WASHINGTON.- Es la primera mujer economista jefa del Fondo Monetario Internacional.
Originaria de la India, creció en una cultura matriarcal que fue su
inspiración para romper barreras. Doctorada en Princeton y profesora en
Harvard, aborda retos de la economía global como la desigualdad, la
automatización del trabajo o la guerra de aranceles, y alienta a que
aumente la presencia femenina en la cúpula de las instituciones. La entrevista El País.
GITA GOPINATH, nacida en Calcuta en 1971, en plena guerra de Bangladés,
se convirtió en la primera mujer economista jefa del Fondo Monetario
Internacional (FMI) en enero de este año. Profesora de Económicas en
Harvard, se doctoró en Princeton, previo paso por la Universidad del
Estado de Washington y, antes, por Nueva Delhi. Creció en Mysore
(India).
Las heridas de la pobreza y la desigualdad, asegura, son
asuntos que uno no puede dejar de ver cuando viene de un país como el
suyo, sobre todo “cuando tienes una madre socialista que te recuerda
todo el tiempo lo afortunada que eres”.
En el colegio solía practicar
atletismo. Un día le dijo a su padre que pensaba dejarlo. Se lo razonó
así: “En deporte, en un país como la India, o eres número 1 o no sirve
de nada. Sin embargo, en la universidad, si eres de los primeros, puedes
hacer grandes cosas”. Tenía 12 años. Sorprende tanta racionalidad a esa
edad.
Como todos los pronósticos se hallan bajo embargo, no puede decir ni mu
sobre ellos, pero las tendencias son de sobra conocidas. Sí entrará en
variedad de temas, de Donald Trump a la globalización, pasando por el
matriarcado de Kerala, de donde procede su familia.
Ben Bernanke, que le asesoró en su tesis doctoral, me dijo en
una entrevista que uno de los grandes legados de la crisis era la
desconfianza en los economistas. ¿Eso se ha recuperado?
Bueno,
antes de decir cosas negativas sobre mi oficio me gustaría citar las
buenas, y es que durante muchas décadas ha ayudado a crear empleo, ha
ayudado a la convergencia territorial en el mundo, a sacar a gente de la
pobreza. Pero, es cierto, ahora hay un gran nivel de escepticismo
respecto a los economistas, sobre si son capaces de entender bien los
problemas. Y, desde luego, también hay un desplazamiento del pensamiento
intelectual, que se aleja de los expertos y se va hacia puntos de vista
populistas. No es tan raro que haya pasado después de la mayor crisis
financiera en 70 años. Pero no lo veo irreversible, soy optimista.
Durante aquella crisis estaba usted enseñando en Harvard,
pero, como economista, ¿qué aprendió que le pueda servir en la
siguiente?
La próxima crisis, por supuesto, será por algo que
no hemos aprendido. Suele ser así, desgraciadamente. Pero creo que lo
que todos, como profesión, hemos asumido mejor es la importancia de las
finanzas en la economía global. La mayoría de los macroeconomistas no
prestaron suficiente atención a las posibles disrupciones financieras. Y
ahora entendemos mejor esas interacciones. Además, conocemos mejor cómo
afectan los shocks de economías como la de Estados Unidos o la
Unión Europea a los mercados emergentes, y estamos más centrados en
cómo pueden responder estos. También hemos aprendido la importancia de
la desigualdad. Esa ha sido una gran lección, no dar por hecho que van a
hacerse políticas para repartir la riqueza de la globalización.
¿Por qué la desigualdad es un problema? Como el difunto
Martin Feldstein, algunos economistas arguyen que el problema no es la
brecha entre los extremos, sino la pobreza, y que, si reduces esta
última, no debería importar la distancia respecto a los más ricos.
La desigualdad es un problema desde el punto de vista macroeconómico y
desde el punto de vista social. Dentro de un país, si el dinero se
concentra en una parte de la población, provoca un problema de falta de
generación de demanda. Y muchos problemas que estamos viendo de bajo
crecimiento en países, que se prolongan durante tanto tiempo, pueden ser
un reflejo de esto. Hay otros tipos de desigualdad, como la de género.
Una escasa participación de mujeres en el mercado de trabajo también es un problema económico, ya que no contribuyen en la producción o en la demanda. No solo es un problema social.
Pero, si mejora la posición de los más pobres, su capacidad de demanda también aumenta, independientemente de la brecha.
La desigualdad creciente refleja graves distorsiones de la economía.
Esto no va de que la gente cobre cantidades diferentes por sus distintas
habilidades, lo que muchos puede ver bien, sino que vivimos en un
sistema en el que las empresas han aumentado su poder de mercado, no
pagan los impuestos que deben, y nada de eso es bueno para la economía
global. La gran preocupación es que quizá no tenemos el nivel de
competencia que debería haber, y ese es un problema económico.
La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, dijo hace
unos días que una generación entera está amenazada por la ola
proteccionista.
No hemos tenido una escalada de las tensiones
comerciales de este tipo en mucho tiempo. Son más que palabras, se han
levantado barreras comerciales en todo el mundo y eso tendrá un impacto
significativo en la economía global, pero lo que hay que tener en cuenta
sobre todo es el riesgo real de que esto se mantenga así mucho tiempo.
Puede provocar unos cambios importantes en la producción y la
distribución que no se habrán decidido por criterios de eficiencia de
recursos, sino pensando en los aranceles que impongan los países.
Cuando ve un conflicto laboral como el de General Motors y
todo lo que ha pasado con ese gigante de la industria estadounidense en
los últimos años, es difícil no pensar que la globalización ha sido
bastante mala para esos trabajadores.
Nadie niega eso. El
traslado de la producción de un país a otro forma parte del sistema de
comercio global. Aunque, en el caso particular de la industria
automovilística, la automatización desempeña un papel decisivo. Uno de
los capítulos del informe de otoño aborda el asunto de la desigualdad
entre regiones y las posibles soluciones. Muchos economistas consideran
que la automatización ha afectado a los trabajadores más que la
globalización.
De hecho, casi no ha habido declive en la producción
industrial en EE UU, el declive ha tenido lugar en el empleo. E igual
que nadie diría que deben frenarse los desarrollos tecnológicos, es
difícil argumentar que debemos retroceder en la globalización. Eso no
significa que debamos ignorar a los perjudicados, pero esto debe
abordarse a través de políticas domésticas, a través de impuestos u
oportunidades en formación.
Esa preocupación no ocupaba precisamente el centro de
instituciones como esta hace algunos años. Parece que ha hecho falta el
auge del populismo y otros riesgos…
Creo que eso es cierto, no
solo en instituciones como esta, sino, en general, en la profesión
económica. Fuimos complacientes sobre las consecuencias negativas de la
globalización. Ni siquiera en la teoría se supone que el comercio debe
mejorar la situación de cada persona. Beneficia a algunos, a otros no.
Así que la forma en la que favoreces a todos es a través de una
redistribución, reciclando a la gente, dando igualdad de oportunidades
en salud, en educación.
Si comparásemos todo lo que usted dice con el discurso anterior del Fondo, parecería una socialista.
Oh, Dios, no [ríe]. Pero tiene razón , esta institución ha cambiado.
Quiero reconocerle el mérito de que esta institución reacciona a los
nuevos datos, a las nuevas evidencias, y se ha movido en la dirección
correcta.
Mencionaba la brecha de género. ¿Cómo la observa en su gremio?
No ha habido mucha mejora en los últimos 10 años si mira el número de
mujeres en la cúpula de las instituciones. No tener a mujeres en
posiciones de liderazgo disuade a otras mujeres de entrar en ello. No
cuentan con suficiente mentoría ni con una buena red de economistas con
la que trabajar, y cuando eres estudiante y lees opiniones sobre
problemas económicos globales, casi siempre ves solo a hombres.
¿Le pasó eso cuando estudiaba?
Claro, si en aquel
momento me hubiese preguntado por economistas que influían en el debate
económico, o que entonces me viniesen a la cabeza, le hubiera respondido
Larry Summers, Ben Bernanke, Martin Feldstein, Kenneth Rogoff. Ahora
tenemos a Janet Yellen, pero son muy pocas las mujeres.
Y usted también fue durante años una de las 2 o 3 profesoras
permanentes del departamento de Económicas en Harvard entre 40. ¿Por
qué?
Por una combinación de motivos. Para empezar, solo el 30%
de los nuevos economistas con doctorado son mujeres. Ahora creo que las
universidades están haciendo el esfuerzo de salir a buscar a las mejores
mujeres y animarlas a ir a Harvard, en este caso. Y nadie hace un favor
a nadie, se trata de dar las mismas oportunidades. Gracias a eso, el
año pasado en Harvard pasamos de 2 a 5 profesoras senior.
¿Cinco entre 40?
Entre 43. No es un salto enorme,
pero es una mejora. Y siento que las cosas están cambiando, que la gente
se da cuenta de que es importante tener a mujeres hablando de todos los
asuntos que hay sobre la mesa, pero no porque tengan una sensibilidad
distinta. Odio eso de que, como mujer, necesariamente vas a preocuparte
por cosas distintas que los hombres. Simplemente todos tenemos
diferentes orígenes y contextos que afectan al modo en que vemos las
cosas.
Muchas veces se oye que las mujeres son necesarias en los
consejos o en las cúpulas porque son más sensibles a ciertos temas, lo
cual es bastante sexista.
Exacto, no entiendo ese argumento.
Todas somos profesionales experimentadas con los mismos doctorados que
ellos. A las mujeres siempre les dicen qué debería preocuparles o a qué
se deberían dedicar. Sencillamente, es molesto.
Y una vez que llega a posiciones como la suya en Harvard o
ahora en el FMI, ¿el sexismo desaparece o sigue por ahí flotando en el
ambiente?
Conforme eres más senior, simplemente te
llegan menos cosas que dice la gente. En mis primeros años como
economista, yo sí tuve la sensación de que mis opiniones eran ignoradas
en muchas ocasiones, de que en una conversación se está escuchando a los
hombres pero no a las mujeres. Eso ocurre. Ahora, claro, ya no siento
eso. Las mujeres merecen lo que han conseguido, el problema lo tiene el
resto del mundo en no reconocer su valor. Yo soy la primera mujer en
ocupar el puesto de economista jefa aquí, pero antes de mí hubo otras
muy valiosas que hubiesen podido ocuparlo y fueron ignoradas para este
tipo de puestos.
Su familia procede de un Estado llamado Kerala, supuestamente un antiguo matriarcado. ¿Es un mito?
En absoluto, y es muy importante. Según las normas de la comunidad, las
propiedades pasan a la mujer y los niños toman el apellido de la
familia materna. Recuerdo algunas familias teniendo más hijos para
lograr una niña si había tenido solo niños, cuando en buena parte del
resto de la India es al revés. Las cosas, obviamente, han cambiado en
todo el país por las leyes que exigen igualdad, pero criarme en ese
ambiente, sintiéndome valorada, fue crucial para mí.
Entonces, ¿Gopinath es su apellido materno?
No, mi familia rompió la tradición y yo llevo el apellido de mi padre.
Oh, después de todo.
¿Y su hijo?
Es que yo no me
casé con un malayali. Mi hijo tiene el apellido de mi marido, Iqbal
Singh Dhaliwal, que es el director ejecutivo del Abdul Latif Jameel
Poverty Action Lab en el MIT.
El problema de la pobreza y la desigualdad está completamente
presente en su vida. ¿Ha influido crecer en la India? ¿Una hija de
directora de escuela y de pequeño empresario es clase media?
Sí, siempre nos hemos definido así. Yo crecí en una pequeña ciudad sin
colegios caros, nadie ha oído hablar de mi escuela. Hay una gran clase
media en la India, aunque la desigualdad, por supuesto, es un problema
muy importante. Si vienes de la India, es algo imposible de ignorar.
¿Cree que la tecnocracia pura, sin ideología, es posible en la política económica y en la ciencia económica?
Los economistas son humanos y todos nos vemos influidos por el país, la
educación y las circunstancias en las que crecemos. Tenemos pruebas de
que entre la gente que a los 20 años fue al mercado laboral en plena
recesión hay más aversión hacia el riesgo. Todas esas experiencias
determinan cómo piensas en la economía.
La redistribución tiene que ver con los impuestos. ¿Cómo debe ser un sistema fiscal?
En algunos países podría ser más progresivo. Muchos necesitan
asegurarse de que hay una igualdad de oportunidades en educación y
salud, pero, desgraciadamente, eso no es así, ni siquiera en las
economías más desarrolladas del mundo.
¿Como Estados Unidos?
Sí, es aplicable a este país.
Debe hacer más por asegurarse de que más gente tiene acceso a la salud y
de que las escuelas dan buena educación independientemente del lugar de
Estados Unidos en el que vivas.
La última gran rebaja fiscal de Donald Trump ha sido considerada poco progresiva.
Algunas reformas fiscales se hacen sobre la idea de que puedes
estimular la inversión a través de una rebaja del impuesto que pagan las
empresas. Lo que hemos visto es que el efecto de la rebaja fiscal en
inversión no ha sido tan significativo. Estados Unidos, en general, se
halla inmerso en una política fiscal expansiva y, como consecuencia de
ello, la demanda global ha sido más elevada, lo que ha ayudado a la
inversión.
El crecimiento previsto para este año es el más bajo de la última década. ¿Quién va a sufrir más?
El 90% de la economía global está creciendo menos este año que el
anterior. Dicho esto, a algunas regiones les va peor. En Latinoamérica
el crecimiento ha sido particularmente peor. La Asia emergente, que
incluye a China y a la India, se ralentiza, pero crece más del 5%. Y hay
mercados emergentes en fuerte contracción como Argentina, Venezuela o
Irán.
¿Hay riesgo de una recesión global?
No vemos un
riesgo inminente, por ahora, ya que el sector servicios y los datos de
empleo siguen bastante bien a pesar incluso de la debilidad del comercio
y el sector manufacturero. No obstante, nos preocupan los riesgos, como
las tensiones comerciales y geopolíticas, y eso podría cambiar las
perspectivas de la economía global en el futuro.
En España, pese a los años de crecimiento, el empleo creado es aún temporal y mal pagado.
España tiene un problema de paro estructural, de dualidad del mercado
laboral, y eso se debe abordar con reformas estructurales. El
crecimiento por sí solo no lo va a solucionar. Además, su economía se va
a ver perjudicada por un crecimiento global más bajo y esos niveles de
crecimiento altos no los va a poder sostener.
¿Qué reformas estructurales?
Para lograr niveles
apropiados de flexibilidad en el mercado laboral. El equilibrio en la
protección de los trabajadores no puede ser tan alto como para que la
empresa no quiera contratar.
Trump dice que Estados Unidos puede ganar una guerra comercial. ¿Es así?
En el corto plazo Estados Unidos está perdiendo menos que China, pero todos pierden.
¿Gana el que menos pierde?
No puede ser así. Hay
claramente una necesidad de resolver problemas con el sistema de
comercio global. Debe haber mejoras y las pedimos. Debería hacerse de
una forma cooperativa.