No lo tenía fácil el Rey. Su discurso a
la nación encerraba algo de necesidad y mucho de riesgo. Por un lado el
silencio del Rey, del Jefe del Estado, no tenía explicación; y por otro
dotar al mensaje de contenido rozaba lo imposible. Los mensajes los
está dando el Presidente del Gobierno y al Jefe del Estado le queda
poco, más allá de intentar levantar la moral, de animar.
El problema se
complica con el propio avatar presente que sufre Felipe VI a cuenta de
su padre, el anterior Rey. Una carga pesada y complicada con la que
viene lidiando desde hace meses y que ha estallado estos días por
necesidad, porque no era posible controlar la presión de los que buscan
sacar ventaja.
¿Debió el Rey incorporar su caso al
discurso? Hay opiniones para todos los gustos; tantas razones a favor
como en contra. Por un lado era indispensable, no se podía eludir; pero
por otro no era esa la materia del día, era razonable esperar otra
ocasión y otro formato más propicios. Consideraciones que jugaban en
contra del formato “discurso a la nación” a las nueve de la noche y por
casi todas las cadenas. Pero por otro lado había que asumir el riesgo
porque la relevancia del problema requiere la presencia del Rey, como
han hecho de una u otra forma otros monarcas europeos.
Decidida la intervención el segundo
problema residía en el mensaje, en las palabras y la retórica del Rey.
Eligieron lo más convencional, un escrito ortodoxo, formal, sin
ornamentos… pero con poco contenido para emocionar, para llegar a la
cabeza y al corazón, porque al rey se le exige lo mejor. Felipe VI habla
bien, vocaliza perfectamente, mantiene un rictus adecuado, no es actor
pero interpreta correctamente.
Me pregunto si no había otro formato
más inteligente y más original, para concretar la presencia y el
compromiso del Rey frente a la pandemia. El año 1885 España sufrió una
epidemia de cólera, el Rey (Alfonso XII) se hizo presente con visitas
sorpresa, sin corte, en algunos hospitales. Eran otros tiempos, la
presión mediática era muy distinta y el papel de la Corona también.
Ahora el Rey y su familia directa,
especialmente Leonor y Sofía, podrían jugar una tarea simbólica y
ejemplar, inteligente, que ayude a sobrellevar las inquietudes y
ansiedades de muchas personas, especialmente las más indefensas.
Otra cuestión es la de la “cacerolada”
de los contrarios que aprovechan la ocasión para ganar espacio. Una
protesta más simbólica que otra cosa. Esconderla, como han hecho algunos
medios, es idiota, da más importancia al hecho de la que tiene. La
oposición es legítima e incluso necesaria, sin oposición estaríamos ante
un sistema totalitario. Visibilizar esa oposición y colocarla en su
lugar contribuye a medirla y pesarla, y anima a la vigilancia y la
ejemplaridad.
En los peores momentos de la monarquía
actual española su popularidad y prestigio siempre han estado por
encima de la tradicional oposición. El Rey Felipe suele decir a sus
interlocutores críticos, que les tiene y a los que escucha, que la
solidez de la institución es directamente proporcional a su utilidad,
cuando no sea útil carecerá de sentido. Pues en circunstancias como las
actuales el Rey tiene que acreditar esa utilidad, que requiere finura,
creatividad y también asumir algunos riesgos. Hay que saber callar en
muchas ocasiones, pero sobre todo saber hacer.
Allá por 1991, cuando la democracia se
estaba consolidando y el gobierno socialista pasaba por algunos
problemas tras nueve años en el poder el primer ministro italiano el
astuto, sinuoso y equívoco Andreotti, de visita en Madrid, como
respuesta a una pregunta sobre la política española, dijo: “marca
finezza”. Me parece que en estos momentos vale para el caso que
comentamos.
(*) Periodista y politólogo
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