Las provincias de España son casi coincidentes con regiones de Voronoi
(los bordes de cada polígono son equidistantes a dos capitales, o de
otro modo, cada punto está más cercano a su capital que a otras).
MADRID.- No es noticia que muchos españoles preferirían ver las líneas del mapa político del país repartidas de otra manera.
A las históricas demandas de los nacionalistas vascos o catalanes por
la independencia se unen también otras por la interdependencia, como la
voluntad de algunos ciudadanos de León por volver a conformar una región propia y desvinculada de Castilla, se reconoce hoy en El Confidencial.
Lo que ni ellos ni los partidos independentistas ponen nunca sobre la mesa es, curiosamente, la división provincial, que seguiría siendo exactamente igual en sus futuros escenarios.
Frente a quienes aspiran a modificar la Constitución de 1978 por
haberse quedado obsoleta tenemos aquí un trabajo intelectual, el de la
división del territorio, con casi 200 años de historia y que sigue funcionando.
Por eso nadie —con pequeños matices que mencionaremos más adelante— ha manifestado querer alterar los límites de su provincia.
Un apunte contemporáneo para respaldar la precisión del modelo provincial desarrollado en el primer tercio del siglo XIX.
Recientemente, el geólogo Jorge Ginés
compartió este interesante experimento resultante de dividir la
península en regiones de Voronoi. Esto significa tomar unos puntos
cualesquiera (en este caso las capitales de provincia) y aplicar el diagrama ideado por el matemático ruso Georgy Voronoi,
que consiste en crear tantas regiones como puntos existan asignando a
cada región todo aquel territorio que esté más cerca de ese punto que de
ningún otro.
La matemática Clara Grima explica cómo funcionan estos diagramas y cómo se han utilizado para muchas cosas más aparte de la cartografía.
No es sorprendente que los actuales límites provinciales sean casi coincidentes a las líneas de un diagrama de Voronoi. Nuestras actuales provincias son hijas del racionalismo. Lo que no está tan claro es quién es el otro progenitor.
Prefecturas francesoides
En 1810, durante la invasión napoleónica, José Bonaparte encomienda a José Lanz,
ingeniero nacido en México (por entonces Nueva España) y nacionalizado
francés, la división de un territorio en el que nunca había vivido y del
que fue desterrado.
Quizá por eso, Lanz prescindió de reivindicaciones
históricas y tiró de pragmatismo y accidentes geográficos para delimitar
el territorio en 'departamentos', que los franceses renombraron como
'prefecturas'.
Pese a que el trabajo de Lanz no pasó de la provisionalidad,
algunas de sus provincias nombradas en base a los ríos ya prefiguraban
lo que estaba por venir. Por ejemplo el Zújar, afluente del Guadiana,
serviría para delimitar el límite de las provincias de Córdoba y
Badajoz, por entonces Mérida. Y así sucesivamente, cuenca a cuenca.
Sin
embargo, muchas de esas prefecturas resultaron demasiado amplias para
ser abarcadas. Al mismo tiempo, habría más de cien subprefecturas con
las que interlocutar. Por eso el encargo realizado a Javier de Burgos en 1833 tenía, principalmente, un ánimo centralizador: poder coordinar la organización periférica del Estado a través de las diputaciones y hacer tábula rasa de los anteriores modelos de reinos y regiones.
De
Burgos, que fue periodista, traductor de Horacio y, a la postre,
Secretario de Estado de Fomento, se apoyó en una propuesta de 1822 que
no llegó a entrar en vigor pero dibuja las provincias actuales casi al dedillo, con la salvedad de que incluía tres más: Calatayud, Játiva y Vierzo.
En el decreto de las Cortes
donde se exponía el plan provisional, sus señorías cifraban "todas las
almas" del país en 11.661.980 personas. Aquella España era un lugar muy
distinto. La provincia de Madrid, con 290.490 habitantes, no estaba entre las más pobladas.
Concretamente estaba por detrás de Zaragoza, Oviedo, Barcelona,
Córdoba, Coruña, Granada, Vigo, Sevilla y Valencia. La nueva división
provincial calculaba un ahorro para el país de 1.046.100 reales con
respecto al modelo anterior.
Casi clavando lo de hoy
Once
años después, el geógrafo acabó integrando a las tres provincias extra
en Zaragoza, Valencia y León (además de cambiar Chinchilla por Albacete)
para dar con un mapa clavado al actual.
En estos modelos se introdujo un doble criterio de eficiencia: las
provincias tenían que tener entre 100.000 y 400.000 habitantes y que
todos sus municipios estuvieran ubicados a menos de una jornada a caballo de su capital de provincia.
Incluso visto con los ojos del presente, teniendo en cuenta las vías de
comunicación actuales, el plan de 1833 se demostró bastante preciso,
como muestran estas visualizaciones realizadas por @Apariciovich.
"Se ha mantenido que la provincia española era una invención de Javier de Burgos,
basada en el modelo de los departamentos franceses y que se realizó la
división territorial poco menos que con un mapa y un compás", escribe
Enrique García Catalán en su 'Urbanismo de Salamanca en el siglo XIX',
que considera además "que esta afirmación es incierta y que debe
romperse de una vez por todas con un tópico... pues la provincia es una figura con amplios antecedentes
en la historia de España".
Expone además que el proceso de división en
provincias apareció ya en el siglo XVIII y en 1813 comenzó a reiniciarse
el interés, tras el repliegue de las tropas francesas.
Qué curioso. El polifacético Fermín Caballero también criticó la organización territorial de Lanz en 1810 usando una expresión similar; decía que estaba hecha
"con el compás y la punta del sable, sin consideración alguna del orden
existente".
Por ello la de 1833, para la que Caballero realizó la
propuesta final como miembro de la Comisión Mixta de División
Territorial y Rectificación de Límites Provinciales, incorporaba sutilezas regionales que los proyectos anteriores no tuvieron en cuenta. Fue un proceso de dos décadas en los que todo el país logró alcanzar un 'pacto provincial', como lo describe Jesús Burgueño en su libro 'La Invención de las Provincias'.
Desde 1833 los cambios al dibujo de Javier de Burgos han sido menores, afectando exclusivamente a municipios limítrofes
En
1927, la que por entonces era la provincia de Canarias se dividió en
Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas. Salvo éste el resto de cambios al
modelo decimonónico han sido menores, afectando exclusivamente a
municipios limítrofes entre dos provincias.
Por ejemplo una pedanía que
se separaba de un ayuntamiento para irse con el de otra provincia. Se
sospechaba en muchos casos —el de Villena y Sax, incorporados a Alicante
desde Albacete y Murcia en 1836— de injerencias políticas y diputados
afines, pero al fin y al cabo así se escribe también la historia.
El
último caso fue el de Gátova, que en 1995 pasó de Castellón a Valencia aduciendo razones económicas y sentimentales.
Este
municipio de 400 habitantes expuso que se había demostrado "la
existencia de una tendencia natural de los vecinos a desplazarse a
Valencia salvo para asuntos oficiales, dada su mayor proximidad
geográfica y accesibilidad. Por último cabe resaltar el factor humano y sociológico que de modo natural produce un mayor acercamiento a la provincia de Valencia que a la de Castellón de la Plana".
Ante esas razones no hay racionalismo que pueda aplicarse y así provocó el último retoque al mapa de las provincias, un dibujo que ha pasado de provisional a bicentenario.