En octubre de 2009, Le Monde diplomatique
realizó un llamamiento a sus lectores (1). Nuestro periódico acababa de
sufrir tres años de pérdidas financieras y, como otros muchos, veía
como su difusión iba disminuyendo cada año. En otras palabras, su
existencia –o, lo que venía a ser lo mismo, su independencia– dejaba de
estar garantizada.
Ocho años más tarde, esta amenaza se ha disipado.
Ya
que no son numerosos los motivos de satisfacción en estos momentos,
resulta tan útil como reconfortante analizar el que nos atañe
directamente. Sobre todo porque engloba una dimensión más general,
intelectual y política. Sin duda, la tirada de un periódico no demuestra
su calidad. Pero, cada vez que expresa una corriente de opinión, una
filosofía –no una “marca”, un producto–, su debilitación sugiere que
deja de ser útil, que ya no es necesario.
En 2009 apostamos a que ese no era el caso de Le Monde diplomatique.
Y les pedimos que nos lo confirmaran realizando donaciones,
suscribiéndose, comprando el periódico de forma más regular. Entonces
resaltamos que la información gratuita no existe; que, cuando se regala
el trabajo de los periodistas, estos ya no dependen de sus lectores,
sino de motores de búsqueda y de publicistas (2). En aquel momento, este
enfoque y este análisis eran singulares.
Nuestro
llamamiento fue escuchado. Desde 2009 hemos recibido [para la edición
francesa] 16.700 donaciones, por un importe total de 1.629.000 euros;
nuestro número de suscriptores ha alcanzado un récord histórico, pasando
de 81.000 a 94.000 el mes pasado: nuestras ventas de la edición en
papel no se han visto sacrificadas por la tendencia del “todo digital”;
nuestra difusión total se ha mantenido e incluso muestra señales
indiscutibles de vigor desde hace tres años (+20,5%), contrarias a la
tendencia general de la prensa.
Al mismo tiempo, el número de
suscriptores a nuestros archivos ha registrado un progreso fulgurante.
Este recurso documental, creado en 2013, cuenta hoy en día con más de
35.000 suscriptores conscientes de que la actualidad del mundo no se
limita a las tres últimas controversias de la semana.
¿Qué
otra publicación francesa puede ofrecer a sus lectores, sobre temas tan
diversos como los que Le Monde diplomatique aborda desde mayo de 1954,
la totalidad de 63 años de archivos? Pronto, los últimos veinte estarán
disponibles en otras tres lenguas además del francés: en inglés, español
y alemán, a la espera del portugués, el italiano y el árabe.
Estos
éxitos y el estado de nuestras cuentas nos llevan a interrumpir
nuestras campañas anuales de llamamiento a realizar donaciones [boletín para donaciones a Le Monde diplomatique en español ].
El dispositivo sigue en marcha, especialmente a través de nuestro sitio
web, para quien quiera consolidar nuestra situación financiera y
aumentar nuestras reservas con la perspectiva de un posible invierno.
Pero ya no presenta un carácter urgente.
El futuro de este periódico
está asegurado, al menos durante algunos años. Mejor llamar a una
victoria por su nombre. Por consiguiente, nuestro objetivo se
transforma: en lugar de asegurar la supervivencia de una publicación, a
partir de ahora se trata de ampliar la difusión de las ideas que
transmite. En definitiva, de pasar de la defensiva a la conquista.
Para ello, mantendremos el precio de Le Monde diplomatique
en su nivel actual. Por otra parte, alimentaremos el fondo especial
“Lectores solidarios”, que, desde hace exactamente treinta años y
gracias a nuestros lectores, ofrece suscripciones a instituciones,
bibliotecas y universidades en países pobres, pero también en centros
penitenciarios.
Asimismo, les sugerimos que apadrinen durante un año a
un nuevo suscriptor con la esperanza de que este decida más tarde,
directamente, prolongar la experiencia (suscribirse).
Finalmente, podrá contribuir con nosotros muy pronto en la “Red
Internacional Solidaria” que esperamos poner en marcha para consolidar
nuestras ediciones internacionales. Algunas se mantienen a flote
solamente gracias a una dedicación militante –algunos hablarían de
apostolado– poco común en el universo del periodismo.
¿Qué
lecciones extraemos de nuestra recuperación? La convicción de que,
cuando un periódico no es concebido como una mercancía, debe poder
contar con el compromiso de sus lectores, sin duda muy fuerte en nuestro
caso, puesto que continuamos otorgando prioridad a la actualidad
internacional, sacrificada en gran medida en otras partes, y que, bajo
el impulso de Claude Julien y más tarde de Ignacio Ramonet, hemos estado
a la vanguardia de la crítica de los medios de comunicación.
Con el
paso del tiempo, esta ha suscitado numerosas reacciones ofuscadas (3).
En la actualidad la imitan los que llegan en el último momento, a veces
acompañados de algún que otro arrepentido. Les damos la bienvenida:
aquellos que, como nosotros, pretenden luchar con eficacia en el frente
de las ideas se abstienen de exigir pasaportes y derechos de autor.
Le
Monde diplomatique no solo ha formalizado la acusación del periodismo
que existe realmente (concentración capitalista, pensamiento único,
aislamiento burgués, connivencias y complacencia). Frente a este hemos
presentado otra práctica profesional. Nuestra crítica en actos del
periodismo, que se puede leer todos los meses, no se reduce al rechazo
del tropismo liberal y europeo de casi la totalidad de los medios de
comunicación.
Ya que nuestros “compañeros” han acabado comprendiéndolo:
el descrédito del político obtuso que produce su “prêt-à-penser”
mancilla actualmente la reputación –y, por lo tanto, el valor
comercial– de la prensa que le acompaña como si fuera su ventrílocuo.
Así pues, los altos cargos editoriales han decidido hacer hincapié en
otra figura profesional, la cual también rechazamos: la del reportero
neutro, sin ideología, “desencriptador”, “descodificador”, a quien
“nadie le engaña”, que salta de una convicción a otra y que afirma no
comprometerse nunca.
Su
profesionalismo consiste en escoger los “pequeños hechos reales” y
presentarlos sin comentarios; en preferir las “cosas vistas” (sobre todo
si son estremecedoras) al análisis razonado de las relaciones sociales e
internacionales; en expulsar fuera del ámbito de la información las
ideas juzgadas como extremas, a la vez que hace de las demás (es decir,
las suyas) el alfa y omega de todos los “debates”. Así, el runruneo
sería permanente y la ficción del pluralismo estaría garantizada.
Si
la competición por la audiencia empobrece a menudo la información, la
neutralidad concebida como el recorte de las opiniones divergentes
conlleva otro coste: los disidentes políticos de todas las tendencias,
expulsados de las páginas de opinión, de los platós televisivos y de las
justas teatralizadas entre compadres y compañeros, crean sus revistas,
sus cadenas, sus publicaciones. Por un sabroso giro de la situación, se
benefician del descrédito del periodismo institucional, puesto que
figurar en la lista de rechazados de la corporación casi se ha
convertido en una garantía de confianza, una carta de crédito, una
Legión de Honor.
Nuestro
honor está en otra parte. La información que publicamos proviene tanto
de periodistas como de expertos del ámbito universitario, de escritores y
de investigadores. Por muy cuidada que sea su selección, un hecho solo
cobra sentido una vez situado en un contexto histórico, político y
cultural. Con el paso del tiempo, productores de conocimiento y miembros
del equipo del periódico han tejido, pues, relaciones destinadas a
hacer accesibles trabajos que permiten comprender el mundo, con la
esperanza de cambiar su rumbo. Sí, ese sigue siendo nuestro objetivo, y
sabemos que aún nos queda camino por recorrer...
Desde
hace un año, varios acontecimientos coproducidos por los grandes medios
de comunicación han confirmado nuestra singularidad. En Francia,
Emmanuel Macron ha sido propulsado al poder por un electorado de
centroizquierda gracias al cual implementa una política de derechas. La
prensa ha participado en esta mistificación de una fracción de la
opinión pública.
En particular los periódicos y sitios web de
información catalogados como de izquierdas, que a veces apoyaron a
Macron antes de la primera vuelta. El pasado 28 de septiembre, L’Obs
mostraba en portada, como hace a menudo, la fotografía del presidente
de la República Francesa, pero esta vez con el siguiente titular
acusador: “Por qué les da a los ricos”. ¿Por qué? Porque L’Obs
hizo que lo eligieran...
Junto con, reconozcámoslo, casi todos los
demás órganos de prensa –pero sin nosotros (4)–. El resultado: Le Point “cree estar soñando” con haber heredado un presidente tan liberal. Y Le Figaro evoca un “pequeño milagro”. En efecto, su propietario, Serge Dassault, pagará pronto menos impuestos.
Cuando
exponemos los resortes del poder, la situación internacional también
nos llama a protegernos de los peligros de la indignación indignada, de
la “oposición que contenta a los descontentos” (5), de la cámara de eco
de los medios de comunicación y de las redes sociales que aísla y a
veces aturde. Desde la elección de Donald Trump, no pasa ni una hora sin
que la mayoría de la prensa occidental detalle las excentricidades, las
ignominias y las fechorías del inquilino de la Casa Blanca. Este tema,
inagotable, también permite a aquellos que más lo necesitan construirse
un perfil de progresista a buen precio.
Pero
el ejercicio también conduce a componer un nuevo “eje del mal”,
fantaseado en gran medida, añadiéndole generalmente a Vladímir Putin.
Parece que ya no merece la pena informar de las visiones opuestas de
Trump y este último en asuntos tan insignificantes como Irán, Corea, la
UNESCO, Cuba, el calentamiento global, Ucrania, Venezuela o Siria.
Porque la sospecha de que el presidente ruso experimentaría simpatía por
su homólogo estadounidense aparta todo lo anterior.
En efecto, la
Central Intelligence Agency (CIA) –que, por supuesto, nunca ha mentido y
que siempre se ha mantenido escrupulosamente al margen de la vida
política de los demás países– afirma que el Kremlin se habría implicado
directamente en la difusión de información hostil a Hillary Clinton, lo
que explicaría su derrota imprevista.
La
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) va a esforzarse por
combatir estas fake news (“noticias falsas”) preparadas ciudadosamente
por Moscú. Lo hará con cierta pericia, ya que cuando tuvo lugar la
guerra de Kosovo (1999), la propia OTAN detallaba sus técnicas “para
anestesiar las opiniones” en caso de “abusos” militares: “Decíamos que
realizábamos una investigación, que las hipótesis eran múltiples. No
revelábamos la verdad hasta pasados quince días, cuando ya no le
interesaba a nadie” (6). Pero, aunque este tipo de verdad “ya no
interesa a nadie”, a nosotros nos apasiona... Preocuparse por ella
constituye un poco lo que nos distingue.
Y a este tipo de evocación, de
vuelta hacia atrás, de mirada oblicua, lo llamamos una puesta en
perspectiva. A menudo nos impide adoptar los hábitos de la manada. Exige
un poco de memoria y más esfuerzo intelectual que el envío compulsivo
de una docena de tweets sobre la última polémica del día.
“No
te preocupes –canta la rapera francesa Keny Arkana–. Déjanos mecerte en
voz baja / Déjanos contarte historias / Déjanos reflexionar en tu lugar
/ mientras te diviertes”.
Estos
versos resumen el periodismo contra el que luchamos. En cuanto al que
producimos todos los meses, aún tiene futuro por delante gracias a
usted.
(*) Periodista y director de Le Monde diplomatique
(1) Véase “La crisis de la prensa escrita”, Le Monde diplomatique en español, octubre de 2009.
(2) Véase “L’information gratuite n’existe pas”, La valise diplomatique, 13 de octubre de 2010, www.monde-diplomatique.fr
(3) Veáse, para convencerse de ello, Edwy Plenel, “Le faux procès du journalisme”, Le Monde diplomatique, marzo de 1998.
(4) Véase Marie Bénilde, “El candidato de los medios de comunicación”, Le Monde diplomatique en español, mayo de 2017; y Pierre Rimbert, “Un barrage peut en cacher un autre”, Le Monde diplomatique, París, junio de 2017.
(5) Honoré de Balzac, La piel de zapa, 1831.
(6) Cf. Serge Halimi, Dominique Vidal, Henri Maler y Mathias Reymond, “L’opinion, ça se travaille….”. Les médias et les guerres justes, Agone, Marsella, 2014.