No puedo ocultar el rechazo que, desde
siempre, me producen las formas, las palabras y las actitudes de los
altos patronos de las empresas eléctricas. Y mucho menos cuando se trata
de Iberdrola, constituida tras la fusión, en 1992, de dos de las
empresas más contaminantes (humos de sus centrales térmicas) y nocivas
(inundación de valles poblados para sus embalses hidroeléctricos) de
nuestra historia industrial: Iberduero e Hidroeléctrica Española;
empresas que prosperaron durante decenios con la protección exquisita
del franquismo y que, llegado el momento, provocaron la sublevación de
buena parte del país contra sus centrales y proyectos nucleares,
envolviéndome a mí y complicándome la vida.
Si en este marco de
privilegio histórico, que de la dictadura pasó indemne a la democracia,
incluimos que ésta, Iberdrola, tiene en su haber la artera intención de
ubicar en la Marina de Cope aquella central nuclear que en 1974-75
tuvimos que combatir y neutralizar, más su permanente insidia por
urbanizar el Parque Regional de Calnegre-Cabo Cope, para así lucrarse en
los terrenos que ahí posee desde su frustrada operación nuclear,
resulta imposible ignorar su papel antiecológico y antisocial en
general, por más que venga gastando millones en mostrarse como 'empresa
verde' preocupada por el medio ambiente.
El
protagonismo de Iberdrola como empresa tóxica nos lo recuerda con su
pose de militante climático el actual presidente y consejero-delegado, Ignacio Sánchez Galán,
que ha debido llegar a la conclusión de que su singular inteligencia le
habilita para tomarnos por tontos a los demás.
No soporto, antes y por
encima de su palabrería, que por dirigir su empresa se embolse casi diez
millones de euros anuales, equivalentes a quinientas veces, si no más,
los ingresos del español medio: ni sus méritos personales pueden hacerlo
acreedor de esas cantidades, ni esa filosofía desvergonzada de la
empresa privada (¡de servicio público, en este caso!) que se permite
hacer lo que le viene en gana en materia de remuneraciones.
Anótese,
pues, mi acusación básica a millonario tan escandaloso por su falta de
pudor crematístico y, en consecuencia, por su incapacidad intrínseca, no
solamente para pretender atención sobre sus opiniones ajenas a su
negocio sino, menos aún, para mostrarse en adalid de la menor
sensibilidad socioecológica; su mundo está en las antípodas del de la
mayoría de nosotros.
Pues,
pese a la descalificación de que yo le hago objeto (que quiere ser
sobre todo moral y que seguro que comparten varios millones de
españoles), Sánchez Galán viene desarrollando una interesada cruzada a
favor de la urgente y masiva implantación de energías renovables para
frenar el cambio climático, aparentando que se alinea con la creciente
angustia general cuando lo que hace, meramente, es cuidar de su negocio.
Y como ni vale todo ni todos merecen ser escuchados, ni siquiera cuando
de conjurar el cambio climático se trata, se hace necesario dirigir a
tan exitoso empresario algunas observaciones al caso ya que, en efecto,
no pasa día sin que algún medio de comunicación recoja sus opiniones
sobre la urgencia de actuar ante el cambio climático y de sustituir las
centrales térmicas por renovables.
De
lo que no cabe duda es de que este conocido capitán de empresa ha
captado perfectamente el oportunismo de la crisis climática, y es que
las inmensas necesidades de inversión que se harán necesarias garantizan
la salvación de ese mismo capitalismo desarrollista y depredador que,
con sus diversas formas conocidas y permaneciendo impune, ha ocasionado
la tragedia ecológica planetaria.
Yendo
al grano, y obviando los detalles de un repetitivo discurso energético,
tan machacón como hipócrita, lanzo a Sánchez Galán estas propuestas
(verdaderamente) socioambientales.
La primera, imprescindible para que
se le pueda considerar un ciudadano español homologable, es que done la
mitad de sus ingresos anuales a los grupos ecologistas de la Región de
Murcia, ya que es la tierra a la que más viene dañando en calidad de
presidente (y heredero societario) de la contaminación en sus centrales
de Escombreras desde hace sesenta años, del trauma social producido por
el proyecto de Cabo Cope y del desafío a la legalidad que mantiene desde
su finca en Marina de Cope; nos cabe la tranquilidad de que, con cinco
millones de euros de ingresos anuales, no queda desamparado.
La segunda
se refiere a la transferencia gratuita de sus trescientas hectáreas en
Marina de Cope a una fundación auténticamente ecologista de defensa del
litoral peninsular (gesto con el que, estoy seguro, mejoraría mucho su
imagen si, además, admitiera mi presencia para negociar el asunto).
La
tercera, que la empresa de su digna dirección salga de la organización
lobbista en Bruselas, la aborrecida Mesa Redonda de Industriales o, al
menos, haga periódica y fidedigna cuenta de sus reuniones con los
comisarios europeos y altos funcionarios, en las que cuida, con eficacia
demostrada, que sus intereses se impongan a los de los ciudadanos de la
UE.
La cuarta es que declare ante notario (por si acaba escapando a la
justicia, como máximo responsable del vistoso entuerto) los verdaderos
contenidos de los contratos de Iberdrola con el insigne, y nunca bien
ponderado, comisario Villarejo, especialmente los
referentes a la vigilancia y la pretendida manipulación de los
ecologistas que se oponían a su central eléctrica de Arcos de la
Frontera (Cádiz).
Finalmente,
por no agobiarle más en sus ocupaciones de brillante y tantas veces
galardonado empresario, sería bueno que tranquilice sus ardores de líder
internacional por el clima asumiendo que este drama hará inevitable a
medio plazo la nacionalización de Iberdrola, que exprese su interés en
esta causa adelantándose a lo irremediable y que predique esta buena
nueva entre sus accionistas (a los que llena sus bolsillos con tanto
acierto) mostrándose, así, como el agudo visionario que cree ser.
Mientras
tanto, haga el favor de respetarnos, a ecologistas y ciudadanos
mileuristas en general, y déjese de monsergas ambientalistas el señor
Sánchez Galán.
(*) Ingeniero, profesor y activista ambiental
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