta se desaproveche. La conjunción de un
gobierno independentista en Cataluña con la falta de un gobierno o la
existencia de uno débil en Madrid abre una posibilidad extraordinaria
para compensar la desigualdad y el desequilibrio estructurales que se
dan en las relaciones entre Cataluña y el Estado. En aquella hay un
gobierno que, según la legalidad vigente, es de segundo orden y
competencias muy limitadas pero que cuenta con la fuerza de un respaldo
popular mayoritario. El Estado cuenta también con un apoyo popular
mayoritario (siempre es así cuando se trata de recortar las alas de
Cataluña) y un aparato legal, militar, judicial, administrativo,
represivo apabullante que, sin embargo, será menos efectivo si está
dirigido por un gobierno sin mayoría parlamentaria o por ningún
gobierno.
Esa
es la oportunidad catalana para afianzar un nuevo ciclo en el Estado.
Desaprovecharla no constituyendo un gobierno en Cataluña y yendo a unas
elecciones anticipadas en marzo que, a juzgar por la fuerza de
Ciudadanos y Podemos, son de resultado muy incierto, será incurrir en
una enorme responsabilidad.
Esta
noche, a partir de las 22:00 o las 23:00, ya tendremos una primera
instantánea de cuáles serán los rostros que poblarán el espacio
mediático y hablarán desde el podio del poder en los próximos tiempos.
La portada de El País ilustra las colas que se harán para votar
con una foto de otra cola para comprar lotería. La excusa es la
proximidad de las fechas, pero lleva el evidente mensaje subliminal de
que el cumplimiento del derecho y el deber del voto es como si a uno le
tocara la lotería. Quién sabe si el gordo.
Las
elecciones, eso que los medios llaman "el festival de la democracia",
son decisiones colectivas a las que se llega agregando las individuales
por cientos de miles o millones. Esas decisiones colectivas, procesadas
luego a través de diversas formas de mediación, dan forma al gobierno
del país, el que, en principio, ejecuta las decisiones de la mayoría
parlamentaria.
Los
últimos sondeos antes de que cayera la guillotina de la semana anterior
auguraban unas composiciones de las representaciones que prácticamente
imposibilitaban la formación de ningún gobierno. Como el interés
despertado por esta convocatoria es tan alto, durante la semana de
carencia han seguido difundiéndose por las redes unos sondeos llamados andorranos,
que han contribuido a calentarlas notablemente con un chisporroteo de
contrabando demoscópico, sobre todo a raíz de una encuesta que daba las
dos mayorías más elevadas a Podemos y el PSOE y dejaba los lugares
tercero, cuarto y quinto a PP, C's y Unidad Popular-IU. Hasta los de Anonymous
se han hecho presentes prometiendo información muy perjudicial para C's
y Podemos, solo con ánimo de fastidiar, se supone. Pero no se ha
cumplido la promesa.
De
ser cierto aquel sondeo, quiza fuera posible un gobierno tripartito de
izquierda, que podría adoptar varias formas, como uno de tres partidos o
de uno solo con apoyo parlamentario de los otros dos, como en Portugal.
Coincidiría la realidad con los deseos de Palinuro, cosa siempre
grata.Lo primero que este gobierno habría de dilucidar sería la
presidencia. Dos líderes pero una sola presidencia. Una pena que España
no sea una república como la de Roma que podía nombrar dos cónsules. A
veces hasta eran tres los que ejercían el mando en los triunviratos. Es
de suponer que el criterio sea el de la cantidad de escaños: aquel que
tenga más diputados será el presidente y el otro candidato podría
aceptar un ministerio en el gobierno o mantenerse personalmente al
margen para no desmerecer su dignidad. De lo que hay que cuidarse aquí
es del narcisismo.
Lo
importante de un gobierno tripartito de la izquierda será la intensa
labor derogatoria del primer momento. Hay que deshacer la reforma
laboral del PP, derogar directamente la LOMCE y deshacer una miriada de
normas de distinto rango por la que quienes ganaron las elecciones
pusieron el país a su servicio. Rehacer la legislación de seguros, la
ley de montes y la de costas, retocar la Hacienda, retornar al Pacto de
Toledo, restituir la hucha de las pensiones, reformar la legislación
sobre medios públicos audiovisuales, revocar lo legislado en el sector
sanitario, etc. Ha sido mucho lo que ha destruido un gobierno del PP con
mayoría absoluta.
En
materia de corrupción seguramente habrá una competición entre las dos
fuerzas políticas por saber cuál propone las medidas más eficaces y más
rápidas. Y también en cuestión de organización administrativa, que se
hará a base de informatizar la totalidad de la administración y subir a
la nube toda la información que los ciudadanos puedan requerir sin poner
en peligro la seguridad nacional.
En
cuestión de relaciones exteriores, en especial en la Unión Europea, no
es probable que haya coincidencia completa, aunque sí un acuerdo amplio.
Los dos partidos quieren negociar con la Troika, lo que significa que
no se parte de un rechazo cerrado y excluyente lo que, en realidad
quiere decir que Podemos ha moderado sus primeras intenciones. Como cabe
esperar, las relaciones del PSOE con Podemos radicalizará algo al
primero y moderará al segundo.
Lo
difícil, por no decir imposible, será el acuerdo en la acción de
gobierno en Cataluña. Allí en donde Pablo Iglesias promete un referéndum
de autodeterminación en un plazo casi perentorio, su aliado en el
gobierno, el PSOE, se niega incluso a hablar de referéndum. Que
documentos anteriores del partido reconocieran el derecho de
autodeterminación, no quiere decir nada. De referéndum, nada. Eso quiere
decir que los independentistas seguirán adelante con sus planes y que,
de no mediar alguna propuesta nueva y eficaz, habrá un punto de colisión
en un futuro no lejano. A lo mejor ese es el momento en que alguien
propone un gobierno de salvación nacional, compuesto por el PP, el PSOE y C's; y se produce.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED