Una sentencia firmada en Luxemburgo puede alterar el sistema nervioso de
un país muy mal avenido. Esto es Europa: un imperio de nuevo tipo en el
que nadie tiene plena soberanía. El día que te va bien, aplaudes, haces
sonar el Himno a la alegría en la Puerta del Sol, o colocas la bandera de la Unión en el balcón de la Generalitat. El día que te va mal, sueltas a S
antiago Abascal , o envías emisarios catalanes a Moscú a hacer el fantasma en la antesala de Vladímir Putin .
Pertenecer a la Unión Europea no sólo significa cobrar subsidios por los
olivos sobrantes y ayudas para las plantas fotovoltaicas –hubo en
España quien en una misma jornada arrancaba los olivos e instalaba
paneles solares- o percibir fondos para la construcción de magníficas
autovías. Durante veinte años (1986-2006), la Comunidad Económica
Europea efectuó transferencias a España por un valor anual equivalente
al 1% del PIB. En términos comparativos, España ha recibido más dinero
de Europa que los países más beneficiados por el Plan Marshall después
de la Segunda Guerra Mundial.
Evidentemente, ese enorme caudal de transferencias tuvo sus
contrapartidas. Hubo que cerrar industrias y los países con mayor
musculatura ganaron clientela para sus productos. Nos compraron casas y
nos financiaron la gran fiesta. Los bancos alemanes regaron, sin aviso
del riesgo que corríamos, la calamitosa borrachera del crédito
inmobiliario. Cuando la burbuja estalló, nos obligaron a modificar la
Constitución para dar garantías de pago. La Unión Europa es un contrato
con letra pequeña.
La Unión Europea es un imperio de nuevo tipo basado en la
legalidad y la separación de poderes, que no es seguro que pueda
sobrevivir a las turbulencias mundiales que se avecinan. La Unión
Europea ha sido fundamental para la democratización de España, puesto
que sin el canon democristiano y socialdemócrata de la guerra fría –y
el miedo a que pudiera repetirse lo de Portugal– este país habría
evolucionado hace cuarenta años hacia una dictablanda de incierto recorrido, directamente tutelada por Estados Unidos.
No está demás repetir toda esta serie de obviedades ante la
espectacular procesión de ceños fruncidos en la prensa de Madrid tras
conocerse la sentencia de Luxemburgo y la fulgurante aplicación de la
misma a cargo del presidente del Parlamento Europeo, el italiano David Sassoli .
En un momento de crisis de consenso del proyecto europeo,
sus instituciones quieren reafirmarse. Esa es la clave. El Tribunal de
Luxemburgo ha respondido con claridad a la prejudicial del Tribunal
Supremo español para dejar bien sentada su autoridad y fortalecer la
autonomía del Parlamento Europeo: los eurodiputados salen directamente
del voto, sin filtros reglamentarios nacionales. El florentino Sassoli
se crió además en una cultura política basada en la búsqueda del pacto.
Poca gente sabe en España lo que significó en Italia la figura de Giorgio La Pira , alcalde católico de Florencia en los cincuenta.
Hay un efecto Stendhal estos días. Cambia el relato y
crecen las posibilidades de salir del laberinto. Procesión de ceños
fruncidos en Madrid. Generales retirados piden un golpe y menos
fantasmas catalanes en Moscú.
(*) Periodista y director de El Nacional
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