Si antiguamente los periodistas tenían que tener un croquis sobre los
ministros del gobierno español o sobre los consellers de la Generalitat
para no confundirse y publicar siempre bien su nombre completo y su
cargo exacto, ahora este nomenclátor ha mutado y lo que hay que saber es
el nombre de los jueces del Tribunal Supremo, de la Audiencia Nacional,
del Tribunal Constitucional, del Tribunal de Cuentas o del Tribunal
Superior de Justícia de Catalunya y los correspondientes fiscales de las
diferentes instancias judiciales, parajudiciales o, simplemente,
administrativas.
Ellos son los protagonistas diarios de la información
política en ese embate planteado contra el independentismo catalán. Este
es el gran legado que ha dejado el deep state español a Pedro Sánchez
después de siete años de gobierno popular en la Moncloa y un sinfín de
complicidades entre el PP y el PSOE. Los primeros, mucho más hábiles,
han tejido una telaraña de intereses que no parece fácil que Sánchez
pueda llegar a desmontar con el tiempo, si es que realmente así lo
quiere, cosa que con el presidente nunca se sabe.
De entre todos ellos, el más chisposo suele ser el juez Pablo Llarena, aquel de las euroórdenes de ida y vuelta contra Puigdemont, Comín y Ponsatí,
que lleva mucho tiempo intentando que se le haga caso en Bélgica,
Alemania, Reino Unido y, de nuevo, Bélgica, con poco resultado hasta la
fecha.
El último invento de Llarena ha sido intentar convencer a los
ingleses de que debían impedir la salida de la consellera Clara Ponsatí,
que acaba de acceder al Europarlamento ocupando uno de los escaños que
ha dejado vacante el Reino Unido por el Brexit. Así, tenía que ser
retenida en suelo británico, ya que si viajaba a Bruselas podría
instalarse en Bélgica o cualquier otro país de la UE y gozaría de
inmunidad parlamentaria.
El juez escocés que sigue la causa no parece
que haya sido sensible a la jugada maestra de Llarena y su petición de
que valorara reforzar las medidas cautelares para evitar su salida a
otro países. Y Ponsatí se presentó como si tal cosa este martes en la
capital comunitaria.
Un día se hará un memorándum de las derrotas de la justicia española
en Europa y de cómo no han colado casi ninguna de las triquiñuelas de
sus tribunales. Obviamente, es más fácil utilizar los trucos en España,
donde acaban siendo juez y parte. Estamos asistiendo al juicio del major Trapero en la Audiencia Nacional y, en algunos aspectos, viene a ser una réplica de sesiones que ya vivimos en el Tribunal Supremo con el juicio del procés.
La defensa de Trapero está haciendo un trabajo impecable para demostrar
la inconsistencia de muchas de las pruebas contra el ex responsable de
la policía autonómica catalana y que no existía connivencia entre los
Mossos d'Esquadra y el Govern. Pero como en el anterior juicio, uno
tiene la impresión de que hay poco terreno a recorrer ya que la sedición
va en el lote de la condena porque así está previamente escrito.
Parece, en general, más importante mantener vivo en el españolismo el prietas las filas
que tratar de desinflamar un conflicto y desjudicializar la vida
política. Así, un día es Trapero, otro Ponsatí, cualquier otro exiliado o
alguno de los presos políticos, o si no siempre estará el president
Torra para apartarlo d esu cargo o volver a mirar por enésima vez el 9-N
o los gastos del referéndum. Lo importante para la justicia parece ser,
sobre todo, que esta rueda gire y gire y no se detenga.
(*) Periodista y director de El Nacional
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