Algunas de las reacciones políticas y
periodísticas al pacto de investidura son tan exageradas que pueden dar
risa. Una horda de comunistas va a entrar en el Gobierno para confiscar
los ahorros de los españoles, mientras los separatistas obtienen carta
blanca para acabar de romper el país, incluida la sacrosanta unidad de
Castilla y León, la comunidad más extensa de España, ideada por Rodolfo Martín Villa para evitar una región astur-leonesa que habría reunido a demasiados mineros.
Los nietos de Stalin van a saquear las arcas
públicas –unas arcas en las que al parecer nadie ha metido la mano en
los últimos cuarenta años– y los nietos de Macià no van a dejar
piedra sobre piedra en el templo de la soberanía nacional española. Los
eruditos recordarán que en 1925, el caudillo catalanista Francesc Macià viajó a la URSS para recabar el apoyo de la Internacional Comunista.
Se entrevistó con Trotsky, Bujarin y Zinoviev,
pero Stalin, que tenía en alta consideración los poderes centrales, no
acabó de ver claro qué les proponía aquel quijotesco oficial del
ejército español fascinado por la independencia de Irlanda.
Mientras la imagen de los cuatro jinetes del Apocalipsis –Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Andoni Ortuzar y Oriol Junqueras–
se proyecta a modo de siniestra atracción navideña en las fachadas del
Paseo de la Castellana, en el circuito cerrado del independentismo
catalán ya hay más traidores que patriotas.
Carles Puigdemont está consiguiendo un interesante logro con la ayuda del Club Savonarola
en las redes sociales: ninguna otra sociedad de la plataforma
continental euroasiática acumula hoy tantos traidores como Catalunya.
Hay en estos momentos en Catalunya más de tres millones de
traidores, que sumarían el 72% del electorado, si mañana mismo se
repitiesen las últimas elecciones al Parlament. Tres millones de
personas que nunca acabarán de ser catalanes, por mucho que ellos lo
pretendan, puesto que no se someten a los designios tácticos del círculo
de Waterloo.
Los más traidores de todos son, no es difícil adivinarlo,
los de Esquerra Republicana, que han preferido ser “aparceros de la
colonia”, antes que bloquear definitivamente la política española. La
diputada Laura Borràs, jefa de filas de Junts per Catalunya en el
Congreso, vivirá una interesante experiencia poética en los próximos
días, cuando vote igual que Vox. “M’exalta el nou i m’enamora el vell”,
decía el poeta J.V.Foix.
Apocalipsis en el paseo de la Castellana y Gran Traición en
la plaza de Sant Jaume (lado montaña, puesto que los del lado mar casi
siempre han sido traidores). Puede parecer delirante, pero ese el tono
narrativo de quienes más se sienten perjudicados por una fórmula de
gobierno jamás experimentada en este país, ya que no valen como
referencia los gobiernos de los doctores Negrín y Giral.
El gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos-PNV (estos
últimos, sin ministros, pero con cartera estratégica) es una novedad
relevante, que llega con voluntad de poder. La prueba de ello es la
hipérbole a chorro de estos días. No olvidemos que la exageración
delirante y la caricatura afilada siguen siendo las más eficaces armas
de combate en tiempos de paz.
Felices años veinte.
(*) Periodista y director adjunto de La Vanguardia
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