Donald Rumsfeld, exsecretario de Defensa en la época de George Bush, pronunció una frase que merece no ser olvidada: «Hay cosas que sabemos que sabemos, hay cosas que sabemos que no sabemos, pero también hay cosas que no sabemos que no sabemos».
Obviamente, resulta inquietante la última afirmación que evidencia algo muy cierto: que estamos a merced de lo imprevisible porque hay muchas adversidades que ni siquiera podemos intuir y, por tanto, son imposibles de evitar.
Esto lo hemos experimentado con la recesión económica que se inició en 2008 a raíz de una crisis del sistema financiero y, posteriormente, con la eclosión de una pandemia que se ha llevado por delante millones de vidas. Nadie fue capaz de predecir ninguno de estos dos fenómenos.
Tampoco nadie creía que el Muro de Berlín y la Unión Soviética se iban a derrumbar en tan poco tiempo o que la economía occidental quedaría paralizada en la crisis del petróleo de los años setenta, hoy olvidada pero que tuvo un impacto brutal en las estructuras productivas.
La última sorpresa, que ningún Gobierno u organismo internacional fue capaz de prever, ha sido la fuerte subida de los precios de la electricidad y del petróleo, que puede echar por tierra todas las previsiones de recuperación. Y, sin embargo, era evidente que la dependencia energética de los países occidentales es un talón que Aquiles que condicionará el crecimiento en los próximos años.
Hay muchos ejemplos en la Historia que corroboran la tesis de Rumsfeld. Las mayores catástrofes fueron inesperadas como sucedió con el estallido de la I Guerra Mundial que todos creían muy improbable en el verano de 1914. Ello debería servirnos para relativizar las predicciones y tomar conciencia de que lo que creíamos seguro y previsible se asienta sobre pilares de arena. El aleteo de una mariposa puede desencadenar un cataclismo global.
El sociólogo Nassim Taleb acuñó en 2007 el término ‘cisne negro’ para conceptualizar esos acontecimientos que, como los atentados contra las Torres Gemelas, irrumpen en nuestras vidas y cambian nuestra percepción de la realidad. Igual sucede en la experiencia cotidiana de las personas, que puede verse alterada por una muerte inesperada o una desgracia que trastoca todas nuestras expectativas.
Peter Drucker lo expresaba de forma gráfica: «Tratar de predecir el futuro es como conducir un coche por la noche y sin luces, mirando por la ventana trasera». Así es: el conocimiento es limitado y carecemos de los instrumentos para saber lo que nos aguarda. Ello nos lleva a la conclusión de que la existencia humana es pura incertidumbre, una evidencia que nos negamos a asumir porque nadie acepta que el destino dependa de lo que no sabemos que no sabemos. O, tal vez, de lo que podríamos llamar el azar.
(*) Periodista
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