Uno a Fernando Sánchez Dragó,
residente en Alicante hasta los quince años por madre prematuramente
viuda nacida aquí, y después en la playa de San Juan, donde me descubrió
la religión hedonista de los parsi además de razonarme muy convencido
que las guerras civiles las arman siempre la chusma de los dos bandos.
(Su padre, periodista en el Madrid republicano de retaguardia, fue
fusilado con 25 años en 1936 poco antes de nacer él). La lectura de su
obra me aconsejó siempre esa prudencia al advertir tan inabordable su
vasto y multidisciplinar saber.
El otro caso es Edgar Morin,
aún vivo con 101 años, exponente máximo del pensamiento complejo y
principal filósofo de Francia y Europa. Le conocí personalmente en la
embajada de España en París en mayo de 2010 con ocasión del homenaje de
la intelectualidad gala y de la cualificada colonia profesional española
al profesor valenciano de La Soborna, Pepín Vidal-Beneyto, fallecido
para entonces. Haber leído algunos de sus libros, y ya con Morin
delante, me vino la inspiración cautelar reflexiva ante tamaño gigante
intelectual en presencia, por su sabiduría desbordada más que nada.
No
fue así con el maestro de mi hermano y profesor mío porque a
Vidal-Beneyto lo conocía tanto que sí me atreví con él cuando en 1993 lo
entrevisté para el diario "El Mundo" como asesor de la UNESCO y
del político socialista francés Jacques Attalí, en el BERD (Banco
Europeo de Reconstrucción y Desarrollo).
Años
después pude escrutar personalmente su despacho-biblioteca de la rue
Jean Ferrandi del distrito 14 parisino, en el barrio de Montparnasse,
hasta proponerle a su viuda, profesora y socióloga bretona, Cécile
Rougier, abordar juntos una aproximación biográfica de su también
maestro.
Nunca
pensé que luego su joven biógrafa española no coetánea, Irene Liberia,
nos citase de manera destacada a mi hermano Miguel y a mí en el libro "José Vidal-Beneyto. Sociología crítica y resistencia democrática. Una vida a contraviento", editado en 2019 por la institución Alfonso el Magnánimo y el Centro Valenciano de Estudios de Investigación (1 y 2) a partir de su tesis doctoral.
Pero
también ha habido entrevistas no natas por exceso de confianza en el
tiempo de la vida de las personas. Es el caso del periodista español
afincado en París, Alberto Oliveras, culpable inconsciente de mi vocación profesional desde los años 60 en Radio Madrid
y al que fui dejando un año tras otro al contrario que hice con otros
tres de los periodistas que más me influyeron en esa vocación: Emilio Romero, Juan Luis Cebrián e Ignacio Ramonet.
Al primero, voz oficiosa del régimen de Franco al frente de "Pueblo" lo visité varias veces en su apartamento y le entrevisté tres en el "Club Internacional" de Benidorm. Al segundo, pocos meses antes de fundar y dirigir "El País",
en su chalé de Águilas, donde me recomendó no permanecer más de cinco
años en un mismo medio de comunicación. Y al tercero, a mi juicio mejor
periodista español contemporáneo del siglo XX y exponente mediático del
pensamiento crítico, dos veces (1997 y 2002), siendo director de "Le Monde Diplomatique"
y profesor en La Soborna tras graduarse en la Escuela de Altos Estudios
en Ciencias Sociales e integrar primero la redacción de "Liberation".
No
quiero olvidar mis entrevistas personalmente inolvidables a compañeros
de los que aprendí algunos secretos del oficio, caso de Jesús Ceberio y Alberto Vázquez Figueroa, ambas en 2001, porque el primero era director de "El País" en el mejor momento del periódico tras la invasión de Iraq, y el segundo acababa de publicar "El agua prometida", mi preferida de entre sus novelas. Aunque no más que "Chacal", escrita por el periodista inglés Frederick Forsyth, al que entrevisté en 1973.
Y he de confesar, por contra, mis vanos intentos de entrevistar a varios personajes como Juan Domingo Perón
en 1972 aprovechando que me atropelló en un semáforo de la ciudad
universitaria madrileña y me invitó a pasar, luego de acudir al Clínico,
por su quinta próxima en la Dehesa de la Villa para informarle de mi
estado. No me dejó ver ni la momia de Evita allí guardada a buen recaudo para evitar profanaciones.
No pude convencer tampoco al embajador de Portugal en España, Carlos Simoes,
tras invitarme su distinguida esposa a almorzar en 1991 en su
residencia privada de la sede diplomática tras un magnífico curso sobre
su país en la UIMP. Algo parecido a lo que me sucedió en 2010 con el cardenal Renato Raffaele Martino,
ex observador vaticano en la ONU durante muchos años, quien tras
recibirme en su palacio extramuros del Trastevere romano, me compensó
con una Inmaculada pintada por su madre de origen andaluz. Y lo mismo
con el presidente de Costa Rica en 1983, el social-cristiano Luis Alberto Monge, tras invitarme a cenar en su residencia privada en San José y ser más que sincero.
Frente a lo inmediatamente anterior si conseguí cuatro scoop en 1974, 1975, 1978 y 1997. Marcelino Camacho
nada más salir de la cárcel me concedió su primera entrevista en su
casa de Carabanchel gracias a las impagables gestiones de mi hermano con
los comunistas de la Facultad de Políticas de la Complutense; con el
presidente Adolfo Suárez, también la primera tras ocupar La
Moncloa este político reformista de origen católico, un 17 de mayo tras
un Consejo de Ministros. Y la única concedida en su vida por el banquero
Alfonso Escámez, gracias a una intercesión familiar que le hizo invitarme a almorzar en "Jockey", tras enseñarme cerca de su despacho el piano donde componía el granadino Manuel de Falla, y presentarme a los postres a Ruíz-Gallardón y a Fernández Tapias.
Pero la primera de esa serie se la pude hacer a Henry Ford II en el hotel "Ritz",
de Madrid, cuando vino a inaugurar las obras de su factoría en
Almusafes. Contra el criterio de su equipo de prensa en España, no sólo
me concedió la exclusiva sino que me invitó a cenar solos en el
restaurante "para practicar español".
Ahora
recuerdo con especial interés lo que me dijo sobre la emigración hacia
nuestro continente el vicepresidente de la Comisión Europea, Manuel Marín, en 1998; lo que me adelantó sobre el proceso de globalización, Ricardo Díez Hochleitner, presidente del Club de Roma, también en 1998; un año antes, Federico Mayor Zaragoza, director general de la UNESCO, sobre las cosas que no se hacen esperando siempre; sobre la miseria del salario fijo Eduardo Punset, asesor del FMI, en 1998; Domingo Jiménez Beltrán, director general de la Agencia Europea del Medio Ambiente; o Susan George, directora del Transnational Institute, y Sami Naïr, destacado profesor universitario en París de origen magrebí.
Sin salir de España, excepto cuando entrevisté para "Diario-16"
en 1987 a sir Josua Hassan, primer ministro de Gibraltar, tras una cena
en su casa con una joven nueva esposa para lo que estableció una
imprevista ley del divorcio; también conseguí declaraciones de los
catedráticos eminentes por destacados, José María Jover Zamora (nuestro mejor historiador en Moderna y Contemporánea); Francisco Jarauta, habitual profesor visitante de Arte y Filosofía en diversas universidades alemanas; y el actor Francisco Rabal en 1997 en "La Economía",
cuyas cintas grabadas contienen partes inéditas, a petición suya, no
publicadas hasta la fecha pese al fallecimiento de su esposa, Asunción
Balaguer.
Para concluir, no quiero obviar las que sí pude hacer en su día a Pilar Franco y Pilar Primo de Rivera
(a la que casualmente asistí en un accidente de tráfico en Madrid),
hermanas del dictador y del mártir falangista respectivamente; o Manolita y Carmen Félez Peral, nietas del inventor del submarino, Isaac Peral, en su casa del Paseo de San Juan, en Barcelona 1998.
Con
algunos de estos entrevistados he mantenido relación posterior, regular
en algunos casos, y hasta de amistad. Y eso me procuró a mediados de
los años 80 el encargo por la multinacional "News Corporation", de Rupert Murdoch, de su anteproyecto periodístico para España, luego boicoteado por intereses nacionalistas de editores privilegiados.
Pero de entrevistador pasé a entrevistado por el rey Juan Carlos I
el 25 de mayo de 1999 cuando me apartó en los jardines de la Capitanía
General de Cartagena, donde yo estaba invitado por el almirante-jefe de
la Zona Marítima del Mediterráneo, Adolfo Baturone, y aprovechó
para hacerme un examen en profundidad y contrastar la información que el
monarca poseía al respecto de lo que hablábamos.
Cuatro
meses después coincidí con el almirante en la recepción del 12 de
octubre en el Palacio de Oriente, invitado por la jefa de Prensa de la
Casa Real, Asunción Valdés, y al abandonar juntos y los últimos
el acto, me impresionaron los honores de ordenanza presentados a
Baturone por la Guardia Real de gala conforme bajábamos ambos por la
escalinata de acceso al Salón del Trono. Aunque he jurado bandera estuve
exento de cumplir el Servicio Militar.
Un
año después, el almirante Baturone (el mejor militar de alta graduación
de los que he tratado), me concedió en su despacho oficial una
entrevista sobre el arma submarina y las comunicaciones de la Armada
española. Al interesarme sobre si había pedido permiso a Defensa para
hacerme esas declaraciones, me contestó: "No pido permiso porque sé muy
bien lo que tengo que decir".
(*) Periodista y profesor
(1) https://www.alfonselmagnanim.net/es/libro/jose-vidal-beneyto_114941/
(2) https://revistas.um.es/sh/article/view/519171/326351