El gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos
es la novedad política más importante de los últimos diez años. Está a
punto de confirmarse. Y, sin embargo, el hecho no suscita mayores
emociones en la opinión pública. Por culpa de las fiestas y de las
vacaciones, sin duda.
Pero también porque los medios de comunicación y
la derecha llevan tanto tiempo vertiendo tal cantidad de insidias sobre
esa iniciativa que mucha gente no termina de creerse que vaya a ser
posible. Y otra mucha teme que pueda conducir a una catástrofe. Vencer
esas corrientes va a ser una de las tareas prioritarias del nuevo
Ejecutivo.
Porque ese gobierno no solo es posible,
sino que es el único que responde a la lógica de las cosas. Por poco que
se reflexione sobre la cuestión, dos cosas resultan efectivamente
obvias. Una, que este país no puede seguir por la senda del centralismo
cerril abierta por Mariano Rajoy y los suyos, y que la voz de los
nacionalismos y regionalismos, que sostienen millones de españoles,
tiene que ser tenida en cuenta a la hora de decidir la política general.
Dos, que el enfrentamiento sin cuartel entre el PSOE y Unidas Podemos,
entre las dos izquierdas, hace tiempo que ha dejado de tener sentido.
El martes que viene ambos obstáculos empezarán a quedar
superados. Al menos durante la etapa que ahora comienza. Sin grandes
alharacas, de una manera bastante normal. Convirtiendo en acción
política lo que es de sentido común.
Que Pablo
Iglesias y Pedro Sánchez se hayan entendido puede parecer extraordinario
en vista de los antecedentes. Pero no lo es si se va al fondo de las
cosas. Porque las elecciones del 10 de noviembre confirmaron algo que
durante años ninguno de esos dos dirigentes parecía aceptar.
Esto es,
que ni el PSOE podía borrar del mapa al partido de Iglesias, ni este
podía erosionar más a los socialistas. Ambos llevaban años actuando
según esa lógica destructiva. Pero de un día para otro comprendieron que
por ahí no iban a parte alguna. Que no tenían más remedio que
congeniar. Y que si no lo hacían podían abrir la puerta del poder a una
derecha brutal, por vía de unas terceras elecciones.
El
paso siguiente, el diálogo con los nacionalistas, particularmente con
el catalán, no solo venía impuesto por la necesidad de contar con ellos
para la investidura, sino porque el necesario cambio de rumbo en la
política española que ese gobierno tendría que propiciar pasaba por
enfocar la cuestión de una manera sustancialmente opuesta de la que la
derecha había venido imponiendo. Por sentido común y porque no hacerlo
podía llevar a España a la catástrofe.
¿O es que
alguien mínimamente cabal y no fanatizado piensa que el independentismo
catalán va a dejar de ser una amenaza para la estabilidad del Estado
aplicando medidas cada vez más represivas contra el mismo?
Las muchas
conversaciones que exponentes del PSOE llevan manteniendo desde hace
semanas con dirigentes de Esquerra confirman que Pedro Sánchez ha
comprendido finalmente que tiene que emprender otra vía. Para ello
seguramente ha tenido que vencer resistencias muy serias en el interior
de su partido y entre los poderes fácticos que cualquier gobernante
tiene que tener en cuenta. O que, sin doblegarlas del todo, ha decidido
ignorarlas o hacer como si no existieran. Pablo Iglesias tenía bastante
claro hace tiempo que ese paso era necesario.
Y por lo
que se sabe no es inasumible el precio del entendimiento con Esquerra
Republicana. Que cuando se celebren las elecciones catalanas puede
terminar siendo aceptado, en todo o en parte, también por el otro sector
del independentismo.
Aceptar una mesa de diálogo
sobre todas las cuestiones pendientes, abrir paso a una consulta, no
vinculante, sobre los acuerdos que mediante ese diálogo se puedan
alcanzar, ¿son aberraciones, es abrir el cajón de los truenos o es
simplemente aplicar la lógica a la política?
La vía
alternativa, la de Rajoy y de Pablo Casado, nunca tuvo sentido. Pero en
los últimos tiempos la había perdido por completo. No sólo porque la
represión no había reducido el apoyo electoral al independentismo y el
rechazo de la mayoría de los catalanes a la acción de los tribunales,
sino porque esa vía se había agotado políticamente, no podía avanzar
más, había consumido su arsenal autoritario.
Ahora se
trata de desandar el camino. De volver al tiempo político previo al de
la puesta en cuestión del estatuto de autonomía, al del diálogo para
avanzar sobre esa base. Siempre que el independentismo rechace cualquier
vía unilateral. Que fue un error político grave, sí. Pero que, en
parte, y no pequeña, también fue fruto de la brutal acción del
centralismo del PP en Cataluña.
Todo indica que Pedro
Sánchez y Pablo Iglesias no han hecho concesión alguna a ERC que suponga
una traición a España. Y la derecha lo sabe perfectamente. ¿Por qué
entonces eleva cada día el tono de sus denuestos? Porque empieza a temer
que si la vía del diálogo empieza a dar frutos, toda la actuación de
Rajoy empiece a sonar a sinsentido para buena parte de la opinión
pública.
Es decir que su principal activo movilizador, el rechazo de la
mayoría de los españoles a lo catalán, empiece a perder fuerza. Y más a
medida que los tribunales europeos sigan dando palos a la sentencia del
"procés". ¿Hasta anularla como dice Pérez Royo?
Y
porque lo que de verdad espanta a la derecha y a los sectores sociales
que con ella se identifican, y que no solo es el de los más ricos, es la
presencia de Unidas Podemos en el gobierno. Por principio, porque son
así de carcas y el anticomunismo sigue siendo su bandera más querida.
Pero también porque temen que UP imponga a Sánchez una política muy de
izquierdas. Y mucha gente de las clases medias y altas que no se han
dejado de enriquecer durante los años de crisis, más o menos según los
casos, están horrorizadas por la posibilidad de que eso ocurra.
Pero
al PP no le interesa que eso salga a la luz. Porque sus recelos no
serían muy populares en un país en el que la mayoría está justita o no
llega. Y porque eso le obligaría a debatir públicamente la realidad del
programa del gobierno de coalición en materia económica y social.
Y de
ese debate terminaría evidenciándose que el citado programa es altamente
moderado, que no va a romper nada ni en materia fiscal, ni salarial, ni
de gasto social. Y que Unidas Podemos ha rebajado extraordinariamente
sus planteamientos de hace un año o dos en esas materias.
Cataluña,
por tanto, va a seguir siendo el argumento principal de su ofensiva.
Pero que ladren. No puede hacer mucho más, por muy poderosa que sea su
escuadra mediática. Porque si el gobierno de coalición no mete demasiado
la pata, no hay elecciones hasta dentro de cuatro años.
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