Estos de Podemos son una mezcla de enfants terribles y enragés, con unas gotas de indignés
y mucha visibilidad mediática. Han nacido para los focos. Menudo
griterío ha levantado la diputada de la CA de Madrid y presidenta de su
Comisión de la Mujer, Clara Serrano, de Podemos. Es muy de ver cómo se
rasga las vestiduras un amplio abanico feminista, real o fingido,
orientando el debate a criterios dogmáticos y aplicando las reglas de la
maestra ciruela.
Después
del post de ayer sobre la gestación por encargo, Palinuro ha cogido ley
a esto de las camisas de once varas y se permite opinar, sin ánimo de
ofender a nadie, sobre un tema que, a primera vista, parece femenino.
Y es que ahí está el error y mi sola discrepancia en las declaraciones de Serra de que la fantasía de violación y de sexo con violencia es un deseo femenino.
Es un asunto oscuro y muchos críticos echan en cara a la diputada que
generalice indebidamente. Correcto, aunque insuficiente. Lo peor es que
no generaliza bastante. Ese es el error de su afirmación porque,
piénsese un poco, esas fantasías son un deseo femenino... y masculino y
epiceno y hermafrodita.
Donde hay sexo, hay fantasía. Y de todo tipo. A
veces, se llama masoquismo. El nombre viene del Masoch de La Venus de las pieles, pero
la práctica es, seguramente, tan antigua como la Humanidad. Hay
masoquistas, igual que hay sádicos, pederastas, místicos, etc, por citar
cuatro ocupaciones directa o indirectamente relacionadas con la
sexualidad, territorio impenetrable a la luz de la razón. Solo de la
fantasía.
Cuando
esas pulsiones, rasgos, inclinaciones, causan un daño de cierta
importancia a terceros se convierten en delitos. Qué se considere "daño
de cierta importancia" es algo que expone la conciencia moral, decide la
mayoría y sanciona la ley. La violación del tipo y género que sea es un
delito porque daña el derecho a la integridad física y moral de
otro(a). Y no hay más que hablar.
Pero
el hecho es que se habla, especialmente de este tipo de delitos, que
tienen relaciones con los oscuros deseos de la sexualidad. Todos los
delitos vienen con fantasías pero las sexuales tienen un carácter
particularmente opaco, que alimenta tendencias morbosas. Y lo que se
dice sobre ellas oscila entre los lugares comunes más detestables ("en
el fondo, lo que quieren es que las violen") y las teorías más
elaboradas y refinadas ("hay un oscuro deseo de sufrir violencia en la
sexualidad de las mujeres").
Si
estamos dispuestos a reconocer que esas afirmaciones pueden predicarse
(aunque con índices de probabilidad distintos) de todas las personas en
relaciones sexuales, sean del sexo que sean, podremos avanzar en nuestro
razonamiento. Si no, habrá que saber por qué no.
¿Es porque la
violación de las mujeres o la fantasía correspondiente es
cualitativamente distinta de la violación de los hombres o su fantasía?
No, claro. La diferencia es cuantitativa. Y que esta no es relevante se
observa por el hecho de que las violaciones más frecuentes afectan a las
mujeres y también a las niñas y a los niños. Si ese es el argumento que
se emplea, está dentro del marco conceptual patriarcal que propicia la
violación de las mujeres hasta convertirla en ocasiones en política de
Estado, como dice Susan Brownmiller.
Lo
problemático aquí es el razonamiento, digamos, culto, lo expuesto por
Clara Serra, que está en línea con conclusiones actuales de la
sexología. Lo estará, pero no es nada nuevo. Esa idea del masoquismo
femenino puede rastrearse en Freud y se formula con todas sus letras en
la teoría de Karen Horney, discípula del austriaco. Creo haberla leído
en alguna otra psicoanalista, incluso en la hija menor de Freud, Anna,
aunque no estoy seguro.
De
lo que sí lo estoy es del correspondiente escándalo que motivó Ayn Rand
con su famosa novela (best seller en los EEUU en 1942 y exitazo
cinematográfico en 1948), dando celebérrima forma literaria a la teoría
de Horney, en una violación que describe al comienzo de la historia, El manantial.
Las relaciones entre el feminismo y Ayn Rand fueron siempre muy
complicadas y, a raíz de esta novela se enfrentó a la crítica feminista
de que, en realidad, ella ensalzaba la violación como el triunfo del
héroe. Rand respondió que no tenía conciencia de haber descrito una
violación y que, si lo era, se trataba de una violación consentida. La fundadora del Objetivismo despachaba el asunto con una especie de oxímoron.
Sin
duda la fantasía es un espacio sin límites y esas de los oscuros deseos
(que llegan incluso a atribuirse a atavismos del Paleolítico, cuando la
arqueología rivaliza en estos territorios con la psicología) mucho más.
No hay por qué escandalizarse como si fuéramos del Ejército de
Salvación, pero sí es preciso recordar que ese deseo no es
intrínsecamente femenino, sino humano.
Lo importante es no olvidar cuándo el deseo se torna delito o cuándo el delito es incitar al deseo.
Y
esas señoras que aplauden los comentarios machistas de Hernando y piden
la dimisión de Serra por una observación realista cuyo único defecto es
quedarse corta, podían proceder a la inversa. Quizá no resultaran más
acertadas, pero sí menos ridículas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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