CIUDAD
DE MÉXICO — Un día de septiembre durante la madrugada, Víctor Cruz, un
geofísico de la Universidad Nacional Autónoma de México, envió un
artículo a una revista científica en el que describía el progreso de una
red de sensores sísmicos subacuáticos que se implementarán en la costa
del Pacífico mexicano, revela The New York Times.
La
red, que se enfoca en un área sísmica activa conocida como la Brecha de
Guerrero, rastreará la deformación del suelo marino y los llamados
sismos silenciosos con el fin de mitigar el riesgo humano ante los
terremotos y tsunamis.
Casi una hora después de que Cruz enviara su artículo, un sismo de magnitud 8,2 sacudió el sur del país: fue el más fuerte sucedido en México en más de un siglo. Dos semanas después, un segundo sismo mató a cientos de personas en Ciudad de México y sus alrededores.
Mientras
el país se recupera, uno de los proyectos sismológicos más grandes de
América Latina también está sintiendo una sacudida.
“Queremos
tener un mejor entendimiento y avanzar más rápido con nuestra
investigación”, dijo Josué Tago, un sismólogo que trabaja para construir
la red de sensores. “La investigación que hacemos puede ayudar a salvar
vidas, y ese es un tipo diferente de motivación”.
A
lo largo de la costa occidental de México se encuentran las placas
tectónicas de Cocos y Norteamericana; la primera se desliza por debajo
de esta última. A eso se le conoce como la zona de subducción y genera
periódicamente sismos que liberan energía, la cual se acumula por la
fricción entre las placas.
La
Brecha de Guerrero, casi pegada a la costa, preocupa particularmente a
los científicos por su proximidad con Ciudad de México: aproximadamente
322 kilómetros al sudoeste. Esta nueva red, que depende de datos
sísmicos, de presión y GPS, analizará el movimiento de la placa
tectónica.
Para
hacerlo, los investigadores instalarán sensores y tomarán mediciones
preliminares en noviembre. Y durante los siguientes cuatro años, un
grupo de más de 50 científicos apostados en Japón y México recabarán
datos, crearán modelos computacionales de sismos y tsunamis, y generarán
mapas de áreas costeras cerca de la brecha para el siguiente terremoto.
Sin
embargo, los dos últimos temblores también han puesto de manifiesto
opiniones científicas divergentes sobre en qué partes de México es más
probable que surja el siguiente sismo. ¿La zona a lo largo de la costa
del estado de Michoacán, que produjo el terremoto de 1985? ¿Algún lugar
al sureste de la Brecha de Guerrero? ¿La brecha misma?
Por
una parte, un segmento de la Brecha de Guerrero no ha tenido actividad
sísmica en más de un siglo, lo que sugiere que una tensión acumulada ahí
podría generar un terremoto en el futuro cercano.
Los
sismos recientes pueden haber desatado un movimiento tectónico allí,
pero los investigadores no saben si se liberó una cantidad significativa
de energía. “Tendremos que evaluar en qué medida esos procesos podrían
acelerar el movimiento”, dijo Cruz.
Sin
embargo, el silencio sísmico de la brecha no es totalmente convincente
para todos los científicos. Algunos miran hacia esa extensión de 230
kilómetros y se encogen de hombros, diciendo que ahora parece menos
probable que los futuros sismos se produzcan allí, en comparación con
otros lugares a lo largo de la costa.
“La
gente se agita cuando los sismos ocurren cerca o en una brecha, pero
por supuesto que también pueden generarse en cualquier otro lado”, dijo
David Jackson, un profesor de Geofísica de la Universidad de California
en Los Ángeles, que no participa en la nueva red de México.
“Yo
le daría seguimiento a los temblores más que a las brechas”, añadió.
Pero “preferiría tener a alguien poniendo instrumentos en la brecha que
no poniéndolos en ninguna parte”.
Los
investigadores ubican en la extensión de Guerrero de la zona mexicana
de subducción el foco del tsunami y el terremoto de magnitud 9 en Tohoku
que tomó por sorpresa a los japoneses en 2011, a pesar de la
sofisticada red sísmica de ese país.
“Eso
nos abrió los ojos”, dijo Vala Hjörleifsdóttir, una experta en
Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México en Ciudad de
México. “Pensamos que sabemos qué sismos podrían ocurrir aquí. ¿Eso es
todo, o hay más?”, señaló.
En México, indicó, no ha habido un tsunami desde 1932.
Al
sismo de Tohoku lo precedió un evento de sismo lento, en el que se
libera energía durante un periodo de semanas o meses. La Brecha de
Guerrero había registrado uno de los eventos de sismo lento más grandes
del mundo, lo que intrigó a los sismólogos japoneses.
Los
investigadores de la Universidad de Kioto se unieron formalmente a los
científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México para estudiar
el área en 2013. La red que están comenzando a construir no solo ayudará
a detectar sismos, sino que también ofrecerá datos sobre las placas
tectónicas y los eventos de sismo lento.
Si
México fuera un país más rico, dicen los científicos, podría extenderse
una red de detección con sismómetros cubriendo la gran zona de suelo
marino entre la fosa oceánica Mesoamericana —donde el borde de la placa
de Cocos se sumerge por debajo de la Norteamericana— y la costa.
A
diferencia de otros países como Estados Unidos, Japón y Nueva Zelanda,
que han usado técnicas geofísicas similares para medir los movimientos
de las placas, México depende principalmente de la generosidad de otros
para su investigación geofísica a gran escala.
Cerca
de seis millones de dólares están dedicados a la red actual, con
alrededor de dos millones aportados por México y el resto por la
Asociación Japonesa de Investigación en Ciencia y Tecnología para el
Desarrollo Sustentable. Algunos instrumentos provistos por Japón se
quedarán en México cuando terminen el proyecto.
“Hay
tantas prioridades en México que es difícil que un proyecto geofísico
sismológico obtenga un financiamiento tan grande”, dijo Cruz en
referencia a la nueva red.
Una
falta generalizada de fondos, en combinación con el trabajo casi
adivinatorio inherente a la sismología, hace que los científicos de
México deban escoger cuidadosamente qué ubicaciones monitorear. Debido a
los dos sismos recientes, lo recursos han disminuido aún más.
“La
naturaleza del problema es que nunca vamos a hacer lo correcto”, dijo
Hjörleifsdóttir. “Más o menos esperábamos un gran sismo en Guerrero,
pero no es el único lugar”.
La
científica compara los esfuerzos de monitoreo del país con los
enfocados en un área de la Falla de San Andrés en California, que
produjo sismos aproximadamente cada 20 años durante un siglo.
“Para
poder estudiar los sismos, ubicaron muy bien sus instrumentos. Una vez
que los habían colocado ahí, esperaron y esperaron, y no sucedió sino
hasta como 35 años después”, dijo Hjörleifsdóttir.
Los
científicos pueden recabar información sobre el movimiento de la tierra
que pueda contribuir a estar preparados para un desastre, dijo Cruz,
pero no pueden predecir los temblores.
“Aunque
ni nosotros, ni nadie más en el mundo, puede saber cuándo ocurrirá un
sismo”, dijo, “podemos generar conocimientos que reduzcan el riesgo”.
Por qué la geografía de Ciudad de México agrava los sismos
El terremoto que causó la muerte de
155 personas en Ciudad de México y que derribó docenas de edificios fue
tan destructivo debido a que la capital del país fue construida sobre un
antiguo sedimento de un lago.
Los españoles construyeron la actual Ciudad de
México sobre las ruinas de la capital del Imperio azteca, Tenochtitlán,
que conquistaron en 1521. La ciudad azteca estaba sobre un islote en el
lago de Texcoco, pero los españoles lo desecaron durante cientos de años
y expandieron Ciudad de México en la nueva tierra disponible.
Ahora, la mayor parte de la ciudad descansa
sobre capas de arena y barro —de una profundidad de hasta 91 metros— que
estaban debajo del lago. Estos sedimentos suaves y acuosos hacen que la
ciudad sea particularmente vulnerable a los sismos y a otros problemas.
Durante un terremoto, los sedimentos sueltos
cerca de la superficie hacen más lentas las ondas, de 3.000 metros por
segundo a aproximadamente 50 metros por segundo, conforme entran al
valle. Las ondas lentas crecen en amplitud, del mismo modo que un
tsunami cuando se acerca a la costa, y hacen que el movimiento sea más
violento.
Empeora cuando el material debajo de los
sedimentos más sueltos es más profundo y más denso pues hace que las
ondas se queden en el valle y que el temblor amplificado dure más
tiempo.
Ciudad de México de por sí está en una zona
propensa a los sismos debido a los enormes pedazos de corteza terrestre,
llamadas placas tectónicas, que chocan lentamente entre ellas. México
está sobre la placa de Norteamérica y la placa de Cocos se desliza por
abajo de ella a lo largo del suroeste del país.
La colisión de una placa que se desliza debajo
de la otra —un movimiento llamado subducción— libera grandes cantidades
de energía y hace que los sismos sean un fenómeno común en México. A
diferencia del último, muchos de esos temblores son de baja
magnitud.
La geología única de la cuenca de Ciudad de
México puede amplificar las ondas sísmicas de modo que sean cien veces
más fuertes, un fenómeno que el Dr. Cruz-Atienza dijo que no se compara
con ninguno en el mundo.
Los sismos que ocurren relativamente lejos de
Ciudad de México aún pueden causar daños significativos debido en parte a
esta amplificación. El devastador terremoto de 1985, que mató a más de
10.000 personas se originó a más de 322 kilómetros, cerca de la costa
mexicana del Pacífico.
El epicentro del sismo último fue más
cercano: a unos 80 kilómetros, pero sacudió con mayor violencia a Ciudad de México que a otras áreas que
están a una distancia similar del epicentro.
El terremoto de 1985 provocó que se mejoraran las leyes de construcción, lo que se cree que minimizó
el daño de este sismo. Sin embargo, los temblores siempre
representarán una amenaza única para Ciudad de México debido a las
implicaciones geológicas del antiguo sedimento lacustre que está debajo
de ella.