VALENCIA.- ¿Se acuerdan del Padre Apeles? ¿Y de Jesús Mariñas? ¿Y de Karmele Marchante sin bótox ni cirugía? Sí. Antes de Jorge Javier Vázquez, de 'Sálvame' y de la Pantoja lanzándose en helicóptero sobre las hondureñas aguas de 'Supervivientes', existió un antecesor catódico de la telebasura. Se llamaba 'Tómbola', se facturaba en Valencia, en la televisión autonómica antes conocida como Canal 9,
e inauguró la migración de la llamada prensa rosa a la pequeña
pantalla, con el componente histriónico y excesivo que aporta la caja
tonta y que creó una escuela de indiscreción y frivolidad pagada con
dinero público, según recuerda hoy El Confidencial.
El
17 de julio de 1997 iba a ser un jueves especial, con una invitada
especial y un testimonio especial, destinado a emulsionar en un mismo
experimento el papel 'couché' con las cloacas del Estado, el Cesid (precuela del CNI), la Zarzuela, la Moncloa
y “las raíces del Occidente judeocristiano”. Pero sobre las 11 de la
noche sonó el teléfono de la redacción y tras él se escuchó su voz
desesperada.
“Descolgué y era ella. María García García, de nombre artístico Bárbara Rey:
‘Me han secuestrado en una habitación cerrada en la tele, no me dejan
hablar con nadie ni participar en el programa, te llamo a escondidas. No
quieren que salga en 'Tómbola' porque lo voy a contar todo (…). Me han
dicho que la orden de no dejarme salir viene de muy arriba. Estoy
amenazada de muerte. Temo por mis hijos”.
Arabí fue un testigo excepcional de aquel episodio, en el que la guardia de corps del entonces presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana,
se arremangó para que el instrumento de prograganda y autopromoción que
ya era la TV autonómica no deviniera en altavoz de la vedete y
arruinara la carrera ascedente del joven político de Cartagena.
"Con el
paso del tiempo, el conocimiento de los personajes que participaban en
aquel embrollo y la magnitud del caso, mi impresión se atemperó. Aquella
teatralización de dama en apuros y amenazada por conocer secretos de
Estado, de alcoba de Estado, no fue tan excesiva como me había parecido
entonces".
Lo que Bárbara parecía dispuesta a destapar eran los detalles de su supuesto ‘affair’ con el entonces rey Juan Carlos y
las consecuencias que esto tuvo para ella. “Una trama de novela negra
en la que estaban implicados personajes tan mediáticos como oscuros:
desde el banquero Mario Conde hasta el empresario amigo de Zarzuela Manuel Prado y Colón de Carvajal,
implicado en el caso De la Rosa.
Se habían publicado algunos episodios
de este culebrón. En el mes de junio, la actriz había denunciado ante la
policía el robo en su domicilio de varios documentos, carretes de
fotos, tres grabaciones de audio y cinco cintas de vídeo que contenían
escenas y conversaciones ‘comprometedoras’ para ella y para ‘una persona
importante de este país’, según su relato en la denuncia”.
Que
la vedete se quedó sin la esperada, y anunciada, entrevista por el veto
de la Administración Zaplana era algo conocido. Lo confesó el productor
del programa, Ángel Moreno, en otro libro,
‘La vida es una Tómbola' (Punto Rojo, 2014), donde explicó cómo recibió una llamada directa del entonces director de la cadena, Jesús Sánchez Carrascosa, íntimo del exministro y casado entonces con la directora de '
Las Provincias', María Consuelo Reyna. Carrascosa y la directora general de Medios de la Generalitat, Genoveva ‘Vea’ Reig fueron expeditivos: "Me dijeron: 'Si sale un segundo en pantalla, cortamos la emisión".
Lo que es nuevo es que la Rey confesó cómo se sentía la misma velada a un periodista que trazaba con ironía, precisión y profundidad de bisturí cada uno de los excesos mediáticos y políticos de aquellos años
en el periódico ‘Levante-EMV’.
Con un relato entre humorístico y trágico a la vez, Arabí ha
reconstruido los cabos sueltos de aquella noche berlanguiana en la que
Bárbara Rey “iba a contarlo todo”.
Tras informarle la cúpula de la
cadena de que aquello no iba a ocurrir y encerrarla en el camerino, “la
artista seguía gritando amenazas de irrumpir en el plató mientras parte
del equipo del programa intentaba tranquilizarla. Como
temían que irrumpiera en el estudio, llamaron a dos guardias de
seguridad para que se colocaran en la puerta y evitaran así que el
problema pasara a mayores.
La trasladaron al camerino vip, que estaba
más cerca del plató, para que se calmase. Los dos guardias y las
reiteradas promesas de que se le iba a pagar el caché comprometido (12.000 euros) aunque no hubiese participado consiguieron relajarla en parte”.
Arabí cita al entonces presentador del programa, Ximo Rovira,
que recuerda que hubo un momento en el que respiró de alivio, cuando la
directora le informó por el pinganillo: “Ximo, problema resuelto, a
Bárbara se la llevan”. Se fue de allí con el cheque de dos millones de
pesetas.
El periodista valenciano pudo entrevistar después para su diario a Bárbara Rey,
en un encuentro casi clandestino en su hotel, en el que “durante más de
una hora estuvo fintando cualquier alusión al nombre y apellidos de su
ilustre compañero, que tanto había soliviantado las cloacas del Estado, pero cualquier ciudadano de Marte recién aterrizado en el aeropuerto de Manises habría sabido perfectamente de quién hablaba”.
Aquella ‘crisis de Estado’ con Bárbara Rey se arregló de forma tan civilizada como mercantil: con dinero, mucho dinero. El periodista Manuel Cerdán
sostiene que el CNI silenció a la artista con tres millones de euros
depositados en una cuenta luxemburguesa a nombre de la sociedad
‘offshore’ W.K.Dibiapu.
Pero la tele de Zaplana también
contribuyó generosamente y durante varios años a regar la cartera y la
vanidad artística de Bárbara en la misma escena en la que fue
'secuestrada' la noche de autos. Entre 2000 y 2005 (incluso ya con Francisco Camps en la presidencia desde 2003), la que fue mujer del fallecido domador de leones Ángel Cristo fue protagonista de un programa de cocina, ‘En casa de Bárbara’,
cuyo coste final para las arcas públicas ascendió a cinco millones de
euros.
“A nadie en la televisión autonómica, y a muy pocos fuera de
ella, se les escapaba el motivo por el que habían elegido a la actriz de
Totana para conducir un espacio culinario”, escribe Francesc Arabí.
La antibiblia del zaplanismo
El asunto Rey es un episodio más de los muchos que se relatan en ‘Ciudadano Zaplana’.
El libro es algo así como la fusión entre el nuevo y el antiguo
testamento de una suerte de antibiblia zaplanista. Antibiblia por el
carácter antiheroico del personaje, un ‘campeón’ de la política que se
deslizaba siempre sobre la ciénaga de punta en blanco y con trajes a
medida de la sastrería de Antonio Puebla, el mismo que vestía a
Rodrigo Rato.
Zaplana parecía sobrevivir a todos sus compañeros de partido sobre su BMW X5 azul oscuro hasta que se le cruzaron la UCO, la operación Erial y una jueza implacable que le enseñó el camino hacia la penitenciaría de Picassent, donde pasó casi
un año en prisión preventiva pese a las secuelas de su leucemia.
Arabí elabora un retrato que va más allá de un mero análisis de las sombras que acompañaron la trayectoria de Zaplana. Desde el famoso ‘Marujazo’
con el que accedió a la alcaldía de Benidorm, su primer cargo de
relevancia, hasta sus movimientos entre bambalinas para ‘blanquear’ su
imagen de galán de la moqueta tras el desastre marquetiniano de la
gestión del 11-M. ‘Ciudadano Zaplana’ es el memorando de una época, la
de la era popular que comenzó en 1995
en la Comunidad Valenciana
y terminó abruptamente 20 años después, en las elecciones autonómicas y
locales de 2015.
Un tiempo en el que, como dice el subtítulo del
volumen editado por Akal, se construyó un régimen sobre pilares anclados
en un hormigón corrupto, basado en el clientelismo, el favor y contrafavor
y el silencio forzado de la disidencia, aunque, como dice uno de los
capítulos: cuando Zaplana despertó, 'Levante-EMV' y sus periodistas
todavía estaban ahí.
Por las páginas de ‘Ciudadano Zaplana’ desfilan desde Francisco Camps a Francisco Correa y sus muchachos, verdaderos aprendices en comparación con la
arquitectura ‘offshore’ que durante tantos años ocultó presuntamente el de Cartagena o el devenir posterior de los protagonistas del
caso Naseiro, muchos conectados hasta el final con la B de (Luis) Bárcenas,
el guardián de las finanzas del PP.
Pero en el libro aparecen también
multitud de personajes secundarios sin cuya historia sería imposible
comprender mucho mejor la bacanal sobre la que se levantaron la
hegemonía zaplanista y la secuela campsista
que durante años cautivaron a los valencianos, que les obsequiaron con
mayorías absolutas hasta que llegó la crisis y se acabó la fiesta.
El otro 'affair' Iglesias-IVEX
Uno
de los episodios más turbios y sobre el que la Justicia siempre pasó de
puntillas fue el millonario contrato que Zaplana firmó con su amigo Julio Iglesias para erigirlo en embajador internacional y portavoz por el mundo de las bondades de la Comunidad Valenciana.
Como el
Benito de ‘Huevos de oro’ cantando ‘Por el amor de una mujer' desde el ático de su rascacielos en Benidorm, pero cambiando el 'track' por ‘Soy un truhán, soy un señor’, el exministro de José María Aznar
apenas llevaba dos años en el cargo de ‘president’ valenciano cuando
regó al cantante con 375 millones de pesetas (2,25 millones de euros)
‘oficiales’ a través del Instituto Valenciano de la Exportación (IVEX).
Pero
ese acuerdo pronto quedó en papel mojado. El mismo 29 de diciembre de
1997 se rubricó un segundo contrato B, “clandestino y escondido”, que
elevaba la remuneración del artista a casi seis millones de euros,
libres de impuestos, y que otorgaba al cantante la facultad de facturar
por la organización de los recitales que, presuntamente, iban a servir
de promoción de la imagen de la autonomía.
“Aquellos eventos comerciales con karaoke de lujo acabaron costando a las arcas públicas valencianas al menos 1.435 millones de pesetas
(8,6 millones de euros), cantidad acreditada con documentos que fui
publicando, si bien el coste real fue bastante superior.
El dinero
amparado en ese contrato B fue ingresado en cuentas numeradas y secretas
en paraísos fiscales y a través de un entramado que pivotó sobre Bahamas, Islas Vírgenes Británicas o Islas del Canal, Jersey y Guernesey”,
escribe Arabí sobre esta investigación periodística en la que las
sospechas de facturación falsa y la abundante documentación no fueron
suficientes para un magistrado que tras 12 años con el expediente
abierto nunca mostró demasiado interés en desentrañar toda la verdad,
según el periodista.
“Si el juez Luis Carlos Presencia Rubio
hubiese acometido un ejercicio de investigación bastante básico, quizás
habría logrado pistas valiosas para encontrar la letra que le faltaba,
rematar la palabra y completar un puzle, el del
desfalco del contrato de Julio Iglesias,
que ofrece un buen retrato de lo que pasó en un paisaje bucólico en
éxtasis permanente”, remata Arabí en su volumen de 527 páginas.