ROMA.- Les pagan una miseria y
trabajan en condiciones deplorables. Miles de trabajadores son
explotados durante las cosechas en Italia y son la cara oscura de la
agricultura italiana, en la que también pesa la sombra de la mafia.
Cada
verano, miles de trabajadores africanos, pero también búlgaros o
rumanos, llegan a la península para recoger tomates o sandías bajo un
sol abrasador.
Según un estudio realizado por el sindicato Flai-CGIL,
unos 400.000 trabajadores agrícolas corren el riesgo de ser explotados
irregularmente, de los cuales más de 100.000 se encuentran en una
situación de "vulnerabilidad grave".
Si bien la mayoría son extranjeros, los italianos también están involucrados.
"Han
sido reducidos a la esclavitud", a través del llamado sistema de
"caporalato", explicó Jean-Rene Bilongo, responsable de la
política migratoria y las desigualdades de Flai-CGIL.
El "caporal" es un intermediario entre el agricultor y los trabajadores, resume.
"Es
el que negocia el pago embolsándose una margen. Por ejemplo: si pagan
cinco euros por una enorme caja de tomates, pagará solo tres euros a los
trabajadores", sostiene Bilongo.
Si bien el convenio colectivo
para la agricultura prevé un horario de trabajo diario de 6H40 con una
remuneración de 50 euros por día, estos trabajadores trabajan más de
ocho o diez horas al día e incluso 14 horas.
Además les pagan por cantidad (3 a 4 euros por 350 kilos), lo que les permite llegar sólo a 20-30 euros por día.
A
esa cifra, que ya es baja, deben recortar los costos. "Los 'caporales'
les piden cinco euros para el transporte ida y vuelta a los campos, por
el agua que beben y los bocadillos les cobran 3,5 euros. Una verdadera
extorsión", denuncia Angelo Cleopazzo, vicepresidente de la
asociación Diritti a Sud ("Derechos en el Sur"), con sede en Nardo
(Apulia).
Muchos de los trabajadores viven en barrios marginales,
en terrenos al aire libre, unos "güetos", sin acueducto ni
alcantarillas.
"Es inhumano", protesta Bilongo, quien ha denunciado también la violencia e incluso la agresión sexual contra las mujeres.
Su
extrema vulnerabilidad a menudo les impide denunciar esta explotación.
Sin embargo, en agosto de 2018, cientos de ellos manifestaron su
indignación y rabia en Foggia (Apulia), después de la muerte de 16
trabajadores en un accidente automovilístico.
Todos los veranos
se registra la muerte de varios trabajadores en los campos, en general
debido a la ola de calor y la insolación.
Para Bilongo no ha
faltado la intervención de la policía así como la apertura de
investigaciones judiciales, gracias a una ley del 2016 que ataca el
fenómeno del "corporalato".
Pero el sindicalista lamenta que no se apliquen las medidas preventivas para luchar contra ese fenómeno.
La
ley establece la creación de "una red de trabajo agrícola de calidad",
con compromisos y controles por parte de los operadores, algo que no se
aplica a nivel local.
Esas redes deberían, por ejemplo, organizar el transporte para que los trabajadores no dependan de los caporales.
"Pero hay mucha resistencia", reconoce Bilongo.
Los
sindicatos Flai-CGIL, como Coldiretti, la principal organización
agrícola, así como los mismos trabajadores, consideran que una de las
causas de esa injusticia son las exigencias de la grande distribución.
"Son
entre los responsables ya que imponen precios muy bajos", asegura
Cleopazzo, que denunció la infiltración de la mafia en ese sector y la
escasa acción de la justicia.
Según Coldiretti, la "agro-mafia",
presente desde la producción hasta la distribución gracias al control
del sistema de transporte, ha aumentado su volumen de negocios de un
12,4% en 2018, llegando a facturar 24.500 millones euros (27.110
dólares)
A nivel local se está comenzando a implementar otro
modelo de desarrollo. Goel, un grupo de cooperativas de Calabria fundado
en 2003, ayuda a los agricultores a vivir mejor con sus propios
productos y a resistir a la mafia.
Lanzado en 2015 por las
asociaciones Diritti a Sud, Solidaria y SfruttaZero (Cero Explotación),
ahora se produce salsa de tomate sin productos químicos y los 20
trabajadores tienen un contrato regular, son pagados a tiempo y se les
proporciona transporte gratuito, así como bocadillos y agua.
SfruttaZero
vende, a través de sus propios circuitos, sus botellas de tomate a tres
o cuatro euros, contra los 90 centavos en general con que se venden en
los supermercados.
Y no tiene dificultades para venderlas, ya que
los consumidores son cada vez más sensibles a los problemas éticos y
ecológicos y prefieren pagar más a cambio de justicia social y respeto
del medio ambiente, asegura Cleopazzo.