En un país normal, las grabaciones que se han difundido de Corinna zu Sayn-Wittgenstein,
empresaria para unos, comisionista para otros, conocida por las
revistas del corazón como princesa Corinna y, sobre todo, por su
relación con el rey emérito Juan Carlos I serían ya en estos momentos un escándalo de dimensiones abismales.
La difusión de unas conversaciones con el excomisario José Manuel Villarejo,
actualmente en prisión, en las que la aristócrata asegura que Juan
Carlos I la utilizaba como testaferro de su fortuna, no porque la
quisiera mucho sino porque Corinna residía en Mónaco, son una auténtica
bomba de relojería.
Una monarquía seriamente cuestionada por asuntos tan
diferentes como el caso Nóos, por el que permanece en prisión Iñaki Urdangarin, el conflicto abierto con las instituciones catalanas o la declaración del rey Felipe VI como persona non grata en
muchos municipios tiene delante suyo el peor de los escenarios que se
le podía abrir: la denuncia de una corrupción sistémica en la jefatura
del Estado durante décadas y en el corazón de la Familia Real española.
El temido archivo del excomisario Villarejo, el hombre de las cloacas
del Estado, el que todo el mundo defendía y protegía cuando de lo que
se trataba era de protagonizar la mayor guerra sucia desatada
en un estado democrático contra unos partidos legales por el simple
hecho de defender la independencia de Catalunya ha empezado a tirar de
la manta.
El monstruo que se ha creado y potenciado y que campaba a sus
anchas por el Ministerio del Interior ha pasado a ser un problema serio
para el Estado. Sus dossieres se cuentan por millares y lo que falta por
saber es si solo ha lanzado un aviso para poder negociar o la difusión
masiva de documentación obtenida a través de las cloacas del Estado se
ha puesto en marcha.
Que Villarejo era un peligro desde el principio era algo sabido. Que
Corinna era una amenaza para la Monarquía también. Pero eran unos años
en que el poder político y el mundo empresarial miraba hacia otro lado,
tanto en Madrid como en Barcelona. Tener un problema con Juan Carlos I
no era una cosa agradable. Sigue sin serlo.
Ahora Corinna ha abierto la
caja de los truenos. La fiscalía difícilmente podrá mirar hacia otro
lado y la ministra de Defensa, Margarita Robles, de
quien depende el CNI, al que la princesa ha acusado de amenazarla a ella
y a sus hijos con conocimiento del rey emérito, será la primera en
pasar por una comisión del Congreso de los Diputados.
Ya veremos si el
final no es una comisión de investigación parlamentaria, algo hoy
impensable, pero que dependerá de la evolución mediática del caso y de
la resistencia de PSOE, PP y Ciudadanos.
Quizás estamos solo en el primer asalto.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia