jueves, 5 de diciembre de 2019

Javier Celdrán, el bueno / Ángel Montiel *

Hay una confluencia planetaria extrañamente establecida, que diría Leire Pajín, si alguien se acuerda de esta señora por algo más que por la formulación de ese concepto: confluencia planetaria.

Nadie sabe cómo, pero todos nos hemos puesto de acuerdo en que el consejero de Presidencia y Hacienda del Gobierno regional es un crack. No es que sea un crack entre otros, sino único el crack, el tipo del que depende todo.

Es cierto que no hay muchos elementos para avalar lo que todos presentamos, yo el primero, como una evidencia, pero es lo que corre por la calle, tal vez porque por esa dichosa confluencia planetaria todos nos hemos puesto de acuerdo en que Javier Celdrán es el cerebro del Gobierno.

En algún lugar habría que localizarlo. Es lo que se dice, yo mismo lo he dicho, pero el papel de cerebro hay que revalidarlo. Veremos.

A ver. ¿Quién es Javier Celdrán? Un político que ha emergido a los pechos de PAS, y tal vez esto lo explique todo. Siempre en segundo plano. Perfil bajo, pero muy estimado por su voluntad resolutiva. Lo que pasa por su despacho va a misa. Un tipo que despierta confianza. Cumplidor. Pero estas son cualidades de un buen jefe de gabinete, que es en la práctica lo que ha venido siendo.

Hasta que fue elevado a consejero del Gobierno en la anterior legislatura y se siguió comportando como un técnico que pasaba por allí, refugiándose en la discreción mediática y queriendo pasar, y lo consiguió a malas penas, como una pieza alejada del establecimiento político.

Se percibía, sin embargo, que estaba muy adentro en realidad. Cuando López Miras tuvo que desplegar todos sus recursos en la encrucijada decisiva de las elecciones autonómicas, Celdrán capitalizó la candidatura tras la línea de los 'independientes' de escaparate, y después, ya sin velo, quedó entronizado como el alma política del Gobierno: Presidencia (estrategia) y Hacienda (presupuesto).

De que es un político hábil no cabe duda. Sigue en el segundo plano a pesar de sus fundamentales competencias. Es de los que aspiran a pasar desapercibidos mientras satisfacen a su jefe principal, un ejercicio aprendido a las faldas de PAS: en política es posible ascender sin querer desplazar a otros. Dicho de otra manera: no hay que ser el primero para tener el poder; el poder es guardar el poder al primero.

Celdrán es el consejero más oculto del Gobierno cuando debiera ser el más expuesto. El presidente, con su constante gesticulación, acapara los focos y lo deja hacer en la trastienda. En ella, Celdrán intenta manejar a Ciudadanos: potencia sutilmente las discrepancias internas de sus socios de Gobierno e insta de manera paternal a la portavoz, Martínez Vidal, para que comparta en las ruedas de prensa posteriores a los Consejos las consignas del PP, lo que consigue a veces. Celdrán es un portavoz diferido.

En realidad es el vicepresidente virtual de la parte PP del Gobierno, y hasta ahora ha conseguido representar el papel de poli bueno mientras López Miras hace de malo cuando lo lógico sería transmitir una imagen inversa. Pero Celdrán apura su posición hasta el punto de querer pasar desapercibido. No está, no existe. Salvo que la coyuntura de los Presupuestos que el Gobierno ha de aprobar ya le obliga a combinar las posiciones encontradas de sus socios, Cs y Vox, lo que requiere de un arte superior a la magia, y esto sin aparecer como protagonista del espectáculo. Celdrán, el invisible hombre visible. Existe, no tengan duda.


(*) Columnista


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