Cuando veo esas manifestaciones de protesta de los agricultores montados en sus enormes tractores, segadoras y demás maquinaria agrícola me viene a la memoria la lección que me dio, a poco de llegar a Estados Unidos, un profesor de Literatura del Brooklyn College que no había oído antes y no he vuelto a oír, pese a estar llena de sentido común.
«La riqueza norteamericana no viene de su poderío industrial, como la mayoría de la gente cree», me dijo. «Tenemos, sí, una impresionante industria automovilística, dominamos la aeronáutica y pudimos construir un barco diario durante la Segunda Guerra Mundial. También nuestra industria farmacéutica es puntera, y en este país se registran más patentes que en ninguno.
Sin embargo, nuestra riqueza es la agricultura y su derivada, la ganadería. No es ninguna casualidad. Este país fue creado por inmigrantes que llegaban especialmente desde Europa, donde la tierra era de unos señores y sólo podían cultivarla como súbditos de ellos. Aquí, en cambio, aquellos inmigrantes tenían toda la tierra que quisieran y se pusieron a sacarle el mayor provecho posible.
Si usted va a los mercadillos de fin de semana del interior de Estados Unodos, encontrará no sólo todo tipo de herramientas, sino también semillas escogidas para producir los mejores frutos, cereales y legumbres. Otro tanto ocurrió con la ganadería para producir animales con la mayor cantidad y calidad de carne. El dinero que se ganaba en el campo se invertía en maquinaria para mecanizarlo, de forma que un solo hombre pudiera hacer las labores de toda una cuadrilla y multiplicar su producción.
Es así como nuestra agricultura se industrializó, al mismo tiempo que la industria vivió del campo, y convertimos la ciudad de Detroit en la capital automovilística; Chicago, en la de los mataderos, y, si me apuras, Hollywood en la del cine, pues los ‘westerns’ fueron las películas más populares».
Me he acordado de esta lección magistral al ver a nuestros agricultores y ganaderos venir a manifestarse a las grandes ciudades para poder sobrevivir. El campo es lo que más ha cambiado de España en el siglo XX. Más de la mitad del país vivía en él, pero lo que producía apenas daba para quienes lo cultivaban.
Hoy, que hemos industrializado el campo y convertido a España en la huerta de Europa, resulta que no es rentable, al pagarse por sus productos más de lo que cuesta producirlos. Algo que no es lógico, ni social, y no puede continuar. No sé lo que falla, pero espero que los famosos fondos europeos de reconstrucción que reparten las autoridades de Bruselas se acuerden de nuestros agricultores y nuestros ganaderos, a quien tanto debemos. Reconozco no estar seguro de ello.
(*) Periodista
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