De todo esto habrá que aprender más de una lección. Para empezar, hay que devolver a los políticos la consideración social que han perdido desde la crisis del 2008. Hay que pagarles más y devolverles los privilegios perdidos. Sí, hablo en serio, no es ironía.
Durante años hemos estado culpando a los políticos de todos nuestros males.
Llamándoles inútiles, parásitos, aprovechados, etc. Exigiéndoles viajar
en segunda y porque en el Ave no hay borreguero, porque si no, les
habríamos enviado con las cabras. Les dijimos que tenían que comer menús
de 15 euros y si piden un chupito, han de pagárselo de su bolsillo.
Les
hemos exigido el justificante de las chaquetas que compraron cinco años
atrás. Les hemos hecho escraches y les hemos llamado de todo menos
guapos. Luego llegaron los podemitas y para ir al Congreso se vistieron
como si fuesen a una barbacoa.
Ahora, en plena tempestad, en el puente de mando tenemos lo que tenemos: profesionales mediocres que no han pagado una nómina en su vida,
ni se han enfrentado a una crisis en su empresa que amenazaba con
dejarles en la calle. Gente demasiado joven como para haber aprendido la
lección más importante que nos da la vida: la experiencia.
En una crisis sin precedentes, sale el Presidente del Gobierno en la
televisión y aprovechas para ir al cuarto de baño. Es un producto de
marketing, que te habla de los muertos del coronavirus con el mismo tono
y los mismos gestos estudiados que si te estuviese dando las
conclusiones de una reunión ordinaria con los sindicatos.
Por cierto, a
ver si ponemos al endiosado Iván Redondo en su sitio: un buen
profesional del marketing, que pone la realidad al servicio del
político. Y eso es justo lo contrario de lo que se espera de un buen presidente del gobierno.
Comparar los discursos de Sánchez con los de Churchill o Martin Luther
King, por poner dos ejemplos, es como comparar en el cine a James
Stewart con Steven Seagal.
Los buenos profesionales prefieren
ganarse la vida de cualquier forma antes que en política. Ganan más
dinero, tienen más prestigio y sus empresas no les cuestionan el ticket
de la comida, ni el gintonic que se han tomado con un cliente. Cuando
viajan, lo hacen en primera y nadie husmea en sus cuentas de cinco años
atrás en busca de un titular que pueda arruinarles la vida.
(*) Ingeniero Industrial y licenciado en Ciencias Económicas
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