En la despedida de un ser querido se amontonan los sentimientos, uno tras otro sin parar, mientras se tiene la sensación de que todo conforma un recuerdo vivo que no se despega de lo más íntimo. Cuando se mueren los padres, te sientes huérfano, aunque «uno sea mayor y tengas nietos», me recordaba mi querido Tito Conesa en un sentido mensaje.
Mi padre, nacido en 1930 en La Raya, fue huérfano antes de cumplir los diez años. Su madre, la joven Milagros, esposa de Francisco, fallecía al acabar la Guerra Civil dejando cinco hijos, tres niñas y dos niños. Una generación que vivió la escasez y la separación sobreponiéndose a todas las vicisitudes y que, con mucho esfuerzo, lucharon para salir adelante, sin más remedio.
En el caso de mi padre, su tío materno, José López Ros, lo llevó de la mano a los Jesuitas, donde lo encauzaron y se inició en el oficio de aprendiz de los fogones, junto al Hermano Campillo, que tuvo la paciencia de enseñarle.
Con el paso del tiempo, tras el servicio militar en Cartagena, conoció a su esposa Claudia y allí, en la Escuela del Rosario, de los Hermanos de La Salle, siguió ejerciendo su profesión en un primer momento, para más tarde desplazarse a Madrid para ejercer su oficio, en la residencia universitaria de la misma congregación hasta que, pasados unos años, volvieron a La Raya, donde su hermana Milagros, la pequeña, los acogió en la casa materna, tras el fallecimiento del abuelo y, más tarde, pasaron a residir a La Flota.
Cuando regresa a Murcia, inicia su actividad en el Colegio San Buenaventura, de los Padres Capuchinos, dejando los fogones y convirtiéndose en conserje, durante más de treinta años, hasta su jubilación y, posteriormente, siguió vinculado a la parroquia, ayudando en las celebraciones.
Su entrega incondicional al oficio y su saber estar durante los años han hecho que estudiantes, docentes y familias le tuvieran un gran aprecio. Por ello, tras su muerte, muchas han sido las muestras de cariño recibidas de quienes lo recuerdan, por ser «tan servicial, cariñoso y cercano».
Nuestro padre fue un ejemplo de entrega, pero en especial para los que tanto quiso, comenzando por nuestra madre Claudia, mis hermanos Juan Manuel y José Luis, hijas políticas: Josefina y María José; sin olvidar esas nietas y nietos: María José, Javi, María y José Luis, a los que tanto quiso. Y no podemos olvidar a esa bisnieta, Clara, que le levantaba la sonrisa, en el apagón de los últimos momentos, cuando lo visitaba.
Al despedirnos, hemos podido sentir tu cercanía y lo mucho que nos has dejado.
Tenemos la certeza de que, desde las alturas, estarás cuidando de todos nosotros, porque la vida sigue y te necesitamos para seguir batallando cada día, no lo olvides.
(*) Profesor
https://esquelas.laverdad.es/obituario/se-nos-fue-juan-el-conserje-de-capuchinos-24734.html
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