Algunos acusan a los jóvenes indignados del Movimiento 15-M de ser “antisistema”. Yo diría que más bien es el sistema quien está en contra de la juventud, la excluye y le roba la posibilidad de un futuro digno. El sistema es anti-juventud y es anti-vida del pueblo, particularmente de los pobres.
El sistema neoliberal actúa como un monstruo gigante, ante el cual parece que no se puede hacer nada, que hay que dejar las cosas como están aunque no nos gusten. El sistema quiere gente sumisa, acrítica, ignorante. A los que buscan otro mundo posible los llama ingenuos, resentidos, rebeldes… Es por eso que contemplo el Movimiento 15-M como una semilla de esperanza.
Ante esta situación, como creyente en Jesús, obligadamente me veo en la necesidad de volver la mirada al Evangelio. ¿Fue Jesús antisistema? Su mensaje y su práctica nos dan la respuesta. ¿Qué les dice a los banqueros del sistema de su tiempo?: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13), “Ay de vosotros que acumuláis riquezas para sí... ¿Apartaos de mí, malditos, porque tuve hambre, tuve sed, fui forastero (inmigrante), estaba desnudo, enfermo… y no me ayudasteis” (Mt 25,31-46). Se puso al lado de los pobres, víctimas del sistema, y fustigó con dureza a los que acumulan riqueza. Véase la parábola el pobre Lázaro y el rico (Lc 16,19-30).
A sus discípulos los llama a rebelarse contra ese sistema cuando les dice: “Como bien sabéis, los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen con su poder. Pero entre vosotros no ha de ser así” (Mc 10, 42). Jesús desacredita al sistema.
Más aún, a la clase dirigente del sistema les dice: “Serpientes, raza de víboras, sepulcros blanqueados” (Mt 23, 1-23). Y al rey le llama zorra (Lc 13, 32).
Jesús se atreve a quebrantar la Ley. Proclama que ésta está en función de la vida del pueblo y no al revés. “La ley está hecha para el hombre y no el hombre para la ley” (Mc 2,26). Más aún, afirma que saciar el hambre de los hambrientos está por encima de la observancia de la ley (Lc 6, 1-4).
A la clase religiosa del sistema les dice que el dios oficial del Templo no es su Dios. Por eso la jerarquía religiosa lo condena como blasfemo (Lc 19,47). “Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley buscaban la manera de cómo detener a Jesús y darle muerte” (Mc 14,1-2).
La actitud valiente y sincera de Jesús irritó a los hombres del sistema. El poder económico, político y religioso se puso de acuerdo para eliminar a Jesús. Era un estorbo y un peligro para el sistema.
Es por eso que, como seguidor de Jesús y ante esta realidad que vivimos en España y en el mundo, me declaro antisistema capitalista neoliberal. Y me uno a los que sueñan y luchan por otro sistema socio-económico fundado en la justicia y en la ética. Es necesaria y urgente una revolución ética, una revolución de la conciencia, que siente las bases de otro mundo posible.
Es indignante cómo los que manejan este “sistema” están deshumanizando el mundo y destruyendo nuestro medio ambiente. Han sustituido los valores éticos y morales por los intereses económico-financieros. Han desmontado descaradamente el “estado de bienestar” que los trabajadores, desde finales del siglo XIX, han conquistado con sus luchas.
Soy antisistema porque los políticos han traspasado las funciones del Estado a manos de especuladores, con el pretexto del “libre mercado”. Con la excusa de la crisis, causada por la sed insaciable de los especuladores del “libre mercado”, se castiga al pueblo recortando sus derechos.
Soy antisistema porque se ha llegado a valorar más el capital que el trabajo. En este sistema el trabajador es deshumanizado y convertido en una pieza de la producción al servicio del capital. Y porque el sistema privatiza las ganancias, pero socializa las pérdidas.
Soy antisistema porque sabiendo quiénes han causado la crisis, no se les castiga ni se les depone de sus puestos, sino que se les exime de responsabilidades. Y porque para cubrir el déficit financiero, los gobiernos sacan fondos de los presupuestos del Estado en perjuicio de los gastos sociales.
Soy antisistema porque nuestros gobiernos, tanto estatal como autonómicos, se han sometido vilmente a los dictados del “mercado”, y de los especuladores del “sistema”, amparados bajo el FMI, el Banco Mundial, la OMC o el Banco Central Europeo.
Soy antisistema porque se favorece la libre movilización de capitales y de mercancías, pero no de las personas. Cada vez más se limita, controla y persigue, e incluso se criminaliza, la inmigración, desconociendo que toda persona tiene derecho a movilizarse por cualquier lugar del mundo (Declaración Universal DDHH. Art. 13).
Soy antisistema porque se ha sacralizado la propiedad privada sin límite, como un derecho absoluto, desconociendo las exigencias éticas del bien común y las necesidades de las mayorías empobrecidas. El sistema busca privatizar no sólo los medios de producción sino también los servicios sociales: salud, educación, transporte, vivienda, seguridad…
Soy antisistema porque mientras nuestros gobernantes nos exigen cada vez más renuncias y pérdidas de bienestar, la clase política se afianza en sus privilegios. Y porque ha limitado la participación democrática de los ciudadanos al simple acto de votar cada cuatro años. Y con eso nos dicen que ya hay democracia. El voto favorece a los partidos mayoritarios, en perjuicio de otras opciones, provocando un bipartidismo no representativo de la sociedad española.
Soy antisistema porque muchos de nuestros gobernantes se aferran a sus puestos, que no quieren abandonar, a pesar de haber sido corruptos, y tratan de utilizar el voto democrático para justificar sus actividades especulativas. Se han autoadjudicado un estatus de privilegios: jubilaciones suculentas, dobles sueldos, exenciones tributarias...
Soy antisistema porque el afán de acumulación de riqueza que impulsa el sistema lo ciega para no ver las consecuencias: aumento de la pobreza y el hambre en el país y en el mundo y las alteraciones ambientales, como es el calentamiento global del planeta y el cambio climático.
Soy antisistema porque las grandes corporaciones y compañías transnacionales del sistema caen como aves de rapiña sobre los países del Sur (África, América Latina…) para explotar y saquear sus recursos naturales. El sistema se enriquece a costa de los países del Sur, arrinconándolos en la miseria.
Soy antisistema porque nos han metido en una espiral consumista cada vez más férrea, cuyas consecuencias humanas son la configuración de personas que viven para tener, no para ser, alienadas y esclavas del sistema, con pensamientos y prácticas egoístas y hedonistas.
Soy antisistema porque el consumismo genera una gigantesca acumulación de deshechos (aceites, plásticos, latas, gases tóxicos…) que contamina la tierra, los ríos, los mares y el aire, produciendo efectos irreversibles, convirtiendo la tierra en un gran basurero con imprevisibles consecuencias.
Soy antisistema porque amo la paz, detesto la carrera armamentista y el uso de la violencia como medio de resolución de conflictos. Abogo por un mundo sin guerras, sin ejércitos y sin armas.
Pienso que un verdadero cristiano, en fidelidad al Evangelio de Jesús, ante un sistema injusto y cruel como el que hoy domina el mundo, deberá ser crítico y “antisistema”, soñador siempre de otro sistema que esté organizado en base a la justicia, la libertad, la democracia participativa, el diálogo intercultural, la paz, la solidaridad y el respeto sagrado a la naturaleza.
Fernando Bermúdez López es teólogo. Nació en Alguazas. Estudió Medicina en la Universidad Complutense y Teología en la Universidad Pontificia de Comillas. Desde 1979 vive y trabaja junto a su esposa en América Latina desempeñando tareas educativas, de promoción humana y de defensa de los Derechos Humanos.