El Partido Popular tiene buenas encuestas en el bolsillo. En su informe de final de abril, Metroscopia sitúa a los populares a dos diputados del PSOE y GAD-3 le da un mejor pronóstico en el diario ABC, según se desprende de sus sondeos sobre Madrid publicados este fin de semana.
El CIS ha iniciado esta semana un nuevo trabajo de campo después del barómetro publicado el pasado 15 de abril que situaba al Partido Socialista en primera posición (31%), diez puntos por delante del PP (21%). Todo indica que hay cambios en el tablero.
Las encuestas sobre intención de voto hay que cogerlas
con pinzas en las actuales circunstancias. No está de más recordarlo: el
número de personas indecisas y desorientadas es enorme en el interior
de la nebulosa Covid-19. Los resultados de una encuesta se pueden hoy
orientar fácilmente en una dirección u otra, en función del factor
corrector que se aplique a un porcentaje tan elevado de indecisos.
El
CIS sigue ofreciendo materiales valiosos, pero su director, José Félix Tezanos,
veterano sociólogo vinculado durante años al ala guerrista del PSOE, se
ha ubicado muy gustosamente en la polémica, con cambios metodológicos
mal explicados. Se ha querido situar al CIS bajo sospecha y Tezanos no
ha sabido evitarlo. Ha caído en la trampa que se ha tendido él mismo.
De entre las diversas luchas que tienen lugar en estos momentos en la
ciudad estado de Madrid, una de ellas se refiere a la primacía en el
análisis electoral. Lucha por la hegemonía predictiva. Faros entre la
niebla. Quien encienda las luces más potentes puede ayudar a los barcos
de la política a encontrar el rumbo correcto y el que se pase de listo
con la linterna puede enviarlos hacia los mortales farallones. Íñigo Errejón aún
debe recordar la cena madrileña en la que le predijeron que si se
presentaba a las últimas elecciones generales podía llegar a obtener
veinte diputados.
Al empezar el confinamiento, las empresas de sociología
electoral optaron por no preguntar sobre la intención de voto, por
respeto a los encuestados. No era el momento. Algunas personas se
echaban a llorar cuando se les preguntaba sobre la situación que estaban
viviendo. Las encuestas se limitaban inicialmente a evaluar la gestión
de las instituciones ante la epidemia.
El Gobierno empezó bien, cayó al
cabo de quince días hacia la zona de suspenso –suspenso severo–, a
medida que se hacían evidentes los graves problemas de suministro de
material sanitario, recuperó un aprobado justo a mediados de abril, para
volver a caer en el suspenso después de la confusión generada por la
salida de los niños a la calle, medida muy mal explicada por la portavoz
del Ejecutivo, María Jesús Montero .
El último sondeo diario de
Metroscopia, cerrado este fin de semana, señala una nueva recuperación
de la imagen del Gobierno después de que se haya anunciado el plan de
desescalada. Nada es estable. Nada va a ser estable durante un largo
periodo de tiempo.
Ahora viene la angustia económica. Estamos en unas
montañas rusas de dimensiones descomunales. Millones de personas
pendientes del televisor, oyendo la radio, leyendo diarios como no se
hacía desde hace muchos años, y en contacto con las genialidades y las
fiebres amarillas de las redes. Un experimento social sin precedentes.
El Partido Popular tiene este fin de semana buenas
encuestas. El viejo partido Alfa de las clases medias tradicionales
estaría empezando a reabsorber parte del voto que se inclinó por Vox en
las últimas elecciones generales, manteniendo a Ciudadanos por debajo de
los diez diputados, pese a los intentos de Inés Arrimadas y Luis Garicano de
poner en marcha una línea centrista autónoma.
La extrema violencia
verbal de Vox empieza a molestar a gente que en noviembre optó por el
grupo de Santiago Abascal para pegarle una sacudida al PP del caso Gürtel.
La violencia verbal de Matteo
Salvini también está perdiendo puntos en Italia. Siguiendo la partitura aznariana –Movimiento 1993 en do mayor–, el partido de Pablo Casado está
compaginando el apoyo parlamentario al estado de alarma (no tiene otra
alternativa) con una dosis de agresividad contra el Gobierno
suficientemente alta como para atraer a una parte de los votantes de
Vox que quieren noquear a la izquierda en las urnas y no se contentan
con ahogarla en las remolinos de las redes sociales. Vuelve el partido
Alfa.
No vayamos tan deprisa. Lo que de verdad ha conseguido el
Partido Popular durante los cuarenta y cinco días de confinamiento
severo es recordarle eficazmente a sus electores que son antagonistas de
la izquierda, evitando que se produjese un corrimiento cívico hacía el
área gubernamental como el que se ha registrado en Italia alrededor de
la figura del primer ministro Giuseppe Conte, un abogado
independiente de la Apulia, hasta hace dos años prácticamente
desconocido, promovido como figura arbitral por el Movimiento Cinco
Estrellas, que ha demostrado ser un equilibrista de la mejor escuela
democristiana.
Pese a su popularidad en las encuestas, a Conte ya están
empezando a moverle la silla. El insólito desfile de un convoy militar
ruso de Roma a Milán en el momento más crítico de la epidemia, una
escena impensable en la España fielmente atlantista desde 1946, puede
pasarle factura en los próximos meses.
A diferencia de Italia y de otros países europeos, en
España se han mantenido intactas las líneas tradicionales del combate
político, cuyos orígenes emocionales aún se remontan a la Guerra Civil.
Las dos Españas de siempre. La violencia verbal de estos días en el
debate público así nos lo recuerda.
Sánchez no es un independiente
equilibrista de sabor democristiano: es el indiscutido secretario
general del PSOE, coaligado con Unidas Podemos e investido presidente
con el apoyo de una confederación periférica de federalistas,
nacionalistas y soberanistas, de la que sólo estaba ausente, y lo sigue
estando, el ala derecha del independentismo catalán.
La partitura aznariana ha evitado que una parte de los
electores de la derecha se colocasen momentáneamente al lado del
Gobierno, convocados por la estrategia presidencialista de Sánchez y la
aparición diaria de altos mandos militares en las conferencias de prensa
del comité de crisis, que tanta urticaria ha provocado entre los
nacionalistas y la izquierda anclada sentimentalmente en los años
setenta.
La línea aznariana delimitó con claridad las líneas de
confrontación y no tuvieron contemplaciones con el jefe de Estado Mayor
de la Guardia Civil cuando este pronunció unas palabras equívocas sobre
la labor de control de los bulos. Ese fue un momento muy indicativo. En
España cuando se combate, se combate de verdad.
El PSOE respondió al atrincheramiento aznariano con la
maniobra envolvente de unos nuevos pactos de la Moncloa. Un movimiento
inteligente que ahora entra en fase táctica. La verdadera línea de
concertación es la que pueden establecer en los próximos meses la
patronal y los sindicatos. Esa mesa, mucho más importante que la
comisión parlamentaria pactada in extremis por Sánchez y Casado, será
influida evidentemente por la percepción de la correlación de fuerzas,
expresada a través de las encuestas.
Y ahí descubrimos, de nuevo, la
importancia de la lucha en curso por la primacía entre los institutos y
empresas de sociología electoral. Todos los frentes están conectados en
la ciudad estado de Madrid.
La política actual hay que leerla más en imágenes que en
palabras. El álbum de fotos de Casado nos explica en qué ha consistido
la política del Partido Popular estas últimas semanas. El hombre en
blanco y negro que aparece ante el espejo de un lavabo, melodramático,
en mangas de camisa, refrenando la ira, llama a los votantes de Vox a
regresar al partido Alfa: yo os vengaré a su debido tiempo.
El Casado
pastor de ovejas (imagen de hace unos días) se dirige a los votantes de
las 28 provincias con menos de cinco diputados y les dice que la próxima
vez habrá que concentrar el voto de la España rural en el Partido Alfa
para girar la tortilla. La izquierda se ha reído de esas fotos sin
acabar de entenderlas.
Mientras tanto, Sánchez queda obligado a corregir.
Debe volver al autonomismo narrativo, recoser la confederación, cuidar
las inquietudes y nerviosismos electorales del PNV, dialogar con Íñigo Urkullu , escuchar más a Ximo Puig, descifrar
Catalunya, hablar con Ciudadanos y vigilar las maniobras que pueden
surgir en el PSOE en otoño, puesto que algunos martillos hidráulicos ya
se están poniendo en marcha para intentar romper su liderazgo en el
partido.
En la ciudad estado de Madrid siempre se conspira sin descanso.
Sánchez deberá cruzar los dedos para que las cosas no se tuerzan más de
la cuenta en Europa y pueda disponer de margen económico suficiente
para tejer una malla asistencial ante las graves tensiones sociales que
se avecinan. El reto es descomunal para el partido Beta. Cuando se piden
poderes especiales al Congreso, el poder desgasta al que lo tiene, o
aparenta tenerlo.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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