Después de algo menos de un año y medio como ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell ha abandonado este viernes el cargo para responsabilizarse de la política diplomática de la Unión Europea.
Realmente, Borrell no podía escalar más alto a sus 74 años después de
las atrocidades que ha cometido al frente de la política internacional
del gobierno de Pedro Sánchez.
Pero la fallida integración europea
tampoco podía haber ido tan hacia abajo. La Comisión Europea, completada
desde hace muchos años a base de pedazos y de intereses de reparto de
los Estados, sitúa al frente de la diplomacia a un verdadero pirómano de
la política que ha hecho méritos sobrados para carecer de opciones al
cargo.
Sin embargo, Borrell se ha sobrepuesto a todas las vicisitudes enarbolando la bandera de España y actuando como azote permanente del independentismo
catalán. Con ello ha alcanzado una posición que le ha situado por
encima de sus errores y, cuando ha hecho falta, el Partido Popular y
Ciudadanos han salido en su defensa con una energía y un empuje poco
habitual en políticos de otras formaciones y (teóricos) adversarios. Con
la meritocracia dejada de lado, Borrell ha cabalgado sobre sus errores
mientras provocaba un conflicto internacional tras otro.
No deja de ser curioso que lo que no ha hecho en España sea un activo
para un cargo europeo. Porque si la política exterior ha sido con los
últimos gobiernos una asignatura pendiente -quizás Josep Piqué
fue el último ministro de Exteriores con caché en Europa-, con Dastis
-el último de Rajoy- y con Borrell, ha alcanzado cotas
difícilmente justificables.
Carente de política en Europa, desaparecidos
en América del Sur, sin influencia en el norte de África y ausentes del
gran continente asiático, la política exterior ha sido únicamente la de
luchar contra el independentismo catalán e impedir que sus posiciones
ganaran adeptos.
Algo que han conseguido a golpe de talonario entre
muchos gobiernos pero se ha convertido en una causa perdida en muchos
otros organismos internacionales y en una parte significativa de la
opinión pública internacional.
Que, con semejante bagaje, Borrell se vaya a Europa es realmente sintomático.
Rajoy siempre quiso imponer el 155
Las memorias de los líderes políticos son un género literario con
poco predicamento tanto en Catalunya como en España a diferencia, por
ejemplo, de lo que sucede en Estados Unidos o en Francia, por citar dos
estados bien diferentes. En parte, porque muchas veces no resuelven
muchos de los enigmas informativos que han quedado en el aire y el
gobernante no aclara ninguno de los interrogantes del momento.
Hay que agradecer, en cambio, a Mariano Rajoy que haya puesto luz a las negociaciones que se mantuvieron entre la comparecencia del president Puigdemont en el Parlament el 10 de octubre para declarar que asumía el mandato del pueblo de Catalunya tras el referéndum del 1-O y la declaración de independencia
por parte del Parlament de Catalunya del 27 de octubre.
Básicamente
porque muchos intentaron mediar desde posiciones muy distantes al
independentismo catalán y convencer a Puigdemont de que si daba un paso
atrás el gobierno español no aplicaría el 155 de la Constitución.
Hubo un tira y afloja de mediadores amateurs y políticos relevantes como el lehendakari Iñigo Urkullu
ante el president Puigdemont para que rectificara y convocara
elecciones con el argumento de evitar el 155. Puigdemont pedía
garantías... que nunca llegaron.
Sin embargo, siempre ha sobrevolado,
porque así lo quiso el relato oficial desde Madrid, la idea de que las
cosas habrían sido diferentes con la convocatoria electoral en vez de la
declaración de independencia.
Rajoy fulmina esta teoría en muy pocas líneas, en un adelanto de sus memorias en Una España mejor,
y la descarta absolutamente: "No veía ninguna razón para dejar en
suspenso una decisión que no era fruto de ningún arrebato, sino
consecuencias de semanas de estudio y de muy sólidos argumentos
jurídicos y políticos.
Antes de llegar a aplicar aquel precepto
constitucional nos habíamos cargado de razones y estas no desaparecían
por el hecho de que Puigdemont convocara elecciones; la independencia
seguía declarada”. Los últimos movimientos de garantías por escrito del
president solo le suscitaron un “volvemos a las andadas”.
Y así fue como España fue incapaz de sentarse a negociar.
La mala digestión del falso relato
Empiezo a notar que son legión los que se sienten aludidos y con el culo al aire por las memorias de Mariano Rajoy
explicando, con toda contundencia, que hubiera aplicado el 155 de la
Constitución en todos los supuestos aquellos días finales de octubre de
2017.
Rajoy no necesitaba un plan B porque lo suyo era el plan A: poner
punto y final a la humillación que había supuesto el 1 de Octubre, el desconcierto institucional que se produjo y los pasos hacia la independencia de Catalunya.
Hubo un relato fake que se implementó desde el deep state con
la complicidad y toda la fuerza de políticos, medios de comunicación,
editorialistas, opinadores y amanuenses varios que consistía en dar
carta de naturaleza a que si el Parlament no proclamaba la independencia
el 155 de la Constitución quedaría en el armario.
Hoy sabemos que ese
relato, del que participaba obviamente además del PP gobernante el PSOE de Pedro Sánchez, solo buscaba paralizar a Puigdemont y a Junqueras ya que Rajoy había pasado de pantalla.
El envoltorio del poder es tan enorme y avasallador que en un momento
de tan extrema dificultad económica de los grandes diarios de papel
cualquier relato se abre paso con unas facilidades impensable tiempo
atrás. Lo vemos a diario aunque la avalancha informativa de noticias en
contra siembre dudas sobre la veracidad de las cosas.
Lo acabamos de ver
en el juicio del procés con un reiterado mensaje del
Estado empeñado en llamar golpe de estado y de rebelión unos hechos que
nunca lo fueron y unas acusaciones de sedición que se tambalean en
Europa.
Es tal la fuerza del relato único que este martes, por ejemplo, se premiará en un acto del diario ABC,
con presencia de los reyes, una viñeta publicada en el mismo diario
relativa a la persecución que se produjo de los profesores del instituto
El Palau de Sant Andreu de la Barca.
En la viñeta aparece un niño
sentado en su pupitre, con la mano levantada, sobre el que se proyecta
la estatua de la libertad de Nueva York y una voz que pregunta: Qué
levanten la mano los hijos de guardia civil. El Premio Mingote se
entrega —así figura en la web de la Casa Real— “por su evocación de la
lucha por la libertad de todos que hace el benemérito cuerpo”.
El tema de fondo no es que ABC premie a la Guardia Civil, que está en el ADN del diario, y tampoco que el galardón lo entregue Felipe VI. Sino que se escoja una viñeta que responde a fake news
y que solo formó parte de una campaña de descrédito de la escuela
catalana.
Después de acusaciones infundadas, algunas apoyadas por la
Fiscalía, dos juzgados de Martorell acabaron archivando en verano las
graves denuncias contra los profesores. Esa circunstancia invalida por
si sola que se premie una viñeta de un relato falso. ¿Pero eso a quien
le importa?
(*) Periodista y director de El Nacional
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